Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 31


31. CONVERSACIONES DE CALABOZO



–¿Se sabe algo de Ludo y Dydimus?
–No alteza, sólo ha pasado un día desde que partieron... ¿Mi señor?
–¿Qué? –Bramó Jareth al goblin.
–¿Es bonito ese reino, Sybare?
–¿Qué te importa a ti? –Rezongó el rey levantándose del tosco trono de madera que habían instalado en su tienda de campaña.
–Nada alteza.
–Sal de aquí.
–Sí alteza.

Cuando se encontró solo comenzó a dar vueltas al plan. La noche anterior, una noche fría de desvelo pensando en Sarah, no logró visualizar lo que esa misma tarde tuvo tan claro: tenía que traer a Sofía.
Se había deshecho de Ludo y Dydimus fácilmente enviándolos al reino vecino, Sybare, un lugar plagado de estúpidos encandilados con su propia belleza. Sybare tenía grandes lagos, grandes bosques, grandes ciudades pálidas, grandes castillos escarbados en las montañas y grandes imbéciles de piel casi traslúcida y largos cabellos paseando entre sus calles. Jareth lo había visitado sólo un par de ocasiones tratando de permanecer el menor tiempo posible en su territorio. Aquel modo de actuar de cada habitante, aquel sueño de que todos eran iguales salvo el rey y la reina con sus coronas, aquel todo común en Sybare le resultaba absurdo y desconcertante. No podían haber elegido un momento peor para hacerle llegar aquella carta solicitando su presencia, sin duda no tenían nada mejor que hacer desde hacía siglos. Pero la suerte estaba del lado de Ludo y Dydimus, él que había pensado en deshacerse de ellos enviándolos al frente del ejército, cambió de plan tras recibir la misiva. Los reunió, les dijo que sólo podía confiar en ellos y en su amor por proteger a Sarah de cualquier peligro para aquella misión: representarle ante el pueblo de Sybare. Los muy idiotas le creyeron y partieron raudos.
Jareth tenía una semana para arreglar las cosas y llevar a Sofía a su lecho.
Agarró la capa, la colocó en sus hombros y salió de la tienda. Un par de súbditos le miraron con curiosidad, pero acto seguido continuaron con su labor apagando hogueras. Jareth jugueteó con tres de sus redondos cristales, lanzó uno muy arriba para reunirse a mitad de descenso con él, cuando ya se había convertido en lechuza.
No tardaría en regresar acompañado.


Mientras, en el castillo, a Sarah no le podía ir peor. Durante todo el día tuvo que enfrentarse a un caos digno de ser inmortalizado en un cuadro. Cada goblin iba y venía sin sentido, tenía que repetir las órdenes, tenía incluso que acercarse a ellos para indicarles con el dedo qué restos debían retirar para no tropezarse. Era absurdo. Parecía como si a falta del rey, del mismo rey déspota que les maltrataba a placer, estuvieran perdidos. Sin duda Jareth no era nada sin su pueblo, pero lo fascinante para Sarah fue descubrir que su pueblo tampoco era nada sin él.

No tuvo apetito, la idea de que al fin, tras largas horas de trabajo, podía retirarse a descansar le resultó muchísimo más seductora que una cena. Ya se había puesto un camisón blanco, ya estaba metiendo el primer pie en la cama cuando...
Mierda.
Salió de ella con fastidio: las hormigas. Nadie les habría llevado comida aquel día. Ni siquiera ella lo recordó. Se puso sobre los hombros desnudos una capa elaborada a base de plumas y fino algodón gris, antes de descender a las cocinas. Llenó un pequeño saco de fruta, pan y cuando pudo reunir entre las sobras de la escasa cena, tomando el camino a los calabozos. Descendió la oscura escalera, seguida por los ojos espías. Por un momento pensó que igual que había ojos en los lugares más inoportunos, Jareth también habría obrado para que hubiera bocas que pudieran contarle qué sucedía en cada rincón de su castillo, sobre todo cuando no estaba... Deseó tener una imaginación desbordante y que aquello no fuera cierto. Él no aprobaría que bajara hasta allí para alimentar a nada ni a nadie.
Pasó junto al goblin encargado de custodiar los calabozos que dormía profundamente en equilibrio sobre un taburete. Bajó las escaleras. Con cautela pasó junto a la celda de Morgan, que parecía descansar en su camastro, hasta finalmente acercarse a ellas dos; estaban juntas, como si buscaran darse calor acurrucadas. No parecían tener suficiente paja para dormir sobre algo blando...
¡Pero qué te pasa! ¡Son el enemigo! Se reprochó. Debería odiarlas, su estómago tendría que revolverse ante aquellos rostros desagradables que no eran humanos, ni goblins, ni insectos, y sin embargo eran todo a la vez. Tendría que...
Una abrió los ojos. Incorporándose lentamente, como si sintiera dolor en cada una de sus pequeñas patas, se acercó tímida al centro de la celda guardando una distancia prudencial respecto a Sarah. Ella mostró el saco entre los barrotes, la hormiga dudó si acercarse o esperar a que le arrojaran la comida. Avanzó sólo un paso.

–Ven, no voy a hacerte daño -dijo Sarah. Dejó una manzana en el suelo y la hizo rodar a través de la celda. Vació después el saco de comida dentro, junto a los barrotes–. ¿Comprendes lo que digo? –La hormiga avanzó unos pasos hasta llegar al punto donde la manzana se detuvo–. El otro día me diste las gracias.
–También os las daré esta noche -Sarah abrió los ojos con sorpresa.
–No las merece.
–No deseamos que seáis descubierta. Si el rey lo supiera os mataría.
–El rey nunca me mataría, él no es un asesino.
–¿Ah no? –Jamás pensó que pudiera detectar ironía en la voz de una hormiga.
–Vosotras sí lo sois. Casi destruís el castillo, por pocas...
–Por pocas –repitió la hormiga, Sarah sintió la furia naciendo en su cuerpo.
–¿Qué insinúas?
–¿Quién sois vos?
–¡Yo soy quien hago las preguntas! ¿Qué estabas insinuando? ¿Por qué le llamas asesino?
–Porque el rey es el ser más despiadado que conozco. Le he visto matar a mis hermanas, a mis hermanos, a las larvas... Todo mientras lucía en sus labios su malévola sonrisa.
–Estás mintiendo.
–No sé quién sois, jovencita, pero está claro que no conocéis a Jareth, el Rey de los Goblins.
–Ya somos dos diciéndote que no sabes nada, eso debería hacerte pensar -la voz de Morgan le llegó como un susurro desde su celda, a veinte pasos de la de las hormigas-. ¿Cuánto tiempo quieres seguir en la inopia?
Airada, caminó buscando el rostro de Morgan junto a los barrotes. Lo encontró encaramado a ellos con ambas manos. Ya no llevaba barba, tenía el rostro todo lo limpio que lo puede tener un preso, aquello la sorprendió.
–Dime qué sabes y déjate de juegos.
–Ya te expresé mis condiciones. Sácame de aquí y hablaré.
–No voy a sacarte.
–Entonces entra y ponte cómoda, o si lo prefieres ve a dormir pensando que todo está bien y él te es sincero, fiel...
–¿¡Quieres hablar de una vez!?
–Shh... No grites. No querrás que el enemigo nos oiga.
Se sentía impotente. No tenía armas para defenderse de aquello, para obligarle a hablar de una vez por todas.
–Morgan, por favor, no juegues con mi paciencia. Si tienes algo que decir, dilo -pidió ella.
–Confía en mí, Sarah, déjame salir.

Dudó. Si abría los barrotes... si lo hacía y Morgan se escapaba, Jareth se pondría furioso, pero... Si no sabía qué estaba ocurriendo, qué parecía esconderle, por qué de su extraño carácter últimamente, sería ella quien no aguantara mucho más.
Dudó subiendo la escalera en busca de las llaves. Dudó al sacarlas del cinturón del guardia que seguía en el taburete. Sintió deseos de tapar aquellos ojos del calabozo con su capa... Finalmente los cubrió mientras Morgan seguía sus movimientos. La miró desafiante antes de abrir la celda, dudaba, pero su curiosidad era mayor, y esa era el arma que iba a esgrimir contra ella.
Hubo un chasquido.


Sofía aguardaba la llegada de su amado sentada en la cama. Había preparado una diminuta bolsa de viaje llena de lencería y perfume. La otra vez que fue al laberinto Jareth eligió sus vestidos y mandó quemar la ropa que llevaba puesta, a él le encantaba verla envuelta en sedas, era absurdo cargar con sus míseros harapos de recepcionista.
Su llegada fue como una caricia de brisa. Sofía sonreía embobada viendo a su príncipe, pese a que él no sonreía.

–¿Estás lista?
–Sí mi amor.
–Vámonos.
–He soñado tantas veces con volver al Laberinto que estoy...
–¿Qué llevas ahí?
–Cosas que van a gustarte –confesó acercándose tentando un beso. Jareth se retiró para su consternación–. ¿Ocurre algo?
–¿No llevas ropa?
–No... Pensé que te gustaría elegirla por mí, como la otra vez.
–Yo de ti llevaría algo de abrigo.
–Mmm... De acuerdo –dijo Sofía tomando la primera prenda larga que encontró en su armario.
–Vámonos.
–Vale...


–Vale, ahora habla.
–Siéntate, ponte cómoda.
–No gracias. Habla.
–Relájate Sarah –dijo tomándola con firmeza por la cintura, manipulador. Olía tal cual recordaba.
–Suéltame y habla de una vez –Morgan sonrió con malicia. La soltó.
–¿Nunca te has preguntado dónde va?
–Otra vez con eso... Él-Es-El-Rey.
–Cierto, tienes razón. ¿Pero, dónde va cuando deja éste mundo? ¿Qué busca tan lejos si tú estás aquí, querida? –Dijo colocándole un mechón de pelo tras la oreja.
Sarah abrió la boca para responder, pero volvió a cerrarla. En realidad no tenía ni idea.
–Cuando se marcha de aquí no está preocupándose por su pueblo -dijo Morgan sintiendo su entrepierna inflamarse tras inhalar aquel perfume–. No sé qué te habrá dicho, querida –se aproximó a ella, rodeándola como si fuera un apetecible filete y él un carnívoro despiadado–, pero miente.
–¿Por qué iba a mentirme?
–Porque no quiere que sepas cómo es en realidad -disfrutó burlándose de su ignorancia–. Sarah, ¿crees que fuiste la primera para él?
–¿A qué viene eso?
–Cuéntame qué te ha dicho.
–No pienso... ¡No voy a...! –Replicó indignada.
–¿Te habló de Sofía?
Se hizo el silencio en la celda. ¿Sofía, quién diablos era Sofía?
–¿Quién era Sofía?
–Es, no era: Es... –Morgan disfrutó de ese momento como hacía tiempo no disfrutaba de nada.
–No la conozco.
–Lógico pequeña Sarah –dijo Morgan acariciando su brazo desnudo, entreviendo la forma de sus pechos oscilar con su respiración agitada–. Sofía es su debilidad, la primera mujer para él, la que puede más que tú y le hace abandonarte para morar en su cama.
–Estás mintiendo –dijo Sarah rabiosa–. Él nunca me engañaría. Sólo quieres aprovechar que se ha ido para hacerme dudar.
–No preciosa, si estuvieras tan segura de él no habrías abierto la puerta de mi celda.
No se contuvo más. Atrapó a Sarah entre sus brazos y comenzó a besarla introduciendo la lengua en su boca. Ella estaba rígida, le costó reaccionar al ataque, y cuando lo hizo intentó zafarse de aquellas garras que se encaramaban a su cuerpo arrancando el camisón blanco, tumbándola en el camastro separándole las piernas.

–¡Suéltame! –Gritó. Las hormigas comenzaron a soltar gruñidos o lo que quisiera que hicieran aquellos insectos cuando se alteraban.
–No te quiere. No eres nadie para él y yo te amo –dijo entre dientes inmovilizándola, sacando el miembro férreo de su pantalón.
–¡Que te quites de encima!
–¡Se está follando a Sofía! ¡No seas idiota! –Bramó sujetando su pene con la mano, intentando entrar en ella.
–¡Guardias! ¡GUARDIAS! –Gritó Sarah con todas sus fuerzas. Morgan cubrió su boca con la mano.
–Eres una imbécil –dijo agarrándola del cuello, presionando levemente–. ¿Ahora pides ayuda? ¿Después de abandonarme en tu silencio me vuelves a rechazar?... No te va a servir de nada niña estúpida. Voy a follarte, voy a llevarte conmigo a mi castillo y te vas a enamorar de mí, quieras o no.
Le soltó el cuello cuando unas voces, un sonido de pisadas metálicas bajando la escalera, pusieron fin a la escena. Morgan miró hacia atrás viendo la sombra del goblin armado descender apresurado con lanza y espada al ristre.

–Esto no va a quedar así -le amenazó desquiciado.
Se perdió subiendo escaleras arriba a toda velocidad. Segundos después el goblin caía rodando entre el estruendo escaleras abajo.
Llorando, a punto de desmayarse, Sarah intentó ponerse en pie y salir del camastro pero todo el cuerpo le dolía y cayó al suelo. Sollozó arrastrándose hacia la salida y también por el pasillo. Consiguió ponerse en pié encaramada a los barrotes.

–Jovencita ¿estáis bien? ¿Qué ha ocurrido? ¿Os ha hecho algo? –Preguntaron las hormigas. Sarah pudo ver cómo intentaban asomarse entre los barrotes inútilmente, no les cabía la cabeza. Se apoyaban con dificultad en las patas traseras–. Jovencita ¿¡podéis escucharnos!?


Maripa

¿Cómo han ido las fiestas, hermos@s? Esperamos que bien, que las hayáis pasado en compañía de vuestros seres queridos, y de no haber sido así, que haya sido del mejor modo posible. 
Nosotras bien, con nuestros picos de "tensión", pero vamos, felices y contentas con ganas de darle una coz en el culo a éste culero 2012 que se ha portado de forma tan regular. 
En fin, ésta es nuestra última entrada del año, y dejando de lado cómo hayan ido las cosas antes queremos deciros que:

-GRACIAS por haber estado aquí fieles a vuestra cita quincenal con estas dos ovejas locas. 

-GRACIAS por habernos hecho pasar de las 10.000 visitas: SOIS AMOR

-GRACIAS por ser gente tan maja y adorable

-GRACIAS por dejar que os entretengamos con nuestras historietas. 

-GRACIAS por ser, estar y parecer.

WE LOVE MARIVIGILIAS, QUE SIN VOSOTRAS NO SERÍA POSIBLE. 

Os deseamos una salida de año genial y una mejor entrada. 

BESOS O LAMETONES, LO QUE QUERÁIS

Nos vemos el año que viene. 








Coff Coff... ENERO









Coff Coff... NUEVO FANFIC









Coff Coff... VENGADORES








Coff Coff... LOKIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII'D 







ARE YOU LOKI'D???


Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 30

-->
30. FRUTA EN EL CALABOZO

 

Cuando Sarah despertó aquella mañana lo hizo sola. Caminó hasta el ventanal que daba al patio y mirando desde allí pudo distinguirlo entre los goblins. Casi todos estaban ya a las riendas de sus monturas.
   Agarró algo con qué cubrirse y bajó las escaleras a la carrera. Aquellos con los que topó de camino la miraron perplejos mientras ella, roja de la emoción y jadeante, intentaba llegar al patio antes de que la tropa se marchara.
   No llegó. Salían por la puerta capitaneados por Jareth mientras quedaba apoyada contra la jamba de roble, sudorosa.
   Él no volvió la vista atrás, pero tanto Dydimus como Ludo lo hicieron apenados, sin más opción que la de continuar avanzando tras el caballo del rey.

   –Su ilustrísima majestad...
   –¿Qué? –Dijo Sarah siguiendo con la vista a los soldados.
   –El rey me ordenó que cuando se despertara le entregara esto –dijo Pelusilla mostrándole un sobre cerrado.
   Sarah lo tomó mientras buscaba un lugar para sentarse en la sala, donde todavía trabajaban los goblins del servicio retirando los platos y tenedores del desayuno. Abrió el sobre:

Sarah.
    No he querido despertarte, cuando duermes eres tan bella...
    Mi vida, no temas por mí, esta guerra está vencida. Tampoco temas por tus amigos, cuidaré de ellos y los protegeré por todos los medios.
    Pronto volveremos. Hasta entonces quedas encargada del castillo: tú eres la reina. Quiero que ordenes sobre todo. Haz lo que tengas que hacer, atiéndelos y cuida de mi pueblo. Ahora te necesitan. Los goblins te obedecerán, son fieles a su rey.
    Te enviaré cartas desde el frente, no temas, y cada día antes de que el sueño me lleve pensaré en ti, en tus labios, en tus ojos, en tu cabello sobre mi almohada...
    Te echaré en falta durante este corto tiempo, pero no te inquietes, volveré en seguida.
    Te ama,

Jareth.


   Leyó la carta, la dobló y volvió a guardarla en el sobre tomando convencimiento de sus nuevas funciones. Si eso era lo que él quería que hiciera, lo haría, ¡vaya si lo haría! Trabajaría duro, más incluso que lo hizo durante aquel tiempo. Jareth no tendría que preocuparse por el castillo, ni por nada que no fuera terminar con aquella locura y regresar a casa con los demás.
   Subió a vestirse, aquella mañana Sarah empezaría a hacer todo lo que se esperaba de ella.

   Las horas pasaron más rápido de lo que pensaba. En el despacho, mientras trabajaba ultimando detalles para el día siguiente, se sorprendió descubriendo que al prestar atención a lo que hacía, cuando realmente se sumergía en su labor real, el tiempo parecía esfumarse. Anotaba en un gran libro de encuadernación en piel los asuntos pendientes cuando escuchó a Pelusilla chismorrear con otra goblin, cerca de la puerta. Sarah sabía que escuchar las conversaciones ajenas no era elegante, pero un par de palabras filtradas la obligaron a levantarse, caminar de puntillas, y poniendo una oreja contra la puerta, seguir atenta la conversación.

   –No sé qué hacer. Creo que comen azúcar, pero no tenemos mucha y esos monstruos tampoco se merecen que les demos nada.
   –¿Ya le has preguntado a su Ilustrísima Majestad?
   –No sé si molestarla, está tan liada la pobre...
  –Pregúntale. El rey le ha dejado órdenes. Seguro que le ha dicho algo, además esta decisión no es tuya.
   –Sí, sí... Debería entrar...
   Sarah regresó corriendo al escritorio. Abrió el libro disimulando, escuchó el toc toc en la puerta.
   –Pasa...
  
   La duda de la goblin era simple: las prisioneras seguían en el calabozo. Una vez al día se les hacía llegar alimento a todos los presos, pero desde que ellas fueron capturadas el rey no las alimentó. Parecía que una podía estar muriendo, los guardias estimaban que debido al hambre. ¿Debían alimentarlas?
   Sarah ordenó que sí lo hicieran. Si Jareth hubiera querido que murieran y no sólo torturarlas, las habría matado la noche anterior. Ordenó que prepararan unas cuantas frutas y también agua pero no se las bajaran porque tenía intención de hacerlo ella misma. Desde el día que las hormigas llegaron a su vida, estaba deseando ver una aunque sólo fuera de lejos, y aquella era la oportunidad perfecta de hacerlo.
   Aunque tanto los guardias como el servicio se opusieron, Sarah bajó a los calabozos cargando un saquito con el menú que les serviría aquella noche.


   Casi no recordaba los calabozos. No había bajado allí en meses, desde que Jareth capturó a todos sus amigos en aquella lejana época oscura. Caminó por el corredor con cuidado de no tocar nada. El musgo que crecía por las paredes parecía estar vivo siguiéndole con aquellos ojos vigías.

   –¡Sarah! –La agarraron empujándola hacia las rejas. Se golpeó el hombro soltando un alarido–. ¡Has venido a sacarme de aquí, sabía que lo harías!
   –¡Suéltame! –Ordenó sin saber a quién o qué se lo estaba diciendo. Pero de pronto miró su brazo todavía preso de una mano enorme, callosa y sucia; una mano de cazador–. ¿Morgan?
   –¡Sabía que vendrías! Yo, yo... Oh, lo lamento tanto... –dijo soltándole el brazo, momento que Sarah aprovechó para retroceder hasta un punto donde él no podría volver a agarrarla–. Debí sacarte de mi castillo. ¡Tenía que haberte llevado a otro reino! ¡Un reino donde estuviéramos a salvo! Pero él... Él apareció, Sarah. Te secuestró y me metió preso. No pude protegerte y no sé qué te haría. Lo he pasado tan mal -Sarah intentó reconocerle entre las sombras.

   La figura del cazador que recordaba, su cuerpo fuerte y moldeado, su cabello oscuro, su rostro anguloso, no se parecía en nada al que distinguía en aquella celda. Allí sólo había un hombre casi en los huesos, demacrado y sucio. La barba le colgaba hasta el pecho. Sus clavículas eran el exponente mismo de la demacración.

   –No me secuestró, me salvó la vida... Estás loco, Morgan.
  –¿Loco? ¿Eso es lo que te ha hecho creer? –Comenzó a reír. Sus carcajadas retumbaron en el calabozo–. Por supuesto, ¿cómo iba sino a retenerte a su lado? Él es un manipulador, un mentiroso, seguro que no te ha contado nada todavía, el muy cobarde.
   Sarah iba a ordenarle callar, pero aquellas últimas palabras la detuvieron.
   –¿Qué es lo que no me ha contado?
   Pudo ver los blancos dientes de Morgan brillar en la celda.
   –Sácame de aquí y te lo diré.
   –No voy a sacarte.
   –Hazlo. ¿No quieres descubrir qué te oculta?
   Aquello era una trampa. Morgan no sabía nada, no podía saber nada encerrado en el calabozo como estaba desde hacía meses. Pero aún así...
   –Dime qué sabes.
   –Sácame de aquí.
   –No.
   –¡Sácame!
   –No.
  –¡Eres una idiota, Sarah! –Dijo dando un fuerte golpe contra los barrotes que le hizo retroceder alarmada–. ¡Te crees lo que te cuenta sin más! ¿No te has preguntado dónde va cuando desaparece?
   –¡Es rey, tiene que atender al reino!
   –Atender al reino, por supuesto... Y dime Sarah, ¿también te crees que en algún lugar hay goblins guapos? –Se mofó Morgan.
  
   Sarah recogió el saco que había dejado a sus pies con la fruta y se dirigió a las siguientes celdas. Allí, entre paja maloliente y charcos de humedad, distinguió dos cuerpos más grandes que los de un perro, más que Merlín al menos. Se echaron atrás cuando la vieron detenerse frente a sus barrotes, pero en cuanto olieron lo que llevaba en la bolsa se acercaron, aproximándose también a la luz. Fue en ese momento cuando Sarah pudo distinguir las pinzas que tenían en la cara y sus ojos... sobre todo sus ojos. No tenían antenas, los tenían en la misma posición donde los tendría cualquier persona. Eran caras humanas coronando cuerpos de insecto.
   Sarah lanzó la fruta al interior del calabozo, las hormigas comenzaron a devorarla con avidez. Sintió nauseas. Habían resultado ser una aberración, algo más desagradable que nada de lo que hubiera visto jamás, pero aún así no tenía estómago para dejarlas morir padeciendo. No así. Que Jareth las ajusticiara si quería, pero ella no iba a hacerlo.

   –Jraziassss –escuchó decir a una en un susurro.
   Tenía la voz chillona, molesta.
   –¡La princesa tiene corazón! –Se burló Morgan–. Es una estúpida a la que todo el mundo engaña, pero ¡tiene corazón! ¡Ha bajado a dar de comer a las hormigas! –Dijo descoyuntándose de la risa.
  Sarah deseó ordenarle callar, pero sabía que hacerlo, jugar a su juego sólo podía traerle consecuencias.

   –Volveré a verte pronto, lo sé.
   –Ni lo sueñes.
   –Oh sí, ya verás como sí...

   No lo haría, no volvería a bajar allí nunca, se prometió...

   ...Rompió su promesa sólo dos noches después. 



Maripa

Me han dicho un par de ovejas que pasaba algo con el capítulo 29, que no podían leerlo. Espero que esté solucionado, ya me contáis. 
Abrigarse tropa!!!!