Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 27


27. LA REINA EN FUNCIONES






   Sarah pensó que sólo unos pocos habían ido con Jareth para ayudarle con aquella locura de las hormigas, pero fueron cientos los heridos que se repartían por el salón principal convertido en puesto de emergencia. Se puso mano a mano con el doctor. No conocía la mitad de utensilios que el estresadísimo goblin empleaba en su labor, pero hizo cuanto estuvo a su alcance por ayudarle. Corrió de un lado a otro intentando sofocar los gritos de dolor de cada herido  mientras, sin éxito, intentaba localizar a Sir Dydimus. Un ladrido la alarmó. Ambrosius, subido en una mesa, estaba mirándola. Sarah corrió hacia él. A su lado, tumbado Dydimus parecía dormir plácidamente.

   Se le encogió el corazón.

    –¿Dydimus? –preguntó aproximándose cauta, el cuerpecillo de su amigo no se movió un ápice –. ¿Sir Dydimus? –repitió esta vez tocando su hombro. Un profundo ronquido la hizo retroceder dos pasos–. ¡Sir Dydimus!
    –¿Qué?... ¿eh? –se había incorporado mirando de un lado a otro, confuso –. ¿Qué? ¡No veo nada! ¿Quién me llama? –Sarah colocó el parche de su amigo sobre el ojo cerrado para que el otro recuperara la visión –. ¡Milady! Qué alegría verte por aquí.
    –¡Oh, Sir Dydimus! –dijo Sarah abrazándole con fuerza.

   Había pasado tanto miedo… Mientras ayudaba al médico había visto heridas increíbles. Era impensable que eso pudiera provocarlo lo que ella entendía por una hormiga. No. No eran las de su mundo definitivamente. Tenían que parecerse más a los monstruos que su abuela le leía en los cuentos que a inofensivos insectos.

    –¿Cómo está el rey? –Preguntó su amigo sacudiéndose el polvo de los hombros y el pantalón.
    –Bien afortunadamente.
    –Ha sido una batalla terrible, Milady, pero he de reconocer que vuestro  esposo estuvo a la altura de las circunstancias.
    –No es mi esposo, pero da lo mismo: no quiero que ninguno de los dos vuelva a ponerse en peligro –zanjó Sarah.
    –Pero los goblins necesitan alguien al mando. Si hubieran ido solos todos habrían muerto.
    –Bueno, pues nombrad a alguien, pero no quiero que seáis ninguno de vosotros –insistió Sarah.

   La sala seguía abarrotada heridos gimoteantes. Dejó a Dydimus con Ambrosius y volvió para ayudar al médico. Se sentía mal por lo que acababa de decirle a su amigo. Era como si los goblins, su pueblo a efectos prácticos, no le importaran. Se sintió malvada, pero la realidad era que puestos a sanar alguna herida, prefería que estuviera en el cuerpo de cualquiera antes que en el uno de los Realmente Suyos.


   Transcurrieron días hasta el que salón volvió a tener el aspecto que todos en el reino recordaban, no obstante tuvieron que transcurrir semanas para que el castillo también lo tuviera. Muchos no lograron recuperarse, se marcharon al cielo de los goblins –si es que tenían –. Sarah se prometió que le preguntaría a Jareth. También tuvo la intención de saber al detalle qué pasó en el campo de batalla, por qué de aquellas fieras heridas, pero nadie quiso hablarle del tema, ni siquiera él.

   El rey sufría constantes pesadillas. Se levantaba sudoroso en plena noche. Hablaba en sueños y lo que era aún peor, gritaba. A Sarah se le rompía el alma cada vez que las noches de aparente paz se interrumpían, cuando lo notaba brincar a su lado entre exclamaciones. Sabía que a Jareth le avergonzaba mostrar su afección por lo ocurrido, de modo que muchas noches se quedaba a su lado en la cama haciéndose la dormida, muy quieta hasta que él volvía a acostarse abrazándola fuertemente de la cintura, besándole la cabeza para caer dormido un par de horas más, antes de que el proceso comenzara de nuevo.  

   Fue ella la que insistió en gobernar el castillo pese a sus negativas. No estaba en condiciones, no quería que se esforzara también de día en mantener la calma. Jareth necesitaba desahogarse, llorar si era necesario, dar patadas: lo que fuera. Pero ante todo necesitaban no sentir vergüenza al mostrar sus sentimientos, porque si se le quedaban dentro jamás lograría sobreponerse.

   Sarah asumió el título de reina en funciones; organizó a los goblins, dio órdenes a veces acertadas y otras no tanto, recibió a los viajantes de los reinos vecinos e incluso echó a unos cuantos. No sabía si lo estaba haciendo bien o no, pero no iba a preocuparle con sus dudas. Lo importante era que Jareth se recuperara, que volviera a ser él mismo porque desde el incidente no parecía ni la sombra de lo que fue meses antes, cuando lo veía malvado, cruel y decidido a obtener lo que deseaba. Por primera vez desde su llegada al laberinto lo vio impotente, distraído, débil. No se habían acostado desde su regreso, ni siquiera cuando Sarah iniciaba un acercamiento usando sus artes de seducción, él parecía darse cuenta. Sólo le sonreía, acariciaba sus mejillas y una vez en la cama, la abrazaba fuerte. Aunque a veces ni siquiera eso, se quedaban enfrentados con las manos bajo la almohada, mirándose hasta que uno u otro caía dormido.

   Lo único bueno que la reina en funciones consiguió sacar fue haberse probado a sí misma que era capaz de gobernarlos a todos, evitando el caos entre las criaturas. Pese a ello, pese a que la balanza continuaba inclinándose por el lado de las cosas malas. Sarah echaba de menos ver el salón abarrotado a la hora de la cena; aquellos asientos libres, silenciosos, le hacían pensar en todos los goblins a los que no pudo ayudar. Echaba en falta a Ludo y un abrazo enormemente peludo, que la hiciera sentir a salvo. Echaba en falta a Jareth, a los dos Jareths: el encantador que se había dejado ver antes de la batalla y el otro, el fuerte, el cruel, el decidido, el que la arrancó de su casa para llevarla, fuera o no su voluntad, al laberinto.

   «Todo volverá a la normalidad  –se repetía constantemente –. Todo volverá…»
   Ni lo bueno, ni lo malo duran para siempre, por supuesto que no. Todo volvería a la calma. El laberinto se recuperaría del ataque y ella recuperaría a su rey, seguro que sí.


   Aquella jornada resultó agotadora. Nadie parecía quedar satisfecho con lo que Sarah ordenaba pese a que ella intentaba hacerlo del modo más justo.
A la noche, cuando ya casi había alcanzado la manilla que abría la puerta a los aposentos reales, un goblin la detuvo. Sarah le ordenó que se marchara. Cualquier cosa, por muy urgente que fuera, podría esperar al día siguiente.
Cerró a su espalda y dirigiéndose al tocador comenzó a desnudarse. Miró a Jareth que estaba tendido en la cama viéndola sin hacerlo.

    –¿Has pasado un buen día? –Jareth no respondió –. Sí, supongo que sí.
    –¿Qué quería el guarda?
    –No lo sé. Le he dicho que sea lo que sea me ocuparé de ello mañana, estoy agotada.
    –Tendrías que tratar el asunto ahora.

   «Tendrías que estar tratándolo tú» pensó molesta.

    –No, lo haré mañana –dijo mientras se metía en la cama.
    –Buenas noches entonces.
    –Buenas noches –respondió Sarah dándole la espalda.



   Jareth suspiró aliviado. Había estado a un pestañeo de ser descubierto. Por fortuna el goblin había aparecido entreteniéndola los segundos necesarios para que él destruyera la bola de cristal donde la seductora Sofía vivía su ilusión, danzando en horizontal también aquella noche.

   No podía descuidarla, y tenía que ser muy sigiloso si quería que Sarah no se diera cuenta de nada.

   Sofía era lo más importante en aquellos momentos. Por nada del mundo se arriesgaría a  perderla.

                                                                                                                     Maripa






                              ¡¡¡¡¡¡FELIZ HALLOWEEEEEEEN!!!!!!

Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 26



26. TÚ ERES MI ÚNICA PRINCESA


   –¡Jareth Jareth! ¿Estás bien? ¡Despiértate por favor! –Rogó Sarah a lágrima viva zarandeando el cuerpo yaciente–. Dios mío por favor ¡despiértate!
    –Déjame Sarah, voy a intentar ponerlo en…
   –¡No! –Gritó ella con el corazón a punto de estrangularla porque notaba el latido en la boca, aquello no podía estar pasando–. ¡No voy a separarme de él, Hoggle!
    –Bueno, entonces iré a pedir ayuda, iré a…
   –¡Vete ya maldita sea! –Ordenó sin quitarle los ojos de encima al amor de su vida, que continuaba inmóvil entre sus brazos.
   –¿Sarah? –Susurró Jareth tras una nueva sacudida.
   –Jareth –gimió ella besándole la frente.

   La sangre real tintó su sonrisa de rojo. 


   Los goblins se movían como un organizado enjambre. Sin mediar palabra subieron al rey hasta su habitación y allí dispusieron al herido propinándole todos los cuidados necesarios para que  permaneciera con vida mientras llegaba el doctor. 

   Sarah observaba la escena con impotencia. Caminaba de un lado a otro clavándose las uñas en la palma de las manos para después morderse con fuerza los nudillos. Tenía el vestido manchado de sangre, la cara manchada de sangre, los brazos manchados de sangre y no podía dejar de llorar. Jareth había vuelto a perder el conocimiento y esta vez, por más que intentó despertarlo, no respondía. 

   –Dejad paso, ha llegado el médico –dijo severo un goblin haciéndola a un lado.
Cargaba con un maletín similar al que cualquier doctor del mundo de Sarah podría haber utilizado en una consulta. En cuanto pisó la habitación comenzó a sacar artilugios  colocándolos en diversos puntos, también sobre el cuerpo de Jareth.
   –¡Haz que despierte! –Gritó histérica corriendo hasta la cama.
   –Eso intento, su ilustrísima majes…
  –¡Hazlo! –El doctor continuó trabajando en completo silencio–. ¡Maldita sea Jareth, no te mueras! –Ordenó al rey. 

   Al otro lado de la puerta los goblins del castillo esperaban noticias con los sombreros arrugados contra el pecho. 

   Jareth entreabrió los labios. 

   –Es el momento de dejarme a solas con él –dijo el doctor.
   –¡No voy a marcharme de aquí! –Repuso ella–. ¡No voy a dejarle solo!
   –Deberías salir de la habitación ahora mismo –insistió el doctor. 

   En el pasillo, los habitantes del castillo tuvieron que hacerse a un lado rápidamente para no topar, de modo accidental, con la futura reina en pleno arrebato de golpes contra cualquier cosa que tuviera delante.

   Por fortuna no duró mucho, media hora después la muchacha estaba caída en el suelo con la cara hundida en sus rodillas. Algunos dudaron si ir a consolarla o no sería labor suya, de modo que se abstuvieron, sólo Pelusilla Ciruela se aproximó cauta.

   –No se preocupe su Ilustrísima Majestad, todo saldrá bien –dijo a una distancia prudencial. Sarah levantó la vista y sin poder contenerse la abrazó en un acto de fe, intentando creer sus palabras.
   –¿Dónde están los demás? –Preguntó en un hilo de voz.
   –¿Quiénes, su Ilus…?
   –Los que fueron con él. Sir Dydimus… –Dijo quebrada.
   –Todavía no se sabe nada de ellos.
  –Quiero que vayan a buscarles –Sarah rompió en llanto–, y quiero que me avisen en cuanto lleguen al castillo. Por favor, ve a dar la orden –rogó a Pelusilla.
  –Por supuesto, su Ilustrísima Majestad –la pequeña figura desapareció por el pasillo casi al instante. 

   Y también casi al instante la puerta de la habitación se abrió. Una mano verduzca asomó entre las dos hojas. Sarah se incorporó rápidamente abriéndola de un golpe. 

   Jareth estaba en pie, apoyado contra una columna, sonriéndole con tristeza. Sarah no pudo decir nada, sólo corrió hacia él, le besó llorosa y dio gracias al cielo por haber obrado el milagro. 

   Habían vencido. Una vez más la muerte no pudo separarlos.


   –No hables –rogó ella–. No te preocupes, habrá tiempo para todo.
   –¿Pero estás  bien? –Preguntó Jareth.
  –Sí, ahora sí –dijo sonriendo. Se tendió en la cama, acarició su piel todavía ennegrecida de batalla.
   –Te quiero Sarah.
   –No hables por favor, tienes que recuperarte.
   –Estoy bien, de verdad, no te preocupes.
   –Casi te mueres Jareth –dijo con un nudo en la garganta.
   –Pero me han curado, la medicina goblin es muy poderosa.
   –Da igual, tienes que reponerte, tienes que retomar fuerzas para…
  –Sarah, tranquilízate –la besó apoyado en el costado que minutos antes escupía sangre como si de una fuente se tratara–. No ha sido para tanto… No me mires así, por favor –pidió intentando quitarle algo de importancia a la gravedad del asunto.
   –¿No ha sido para tanto? ¿Ha valido la pena que casi mueras por unas hormigas de mierda?
   –No hables así, mi vida –reprochó–. He tenido que hacerlo, no puedo permitir que vuelvan.
   –¿Pero por qué?
   –Hace mucho tiempo –comenzó Jareth intentando aclarar la situación– mandé construir el laberinto. Las hormigas fueron…
   –Lo sé, Hoggle me lo ha contado.
   –¿Qué te ha contado? –Preguntó con un latigazo de ira recorriendo su piel.
   –Lo de la construcción y que no son como las de mi mundo, que cambian… –Jareth suspiró aliviado.
   –Cuando terminaron de construirlo –continuó– todo fue bien, ambas especies se relacionaban a la perfección, hasta que las hormigas comenzaron a destruir todo poniendo en peligro a mis goblins. Rompían los pasadizos, los pilares maestros del castillo fueron atacados con crueldad. Buscaban hacer el mayor daño posible y lo consiguieron, el laberinto se caía a pedazos porque no podían controlarse... No son animales civilizados, sólo pueden convivir con más hormigas –Sarah esperó con interés la continuación del relato–. Tuve que expulsarlas del reino –confesó pesaroso.
   –Pero eso pasó hace mucho tiempo ¿no? ¿Por qué han vuelto ahora?
   –Porque su reina es una criatura ávida de poder.
   –¿Tienen una reina?
  –Todos los hormigueros la tienen, pero esta es particularmente ambiciosa. Quiere recuperar el laberinto, piensa que les pertenece por derecho cuando no es así, yo las compensé por su trabajo, y sin embargo cargan con violencia, Sarah. Eso no… no puedo consentirlo, no dejaré que corras peligro.
   –Pero si no corro peligro.
   –Cierto, ni lo harás mientras yo pueda evitarlo.
  –No quiero que te expongas por mí, es una tontería. No quiero perderte, no puedo…
  –Tranquilízate –rogó besándola de nuevo–. Sólo tengo que arreglar esto con ellas, mi vida, sólo eso y las cosas volverán a la normalidad, te lo prometo.
  –Acabas de decir que no son civilizadas, no conseguirás que entren en razón –dijo ella a la desesperada, intentando hacerle comprender.
  –Puedo ser muy persuasivo cuando quiero –respondió sonriendo–. No te preocupes, mi reina, no va a pasar nada. ¿Me crees, verdad?
   –No soy reina.
   –Cierto, eres una princesa… Mi princesa.

   Sonaron unos golpes taimados en la puerta.

   –¿Su Ilustrísima Majestad?
  –Entra –respondieron Jareth y Sarah al tiempo, se miraron y sonrieron levemente el gesto. 
   –Acaban de llegar los demás soldados –Sarah se puso en pie de un salto.
   –¿Viene Dydimus con ellos?
   –Sí, su Ilustrísima Majestad. Está herido y…
   –¡Oh Dios mío! –Sarah sintió terror al conocer la noticia–. ¡Tengo que ir con él! –Miró a Jareth que asentía y con un gesto de la mano le señalaba la puerta.
   –Ve con tu amigo, ha sido muy valiente y espero que se recupere.
   –Te quiero Jareth –dijo Sarah mirándole desde la puerta.
   –Te quiero princesa. 

   Cuando la chica desapareció, el rey de los goblins salió sin dificultad alguna de la cama, comenzó a asearse y eligió su mejor vestido. 

   Jugueteó con tres bolas de cristal hasta que una le devolvió la imagen que buscaba, antes de elevarse y pulular por la habitación.


   Había escuchado una melodía suave. ¿Lo había oído o fue sólo un sueño? Seguro que fue un sueño. 

   Sofía volvió a cubrirse con las sábanas. Había dejado la ventana abierta, como cada noche desde hacía quince años, quizá algún día se decidiera a volver. Cerró los ojos e hizo girar la pulsera hasta quedar casi dormida. 

   Sí, fue un sueño, pensó en un último resquicio de lucidez, aunque la melodía sonaba cada vez más próxima, el aire agitaba las cortinas y prácticamente tenía que agarrar con fuerza las sábanas para que no se levantaran. 

   Jadeó al contacto de una mano tibia cubriendo sus labios. Gimió al ver sus ojos; los mismos ojos, el mismo aroma, la misma voz. 

   –Te he echado tanto de menos…

   Comenzó a besarla calmo, recorriendo sus labios con sensualidad, respirándola pausado, dominante. Las lenguas se encontraron tímidas pero henchidas de añoranza. 

   –No puedo creer que hayas vuelto –gimió. 

   Complacido, llevó la ropa de cama atrás. Sofía continuaba utilizando aquellos camisones blancos. Sonrió al comprobar que también seguía siendo rápida a la hora de desvestirlo. Sujetó sus manos por encima de la cabeza, inmovilizándola en un jadeo. 

   –Siempre volveré por ti –dijo antes de perderse en su boca. 

   Deslizó una mano para encontrar los pechos de una mujer, redondeados, de pezones endurecidos. Podía agarrar uno con la mano, pero ya no podía meterlo por completo en su boca. Sofía había crecido, se había convertido en una mujer de espectaculares curvas. 

   Separó sus piernas impaciente, ella desabrochó el pantalón dejando libre su sexo cálido. 

   –¿Por qué no viniste ant…?

   Pero Sofía no pudo terminar la frase. La penetró con fuerza desde el principio, separando la carne que le reservaba desde hacía demasiado tiempo; por más que pasara nunca podría olvidarse de sus amenazas: la quería para él, jamás la compartiría, le dijo siempre. 

   Tiró del cabello azabache obligándole a echar la cabeza atrás para quedar mirando al techo. Pero Sofía no quería, se negó con todas sus fuerzas a la idea de haberlo recuperado y que no le permitiera mirarle a la cara. 

   –Déjame verte, por favor. 

   Rogó, pero no cedía. Continuaba entrando y saliendo de su cuerpo a placer, forzándola a cambiar de postura tirando de sus caderas. Sofía no pudo moverse, él se enredaba cruelmente en su melena mientras le hacía el amor hincando las rodillas en el colchón. 

   Le rogaba que fuera más despacio, gemía, su virgo volvía a abrirse para él, moría de placer, lloraba, pero eso no hizo que se detuviera. Sofía supo que continuaría montándola con la fuerza y la necesidad de quince años sin verse, y entonces sonrió. 

   –¡Te amo! –Gritó exhausta cuando sintió un mar caliente derramándose en su interior. 

   Quedó tendida de lado queriendo respirar con calma, pero sus pechos se movían frenéticos arriba y abajo. Hizo serios intentos por tragar saliva y volverse para encontrar de frente sus ojos de lechuza. 

   –Te amo Jareth, te he amado siempre, cada día, cada instante. No dejaré de amarte nunca –él sonreía a su lado, acariciaba su barbilla antes de pasarle un brazo por los hombros para quedar tendidos y abrazados, sudorosos–. Sabía que volverías, sabía que no me habías olvidado.
   –Nunca podría olvidarte –dijo jugueteando con su pezón.
   –He soñado tantas veces con tu regreso, con volver al castillo, con…
   –Shhh… Descansa, mi adorada Sofía.
   –¿Ya no soy tu princesa? –Preguntó la chica con un deje triste. Sus ojos azules se tornaron vidriosos.
   –Tú eres mi única princesa –dijo Jareth besándola entregado. 


Maripa


¿Qué tal os ha ido la semana maj@s? La mía ha sido tirando a movida y uff... Digo beeeeh!!! xDDD
Ale, ahí queda eso.