Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 31


31. CONVERSACIONES DE CALABOZO



–¿Se sabe algo de Ludo y Dydimus?
–No alteza, sólo ha pasado un día desde que partieron... ¿Mi señor?
–¿Qué? –Bramó Jareth al goblin.
–¿Es bonito ese reino, Sybare?
–¿Qué te importa a ti? –Rezongó el rey levantándose del tosco trono de madera que habían instalado en su tienda de campaña.
–Nada alteza.
–Sal de aquí.
–Sí alteza.

Cuando se encontró solo comenzó a dar vueltas al plan. La noche anterior, una noche fría de desvelo pensando en Sarah, no logró visualizar lo que esa misma tarde tuvo tan claro: tenía que traer a Sofía.
Se había deshecho de Ludo y Dydimus fácilmente enviándolos al reino vecino, Sybare, un lugar plagado de estúpidos encandilados con su propia belleza. Sybare tenía grandes lagos, grandes bosques, grandes ciudades pálidas, grandes castillos escarbados en las montañas y grandes imbéciles de piel casi traslúcida y largos cabellos paseando entre sus calles. Jareth lo había visitado sólo un par de ocasiones tratando de permanecer el menor tiempo posible en su territorio. Aquel modo de actuar de cada habitante, aquel sueño de que todos eran iguales salvo el rey y la reina con sus coronas, aquel todo común en Sybare le resultaba absurdo y desconcertante. No podían haber elegido un momento peor para hacerle llegar aquella carta solicitando su presencia, sin duda no tenían nada mejor que hacer desde hacía siglos. Pero la suerte estaba del lado de Ludo y Dydimus, él que había pensado en deshacerse de ellos enviándolos al frente del ejército, cambió de plan tras recibir la misiva. Los reunió, les dijo que sólo podía confiar en ellos y en su amor por proteger a Sarah de cualquier peligro para aquella misión: representarle ante el pueblo de Sybare. Los muy idiotas le creyeron y partieron raudos.
Jareth tenía una semana para arreglar las cosas y llevar a Sofía a su lecho.
Agarró la capa, la colocó en sus hombros y salió de la tienda. Un par de súbditos le miraron con curiosidad, pero acto seguido continuaron con su labor apagando hogueras. Jareth jugueteó con tres de sus redondos cristales, lanzó uno muy arriba para reunirse a mitad de descenso con él, cuando ya se había convertido en lechuza.
No tardaría en regresar acompañado.


Mientras, en el castillo, a Sarah no le podía ir peor. Durante todo el día tuvo que enfrentarse a un caos digno de ser inmortalizado en un cuadro. Cada goblin iba y venía sin sentido, tenía que repetir las órdenes, tenía incluso que acercarse a ellos para indicarles con el dedo qué restos debían retirar para no tropezarse. Era absurdo. Parecía como si a falta del rey, del mismo rey déspota que les maltrataba a placer, estuvieran perdidos. Sin duda Jareth no era nada sin su pueblo, pero lo fascinante para Sarah fue descubrir que su pueblo tampoco era nada sin él.

No tuvo apetito, la idea de que al fin, tras largas horas de trabajo, podía retirarse a descansar le resultó muchísimo más seductora que una cena. Ya se había puesto un camisón blanco, ya estaba metiendo el primer pie en la cama cuando...
Mierda.
Salió de ella con fastidio: las hormigas. Nadie les habría llevado comida aquel día. Ni siquiera ella lo recordó. Se puso sobre los hombros desnudos una capa elaborada a base de plumas y fino algodón gris, antes de descender a las cocinas. Llenó un pequeño saco de fruta, pan y cuando pudo reunir entre las sobras de la escasa cena, tomando el camino a los calabozos. Descendió la oscura escalera, seguida por los ojos espías. Por un momento pensó que igual que había ojos en los lugares más inoportunos, Jareth también habría obrado para que hubiera bocas que pudieran contarle qué sucedía en cada rincón de su castillo, sobre todo cuando no estaba... Deseó tener una imaginación desbordante y que aquello no fuera cierto. Él no aprobaría que bajara hasta allí para alimentar a nada ni a nadie.
Pasó junto al goblin encargado de custodiar los calabozos que dormía profundamente en equilibrio sobre un taburete. Bajó las escaleras. Con cautela pasó junto a la celda de Morgan, que parecía descansar en su camastro, hasta finalmente acercarse a ellas dos; estaban juntas, como si buscaran darse calor acurrucadas. No parecían tener suficiente paja para dormir sobre algo blando...
¡Pero qué te pasa! ¡Son el enemigo! Se reprochó. Debería odiarlas, su estómago tendría que revolverse ante aquellos rostros desagradables que no eran humanos, ni goblins, ni insectos, y sin embargo eran todo a la vez. Tendría que...
Una abrió los ojos. Incorporándose lentamente, como si sintiera dolor en cada una de sus pequeñas patas, se acercó tímida al centro de la celda guardando una distancia prudencial respecto a Sarah. Ella mostró el saco entre los barrotes, la hormiga dudó si acercarse o esperar a que le arrojaran la comida. Avanzó sólo un paso.

–Ven, no voy a hacerte daño -dijo Sarah. Dejó una manzana en el suelo y la hizo rodar a través de la celda. Vació después el saco de comida dentro, junto a los barrotes–. ¿Comprendes lo que digo? –La hormiga avanzó unos pasos hasta llegar al punto donde la manzana se detuvo–. El otro día me diste las gracias.
–También os las daré esta noche -Sarah abrió los ojos con sorpresa.
–No las merece.
–No deseamos que seáis descubierta. Si el rey lo supiera os mataría.
–El rey nunca me mataría, él no es un asesino.
–¿Ah no? –Jamás pensó que pudiera detectar ironía en la voz de una hormiga.
–Vosotras sí lo sois. Casi destruís el castillo, por pocas...
–Por pocas –repitió la hormiga, Sarah sintió la furia naciendo en su cuerpo.
–¿Qué insinúas?
–¿Quién sois vos?
–¡Yo soy quien hago las preguntas! ¿Qué estabas insinuando? ¿Por qué le llamas asesino?
–Porque el rey es el ser más despiadado que conozco. Le he visto matar a mis hermanas, a mis hermanos, a las larvas... Todo mientras lucía en sus labios su malévola sonrisa.
–Estás mintiendo.
–No sé quién sois, jovencita, pero está claro que no conocéis a Jareth, el Rey de los Goblins.
–Ya somos dos diciéndote que no sabes nada, eso debería hacerte pensar -la voz de Morgan le llegó como un susurro desde su celda, a veinte pasos de la de las hormigas-. ¿Cuánto tiempo quieres seguir en la inopia?
Airada, caminó buscando el rostro de Morgan junto a los barrotes. Lo encontró encaramado a ellos con ambas manos. Ya no llevaba barba, tenía el rostro todo lo limpio que lo puede tener un preso, aquello la sorprendió.
–Dime qué sabes y déjate de juegos.
–Ya te expresé mis condiciones. Sácame de aquí y hablaré.
–No voy a sacarte.
–Entonces entra y ponte cómoda, o si lo prefieres ve a dormir pensando que todo está bien y él te es sincero, fiel...
–¿¡Quieres hablar de una vez!?
–Shh... No grites. No querrás que el enemigo nos oiga.
Se sentía impotente. No tenía armas para defenderse de aquello, para obligarle a hablar de una vez por todas.
–Morgan, por favor, no juegues con mi paciencia. Si tienes algo que decir, dilo -pidió ella.
–Confía en mí, Sarah, déjame salir.

Dudó. Si abría los barrotes... si lo hacía y Morgan se escapaba, Jareth se pondría furioso, pero... Si no sabía qué estaba ocurriendo, qué parecía esconderle, por qué de su extraño carácter últimamente, sería ella quien no aguantara mucho más.
Dudó subiendo la escalera en busca de las llaves. Dudó al sacarlas del cinturón del guardia que seguía en el taburete. Sintió deseos de tapar aquellos ojos del calabozo con su capa... Finalmente los cubrió mientras Morgan seguía sus movimientos. La miró desafiante antes de abrir la celda, dudaba, pero su curiosidad era mayor, y esa era el arma que iba a esgrimir contra ella.
Hubo un chasquido.


Sofía aguardaba la llegada de su amado sentada en la cama. Había preparado una diminuta bolsa de viaje llena de lencería y perfume. La otra vez que fue al laberinto Jareth eligió sus vestidos y mandó quemar la ropa que llevaba puesta, a él le encantaba verla envuelta en sedas, era absurdo cargar con sus míseros harapos de recepcionista.
Su llegada fue como una caricia de brisa. Sofía sonreía embobada viendo a su príncipe, pese a que él no sonreía.

–¿Estás lista?
–Sí mi amor.
–Vámonos.
–He soñado tantas veces con volver al Laberinto que estoy...
–¿Qué llevas ahí?
–Cosas que van a gustarte –confesó acercándose tentando un beso. Jareth se retiró para su consternación–. ¿Ocurre algo?
–¿No llevas ropa?
–No... Pensé que te gustaría elegirla por mí, como la otra vez.
–Yo de ti llevaría algo de abrigo.
–Mmm... De acuerdo –dijo Sofía tomando la primera prenda larga que encontró en su armario.
–Vámonos.
–Vale...


–Vale, ahora habla.
–Siéntate, ponte cómoda.
–No gracias. Habla.
–Relájate Sarah –dijo tomándola con firmeza por la cintura, manipulador. Olía tal cual recordaba.
–Suéltame y habla de una vez –Morgan sonrió con malicia. La soltó.
–¿Nunca te has preguntado dónde va?
–Otra vez con eso... Él-Es-El-Rey.
–Cierto, tienes razón. ¿Pero, dónde va cuando deja éste mundo? ¿Qué busca tan lejos si tú estás aquí, querida? –Dijo colocándole un mechón de pelo tras la oreja.
Sarah abrió la boca para responder, pero volvió a cerrarla. En realidad no tenía ni idea.
–Cuando se marcha de aquí no está preocupándose por su pueblo -dijo Morgan sintiendo su entrepierna inflamarse tras inhalar aquel perfume–. No sé qué te habrá dicho, querida –se aproximó a ella, rodeándola como si fuera un apetecible filete y él un carnívoro despiadado–, pero miente.
–¿Por qué iba a mentirme?
–Porque no quiere que sepas cómo es en realidad -disfrutó burlándose de su ignorancia–. Sarah, ¿crees que fuiste la primera para él?
–¿A qué viene eso?
–Cuéntame qué te ha dicho.
–No pienso... ¡No voy a...! –Replicó indignada.
–¿Te habló de Sofía?
Se hizo el silencio en la celda. ¿Sofía, quién diablos era Sofía?
–¿Quién era Sofía?
–Es, no era: Es... –Morgan disfrutó de ese momento como hacía tiempo no disfrutaba de nada.
–No la conozco.
–Lógico pequeña Sarah –dijo Morgan acariciando su brazo desnudo, entreviendo la forma de sus pechos oscilar con su respiración agitada–. Sofía es su debilidad, la primera mujer para él, la que puede más que tú y le hace abandonarte para morar en su cama.
–Estás mintiendo –dijo Sarah rabiosa–. Él nunca me engañaría. Sólo quieres aprovechar que se ha ido para hacerme dudar.
–No preciosa, si estuvieras tan segura de él no habrías abierto la puerta de mi celda.
No se contuvo más. Atrapó a Sarah entre sus brazos y comenzó a besarla introduciendo la lengua en su boca. Ella estaba rígida, le costó reaccionar al ataque, y cuando lo hizo intentó zafarse de aquellas garras que se encaramaban a su cuerpo arrancando el camisón blanco, tumbándola en el camastro separándole las piernas.

–¡Suéltame! –Gritó. Las hormigas comenzaron a soltar gruñidos o lo que quisiera que hicieran aquellos insectos cuando se alteraban.
–No te quiere. No eres nadie para él y yo te amo –dijo entre dientes inmovilizándola, sacando el miembro férreo de su pantalón.
–¡Que te quites de encima!
–¡Se está follando a Sofía! ¡No seas idiota! –Bramó sujetando su pene con la mano, intentando entrar en ella.
–¡Guardias! ¡GUARDIAS! –Gritó Sarah con todas sus fuerzas. Morgan cubrió su boca con la mano.
–Eres una imbécil –dijo agarrándola del cuello, presionando levemente–. ¿Ahora pides ayuda? ¿Después de abandonarme en tu silencio me vuelves a rechazar?... No te va a servir de nada niña estúpida. Voy a follarte, voy a llevarte conmigo a mi castillo y te vas a enamorar de mí, quieras o no.
Le soltó el cuello cuando unas voces, un sonido de pisadas metálicas bajando la escalera, pusieron fin a la escena. Morgan miró hacia atrás viendo la sombra del goblin armado descender apresurado con lanza y espada al ristre.

–Esto no va a quedar así -le amenazó desquiciado.
Se perdió subiendo escaleras arriba a toda velocidad. Segundos después el goblin caía rodando entre el estruendo escaleras abajo.
Llorando, a punto de desmayarse, Sarah intentó ponerse en pie y salir del camastro pero todo el cuerpo le dolía y cayó al suelo. Sollozó arrastrándose hacia la salida y también por el pasillo. Consiguió ponerse en pié encaramada a los barrotes.

–Jovencita ¿estáis bien? ¿Qué ha ocurrido? ¿Os ha hecho algo? –Preguntaron las hormigas. Sarah pudo ver cómo intentaban asomarse entre los barrotes inútilmente, no les cabía la cabeza. Se apoyaban con dificultad en las patas traseras–. Jovencita ¿¡podéis escucharnos!?


Maripa

¿Cómo han ido las fiestas, hermos@s? Esperamos que bien, que las hayáis pasado en compañía de vuestros seres queridos, y de no haber sido así, que haya sido del mejor modo posible. 
Nosotras bien, con nuestros picos de "tensión", pero vamos, felices y contentas con ganas de darle una coz en el culo a éste culero 2012 que se ha portado de forma tan regular. 
En fin, ésta es nuestra última entrada del año, y dejando de lado cómo hayan ido las cosas antes queremos deciros que:

-GRACIAS por haber estado aquí fieles a vuestra cita quincenal con estas dos ovejas locas. 

-GRACIAS por habernos hecho pasar de las 10.000 visitas: SOIS AMOR

-GRACIAS por ser gente tan maja y adorable

-GRACIAS por dejar que os entretengamos con nuestras historietas. 

-GRACIAS por ser, estar y parecer.

WE LOVE MARIVIGILIAS, QUE SIN VOSOTRAS NO SERÍA POSIBLE. 

Os deseamos una salida de año genial y una mejor entrada. 

BESOS O LAMETONES, LO QUE QUERÁIS

Nos vemos el año que viene. 








Coff Coff... ENERO









Coff Coff... NUEVO FANFIC









Coff Coff... VENGADORES








Coff Coff... LOKIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII'D 







ARE YOU LOKI'D???


Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 30

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30. FRUTA EN EL CALABOZO

 

Cuando Sarah despertó aquella mañana lo hizo sola. Caminó hasta el ventanal que daba al patio y mirando desde allí pudo distinguirlo entre los goblins. Casi todos estaban ya a las riendas de sus monturas.
   Agarró algo con qué cubrirse y bajó las escaleras a la carrera. Aquellos con los que topó de camino la miraron perplejos mientras ella, roja de la emoción y jadeante, intentaba llegar al patio antes de que la tropa se marchara.
   No llegó. Salían por la puerta capitaneados por Jareth mientras quedaba apoyada contra la jamba de roble, sudorosa.
   Él no volvió la vista atrás, pero tanto Dydimus como Ludo lo hicieron apenados, sin más opción que la de continuar avanzando tras el caballo del rey.

   –Su ilustrísima majestad...
   –¿Qué? –Dijo Sarah siguiendo con la vista a los soldados.
   –El rey me ordenó que cuando se despertara le entregara esto –dijo Pelusilla mostrándole un sobre cerrado.
   Sarah lo tomó mientras buscaba un lugar para sentarse en la sala, donde todavía trabajaban los goblins del servicio retirando los platos y tenedores del desayuno. Abrió el sobre:

Sarah.
    No he querido despertarte, cuando duermes eres tan bella...
    Mi vida, no temas por mí, esta guerra está vencida. Tampoco temas por tus amigos, cuidaré de ellos y los protegeré por todos los medios.
    Pronto volveremos. Hasta entonces quedas encargada del castillo: tú eres la reina. Quiero que ordenes sobre todo. Haz lo que tengas que hacer, atiéndelos y cuida de mi pueblo. Ahora te necesitan. Los goblins te obedecerán, son fieles a su rey.
    Te enviaré cartas desde el frente, no temas, y cada día antes de que el sueño me lleve pensaré en ti, en tus labios, en tus ojos, en tu cabello sobre mi almohada...
    Te echaré en falta durante este corto tiempo, pero no te inquietes, volveré en seguida.
    Te ama,

Jareth.


   Leyó la carta, la dobló y volvió a guardarla en el sobre tomando convencimiento de sus nuevas funciones. Si eso era lo que él quería que hiciera, lo haría, ¡vaya si lo haría! Trabajaría duro, más incluso que lo hizo durante aquel tiempo. Jareth no tendría que preocuparse por el castillo, ni por nada que no fuera terminar con aquella locura y regresar a casa con los demás.
   Subió a vestirse, aquella mañana Sarah empezaría a hacer todo lo que se esperaba de ella.

   Las horas pasaron más rápido de lo que pensaba. En el despacho, mientras trabajaba ultimando detalles para el día siguiente, se sorprendió descubriendo que al prestar atención a lo que hacía, cuando realmente se sumergía en su labor real, el tiempo parecía esfumarse. Anotaba en un gran libro de encuadernación en piel los asuntos pendientes cuando escuchó a Pelusilla chismorrear con otra goblin, cerca de la puerta. Sarah sabía que escuchar las conversaciones ajenas no era elegante, pero un par de palabras filtradas la obligaron a levantarse, caminar de puntillas, y poniendo una oreja contra la puerta, seguir atenta la conversación.

   –No sé qué hacer. Creo que comen azúcar, pero no tenemos mucha y esos monstruos tampoco se merecen que les demos nada.
   –¿Ya le has preguntado a su Ilustrísima Majestad?
   –No sé si molestarla, está tan liada la pobre...
  –Pregúntale. El rey le ha dejado órdenes. Seguro que le ha dicho algo, además esta decisión no es tuya.
   –Sí, sí... Debería entrar...
   Sarah regresó corriendo al escritorio. Abrió el libro disimulando, escuchó el toc toc en la puerta.
   –Pasa...
  
   La duda de la goblin era simple: las prisioneras seguían en el calabozo. Una vez al día se les hacía llegar alimento a todos los presos, pero desde que ellas fueron capturadas el rey no las alimentó. Parecía que una podía estar muriendo, los guardias estimaban que debido al hambre. ¿Debían alimentarlas?
   Sarah ordenó que sí lo hicieran. Si Jareth hubiera querido que murieran y no sólo torturarlas, las habría matado la noche anterior. Ordenó que prepararan unas cuantas frutas y también agua pero no se las bajaran porque tenía intención de hacerlo ella misma. Desde el día que las hormigas llegaron a su vida, estaba deseando ver una aunque sólo fuera de lejos, y aquella era la oportunidad perfecta de hacerlo.
   Aunque tanto los guardias como el servicio se opusieron, Sarah bajó a los calabozos cargando un saquito con el menú que les serviría aquella noche.


   Casi no recordaba los calabozos. No había bajado allí en meses, desde que Jareth capturó a todos sus amigos en aquella lejana época oscura. Caminó por el corredor con cuidado de no tocar nada. El musgo que crecía por las paredes parecía estar vivo siguiéndole con aquellos ojos vigías.

   –¡Sarah! –La agarraron empujándola hacia las rejas. Se golpeó el hombro soltando un alarido–. ¡Has venido a sacarme de aquí, sabía que lo harías!
   –¡Suéltame! –Ordenó sin saber a quién o qué se lo estaba diciendo. Pero de pronto miró su brazo todavía preso de una mano enorme, callosa y sucia; una mano de cazador–. ¿Morgan?
   –¡Sabía que vendrías! Yo, yo... Oh, lo lamento tanto... –dijo soltándole el brazo, momento que Sarah aprovechó para retroceder hasta un punto donde él no podría volver a agarrarla–. Debí sacarte de mi castillo. ¡Tenía que haberte llevado a otro reino! ¡Un reino donde estuviéramos a salvo! Pero él... Él apareció, Sarah. Te secuestró y me metió preso. No pude protegerte y no sé qué te haría. Lo he pasado tan mal -Sarah intentó reconocerle entre las sombras.

   La figura del cazador que recordaba, su cuerpo fuerte y moldeado, su cabello oscuro, su rostro anguloso, no se parecía en nada al que distinguía en aquella celda. Allí sólo había un hombre casi en los huesos, demacrado y sucio. La barba le colgaba hasta el pecho. Sus clavículas eran el exponente mismo de la demacración.

   –No me secuestró, me salvó la vida... Estás loco, Morgan.
  –¿Loco? ¿Eso es lo que te ha hecho creer? –Comenzó a reír. Sus carcajadas retumbaron en el calabozo–. Por supuesto, ¿cómo iba sino a retenerte a su lado? Él es un manipulador, un mentiroso, seguro que no te ha contado nada todavía, el muy cobarde.
   Sarah iba a ordenarle callar, pero aquellas últimas palabras la detuvieron.
   –¿Qué es lo que no me ha contado?
   Pudo ver los blancos dientes de Morgan brillar en la celda.
   –Sácame de aquí y te lo diré.
   –No voy a sacarte.
   –Hazlo. ¿No quieres descubrir qué te oculta?
   Aquello era una trampa. Morgan no sabía nada, no podía saber nada encerrado en el calabozo como estaba desde hacía meses. Pero aún así...
   –Dime qué sabes.
   –Sácame de aquí.
   –No.
   –¡Sácame!
   –No.
  –¡Eres una idiota, Sarah! –Dijo dando un fuerte golpe contra los barrotes que le hizo retroceder alarmada–. ¡Te crees lo que te cuenta sin más! ¿No te has preguntado dónde va cuando desaparece?
   –¡Es rey, tiene que atender al reino!
   –Atender al reino, por supuesto... Y dime Sarah, ¿también te crees que en algún lugar hay goblins guapos? –Se mofó Morgan.
  
   Sarah recogió el saco que había dejado a sus pies con la fruta y se dirigió a las siguientes celdas. Allí, entre paja maloliente y charcos de humedad, distinguió dos cuerpos más grandes que los de un perro, más que Merlín al menos. Se echaron atrás cuando la vieron detenerse frente a sus barrotes, pero en cuanto olieron lo que llevaba en la bolsa se acercaron, aproximándose también a la luz. Fue en ese momento cuando Sarah pudo distinguir las pinzas que tenían en la cara y sus ojos... sobre todo sus ojos. No tenían antenas, los tenían en la misma posición donde los tendría cualquier persona. Eran caras humanas coronando cuerpos de insecto.
   Sarah lanzó la fruta al interior del calabozo, las hormigas comenzaron a devorarla con avidez. Sintió nauseas. Habían resultado ser una aberración, algo más desagradable que nada de lo que hubiera visto jamás, pero aún así no tenía estómago para dejarlas morir padeciendo. No así. Que Jareth las ajusticiara si quería, pero ella no iba a hacerlo.

   –Jraziassss –escuchó decir a una en un susurro.
   Tenía la voz chillona, molesta.
   –¡La princesa tiene corazón! –Se burló Morgan–. Es una estúpida a la que todo el mundo engaña, pero ¡tiene corazón! ¡Ha bajado a dar de comer a las hormigas! –Dijo descoyuntándose de la risa.
  Sarah deseó ordenarle callar, pero sabía que hacerlo, jugar a su juego sólo podía traerle consecuencias.

   –Volveré a verte pronto, lo sé.
   –Ni lo sueñes.
   –Oh sí, ya verás como sí...

   No lo haría, no volvería a bajar allí nunca, se prometió...

   ...Rompió su promesa sólo dos noches después. 



Maripa

Me han dicho un par de ovejas que pasaba algo con el capítulo 29, que no podían leerlo. Espero que esté solucionado, ya me contáis. 
Abrigarse tropa!!!!

Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 29.



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29. PRISIONEROS.


Las horas pasaron despacio, como se traga un caldo que lleva demasiado tiempo esperando ser devorado en su caldero. El palacio estaba espeso, la nube de polvo se resistía a tomar asiento mientras lo habitantes del castillo echaban rápidas ojeadas entre el caos, preguntándose qué debían hacer a continuación.
Sarah no lo sabía. Por más que la miraran en silencio, temerosos, no podía dar respuesta. Tampoco se atrevía a ir a la habitación y preguntarle a Jareth. Aquel era uno de esos momentos donde una aspirante inteligente a reina, debía hacer algo sin perturbar al rey.

¿Por qué todo esto sigue sucio? –Desde lo alto de la escalera, su voz rebotó en lo que quedaba de paredes haciendo que los caminantes sin rumbo alzaran la vista hacia él–. ¿No les has dicho que se pongan a trabajar, Sarah?
No, todavía no he dado ninguna orden.
¿Ni siquiera las que expresamente pedí que dieras?
No –bajó la vista hasta sus zapatos.
Está bien, ya que te niegas seré yo quién lo haga: ¡que cada goblin comience ahora mismo a reconstruir, limpiar y restaurar el castillo! ¡Quiero TODO esto arreglado para la hora de la cena! ¡Que una patrulla se dirija a las afueras por si alguna de esas malnacidas sigue por aquí! ¡Que la capturen! ¡Que me la traigan! ¡Que los soldados y todos los que no estén heridos se preparen porque saldremos hacia la guerra al amanecer! ¡Que muera quien no obedezca!
Las últimas palabras que Jareth gritó se mezclaron con la nube de polvo. Sarah no podía creer lo que acababa de escuchar.
¡Pero Jareth! –Subió las escaleras a toda prisa intentando alcanzarle–. Es imposible.
¿Qué has dicho? Creo que no te he escuchado bien.
Que es imposible tener todo esto listo antes de la cena –le tomó del brazo acercándose para susurrar en su oído–. No deberías asustarlos así.
¿Que no debo asustarlos así? –Repitió mientras la ira se apoderaba de su cuerpo–. ¡Maldita sea que puedo! –Se zafó del brazo de Sarah con rudeza–. ¡Reparad mi castillo o morid, malditos!
Todos los goblins comenzaron a trabajar frenéticamente. Sarah le vio desaparecer por el pasillo con andares furiosos.



No sé qué le pasa –confesó a Ludo mientras juntos colocaban la mesa del gran comedor–. En estos momentos y siendo el rey tendría que hacer llegar la calma al pueblo.
Ludo miró el salón con incomprensión antes que Sarah continuara hablando.
No puedes, No Puede dejarse llevar por la ira. Tiene que ser frío, ahora es cuando debe ser el rey que todos los goblins esperan. Sí, sé que el castillo está dañado pero no es irreparable. ¿Qué espera? –preguntó mientras daba un puntapié a una piedra desprendida– ¿que los goblins den su vida por él en la guerra sabiendo que si esto no está listo para la hora de cenar van a morir igualmente? No. No puede hacer eso.
Jaaareth rey.
Lo sé Ludo, es el rey, pero ser rey no implica solamente dar miedo y amenazar a tu pueblo, también implica ponerlo a salvo y mira, quiere llevaros a la guerra.
¿Luuudo guerra? –El vello de Sarah se erizó.
No si puedo evitarlo

Subía las escaleras dispuesta a explicarle al rey el las consecuencias que podían acarrear aquellas decisiones. Atravesó el corredor marcando cada paso con sus tacones premeditadamente. Iba a escucharle llegar: que se preparara. Jareth tenía que entrar en razón a como diera lugar, pero... Quizá en otro momento... La habitación estaba desierta, se había marchado sin decir nada a nadie.



Muy bien Sofía, muy bien –la muchacha seguía bajo su cuerpo contoneándose entre jadeos–. Así, así... lo estás haciendo muy bien...
¿Te gusta? –Preguntó sofocada. El sudor propio se mezclaba con el ajeno a cada movimiento, con cada beso lacerante.
Oh, me encanta, princesa. Déjate ir –la chica apretaba los labios con los ojos cerrados mientras él empujaba suave y complacientemente–, entrégate a mí, Sofía. Hazlo y yo seré tuyo...

Sofía se retorció gimiendo con el rey de los goblins entre sus piernas. Se aferró a su espalda hincando los dedos mientras los estertores se sobreponían a cualquier respuesta. Jareth la besó cortando su respiración, forzándola a continuar con vida gracias al aire que se filtraba de su boca. Tuvo que echar la cabeza a un lado antes de sentir la asfixia.

Así, así, muy bien –dijo el rey una vez finalizaron los espasmos en su vientre–. Relájate princesa.
¿Y tú?
Me daré por satisfecho si juras que serás mía sin condiciones. ¿Lo serás?
¡Oh Jareth! ¡Sí! ¡Llevaba años esperándote! Era como Wendy anhelando el regreso de Peter Pan.
No sé quiénes son.
Es igual. Soy tuya, enteramente tuya.
Entonces vendrás conmigo.
¿Dónde?
Al laberinto, por supuesto.



¡Maldito sea! –Gritó Sarah en el jardín–. ¡Le odio!
¿A quién, Milady?
¡A Jareth!
¿Por qué?
¡Ha desaparecido, Sir Dydimus! ¡Justo ahora, cuando el reino más lo necesita, le da por desvanecerse! No tenemos luz, no tenemos antorchas, no tenemos agua. No hay nada y él se va; así de fácil... ¡Es un idiota, un maldito idiota irresponsable!
Sabes que si esas palabras hubieran salido de la boca de cualquier otro, ya lo habría matado ¿verdad? –Jareth bajó del caballo en el puente de acceso al castillo.
Jareth...
Me fascina escucharte confesando a voz en grito lo que piensas de mí. Es altamente inapropiado que sea la reina quien hable de ese modo. Lo sabes ¿verdad? –Dijo clavándole su mirada helada hasta el alma.
Sarah se sintió encoger ante él.
Tendrías que haber estado aquí, con los tuyos, reconstruyendo el castillo.
He estado haciendo algo más útil por los míos... –dijo Jareth señalando el puente por el que se aproximaba una tropa de goblins con dos prisioneros–. Los gritos serán insoportables, te aconsejo que no bajes al sótano, mi reina –se burló Jareth señalando a las hormigas con el mentón.



En esta ocasión y por más que Sarah quiso desobedecerle, esperó en el dormitorio. Se cubrió con las sábanas, utilizó el almohadón para taparse la cabeza, incluso cantó a voces el último tema que recordó sonando en la radio, pero ni así se mitigaban los gritos de las hormigas y los de Jareth. Él mismo estaba torturándolos en los calabozos. Debía estar haciéndoles cosas terribles.

Hora tras hora el suplicio iba en aumento. Los prisioneros lloraban, maldecían, rogaban, juraban estar diciendo la verdad, pero la tortura seguía, se intensificaba por momentos hasta un punto en que Sarah no pudo evitar romper a llorar cuando todo quedó en silencio. Se encogió abrazándose el vientre con la certeza de que las había matado para satisfacer su venganza, pese a que nadie había muerto en el castillo.

No le reconocía. No era el mismo de antes, ni siquiera el mismo del principio. Jareth se había convertido en un monstruo que la aterrorizaba. Un monstruo que abría la puerta para desnudarse sentado al otro lado de la cama.

¿Duermes?
No.
Deberías hacerlo; yo estoy agotado…

La respiración cambió pocos segundo después, cuando el rey comenzó a soñar con la guerra y ella con poner a salvo a todos sus amigos.


Maripa


Winter is coming pa tós!!! xDDDDDDDDD 



 

Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 28.




28. EL DESPERTAR DEL FÉNIX.

   Una de las consecuencias de mantener durante un mes aquel ritmo, era que Sarah sintiera taquicardia cuando un goblin se acercaba al trono hincado de rodillas. Eran demasiadas peticiones, demasiados ruegos, demasiadas cuestiones que precisaban ser resueltas para que el reino continuara funcionando. Jareth sugirió que tomara clases de filosofía goblin, de lógica y otras materias que, según su criterio, una buena reina debía conocer… A Sarah le daban ganas de coger todas esas sugerencias y hacérselas tragar quizá con un poco de cianuro. Era una lástima que no existiera semejante veneno en aquel mundo, lo sabía bien, no porque pretendiera envenenarle, sino  porque en más de una ocasión durante aquellas agotadoras semanas, había acudido al herbolario detrás del castillo en busca de alguna planta que mitigara su dolor de cabeza.

   Poco a poco aquel lugar en ruinas, prácticamente oculto tras las hojas de un sauce llorón, se convirtió en su pequeño refugio. Los muros de la cabaña estaban hechos de piedra, prácticamente todo estaba construido de ese material a excepción de los ventanales. El sitio le ofrecía cosas vitales que no podía encontrar en ningún otro lugar del palacio: silencio e intimidad. Era como si al estar cubierto por las ramas del árbol, los goblins lo hubieran olvidado. Lo más cerca que estuvo de ser descubierta fue cuando uno se aproximó a cincuenta metros para continuar recogiendo flores en otra dirección.

   Allí no le perseguían las súplicas, no le acosaban las demandas de los heridos, podía caminar de un lado a otro y hasta patalear sin que nadie la viera… Podía incluso llenar los pulmones de aire sin pensar que el corazón se le pararía de un momento a otro. Podía hacer de todo, pero… lo haría otro día. Era tarde, debía regresar al castillo si no quería que nadie la echara en falta.

   O quizá no. Quizá les viniera bien un poco de caos.

   Se quedaría un poco más allí, ojeando el libro Plantas Raras e Intrigantes del Laberinto.


   Una montaña peluda se aproximaba a toda velocidad hacia las puertas de la ciudad goblin. El gigantesco guardia de la entrada inclinó su cabeza metálica para observar al recién llegado, que desde allí parecía un diminuto pelirrojo jadeante. El gigante de hierro se hizo a un lado. En cuanto  Ludo pudo, corrió al castillo como alma que lleva el diablo.

   Intentó hablar con varios goblins pero nadie parecía querer escucharle. Para colmo de males, cuando consiguió acceder a la sala del trono la encontró vacía.
Escasos segundos después de que Ludo gritara el nombre de su amiga, buscándola con desesperación, las piedras del castillo comenzaron a temblar sin que nadie las llamara…


   …Muchas lo hicieron bajo sus pies, en el herbolario. Sarah se agarró a la mesa anclada al suelo. ¿Qué estaba pasando? ¿Un terremoto? ¿También allí había terremotos? Un polvillo blanco se deslizó sumiendo su remanso de paz en la neblina que le impedía ver con claridad. Sarah supo que debía salir de allí antes que el tejado cayera sobre su cabeza. Corrió hasta la puerta alcanzando el exterior con la garganta seca. Tuvo que tomarse unos segundos para recuperar la respiración mientras todavía sentía la tierra moviéndose bajo sus pies.

   Corrió hacia el castillo sujetando el bajo de su vestido con ambas manos. Encontró cerca de las puertas a unos cuantos goblins que trabajaban los campos. Asustados, algunos intentaban esconderse bajo enormes coles. Avanzó hasta ver las puertas del palacio también hiper  concurridas, pero sólo por criaturas que a ella no le llegaban ni a la cintura; ni rastro de Jareth.

   –¿Dónde está el rey? –zarandeó al primer goblin a su alcance.
   –No lo sé señorita –dijo trémulo.
   –¡Mierda! –Sarah intentó abrir el portón de entrada en vano–. ¿Por qué lo habéis cerrado? –Gritó a los goblins que la miraban con estupor–. ¡Jareth está arriba! ¡Hay que abrir esta puerta! –Dijo dándole un nuevo empujón mientras el filo, como por arte de magia, cedía y la puerta se abría sin mayor esfuerzo–. ¿Pero qué…?
   –¿Saaarah? –Preguntó alguien al otro lado.
   –¿Ludo, pero qué haces ahí dentro?
   –Hormiiiigas, hormiigas maaaaaalas.
   –¿Hormigas? –Un cascote cayó rozando el brazo de Ludo que emitió un potente gruñido de dolor–. ¡Sal de ahí Ludo! –Gritó tirando de su peludo brazo para ponerle a salvo y dejar la puerta libre–. Tengo que ir a por Jareth –dijo echando a correr hacia las escaleras.

   Encontró grandes bloques caídos por todas partes, tuvo que saltar muchos de ellos hasta alcanzar los peldaños. Todo estaba teñido de gris debido al polvillo que se había arrancado de la piedra tras el terremoto. Sarah temió que la estructura de la escalera cediera bajo su peso, pero continuó ascendiendo a pesar de los crujidos. A voces gritó el nombre de Jareth con  esperanza de que estuviera donde estuviese, la escuchara y saliera a su encuentro, pero Jareth no respondía.

   –¡Jareth! –Llamó de nuevo cuando alcanzó la cima. Tomó el pasillo que la llevaba hasta el dormitorio, en aquella zona los daños eran tan graves que sintió ganas de llorar.

   Las pinturas y sus marcos se esparcían por los suelos. Los preciosos cristales de las ventanas estaban rotos, igual que la mayoría de puertas que se descolgaban por el corredor como  marcando el camino hasta la puerta del fondo –el dormitorio real–, que continuaba cerrada.

   Sarah intentó abrirla y no pudo. La empujó con las manos, con el hombro, dio patadas mientras le llamaba rogando que estuviera bien. Estaba a punto de rendirse cuando se abrió con un chasquido.

   Era un milagro, pensó, debía serlo. El dormitorio estaba en perfectas condiciones, como si el caos que reinaba fuera de aquella estancia, correspondiera a otro castillo. Sarah vio a Jareth  junto al ventanal, en pié, con la mirada fija en un punto que se perdía más allá del horizonte.

   –¿Estás bien? –Se acercó por su espalda para abrazarle, hacía escasos momentos temió lo peor–. ¿Jareth?...

   Notó sus manos gélidas cuando de un tirón la llevó a su boca. Sarah intentó retroceder alarmada por la sorpresa y la fuerza con que tiraba hacia sí. Protestó gimiendo mientras era empujada violentamente hacia la cama. Se le subió encima antes siquiera de poder  incorporarse. Jareth sujetó sus manos a ambos lados de la cabeza presionándole las muñecas con fuerza. Tenía la mirada ida, los labios grises, la frente surcada de sudor.

   –¿Qué te pasa? –Preguntó entrecortada mientras le subía el vestido–. Dímelo ¿qué pas…?

  Pero no pudo terminar la frase. La penetró hasta alcanzar el tope que imponía su vientre. No salió, no se movió un milímetro mientras Sarah se retorcía gimiendo bajo su cuerpo. Sólo entonces retrocedió para volver a entrar anclando sus garras en las caderas de la chica, manteniéndola inmovilizada. La embistió por tercera vez, con furia, con necesidad, con crueldad. Sarah gritó sudando un dolor que comenzaba a resultar placentero.

   Él no sentía placer, sólo la dolorosa necesidad de tenerla bajo su cuerpo, entrar en ella, salvarla, dominarla. Encaramarse a sus pechos para no soltarlos, para ocultarla entre sábanas de seda y colchones de pluma, dentro de él, como si pudiera así  alejarla del peligro.

   –Perdóname Sarah –dijo deteniendo su cadera para besarla–. Por favor, perdóname…
   –Pero ¿por qué?
   –Perdóname… –repitió Jareth internándose de nuevo, esta vez despacio, sereno, arrepentido.

   Sarah no se conformó con la súplica, quiso preguntar más, resistirse o hacer algo, pero las caricias le llegaban tan dulces y tristes que no tuvo voluntad más que de abandonarse sobrecogida al placer. Se deshizo entre sus brazos besándole hasta que se sintió llena de su esencia. Los labios de Jareth volvían a estar sonrosados, su mirada sostenía fijamente la de ella.

   Acarició su mejilla antes de dejarla yaciendo en la cama, recomponiendo sus ropas con gestos certeros. 

   –¿Qué ocurre? –Arrodillada, abrazó a su prometido por la espalda para besar su cuello pálido–. ¿Por qué te disculpabas?
   –He de irme –Jareth sintió un estremecimiento.
   –¿Dónde?
   –A la guerra.
   –¡No!
   –He de hacerlo, Sarah.
   –¡No! ¡No tienes que hacer nada que no quieras! ¡Eres El Rey!
   –Tengo que protegerte.
   –¿Pero de qué?
   –Podrías haber muerto.
   –Pero Jareth, por favor... Ha sido un terremoto, podría haber pasado en cualquier lugar, en cualquier momento –el rey se volvió al borde de la cama dejando una pierna descansar sobre el colchón. Acarició su mejilla. 
   –Han sido las hormigas, princesa.
   –¡No, ha sido un terremoto!
   –Ya vale por favor. Obedéceme por una sola vez…
   –¡No quiero que vayas a ningún lugar!
   –Sarah –comenzó colmándose de paciencia–, las hormigas han atacado y lo han hecho por los túneles, así su ataque es letal. Casi destruyen el castillo, te matan a ti y a mis súbditos: he de irme y tú debes quedarte aquí.
   –¡No quiero que te vayas! ¡Y no voy a quedarme aquí como si la cosa no fuera conmig…!
   –¡CÁLLATE Y OBEDECE! –Gritó Jareth mostrándose tan aterrador como al principio–. ¡Es la guerra! ¡Ellas han lanzado la primera flecha y ahora pagarán las consecuencias! ¡Vas a quedarte en el castillo, eres la futura reina y debes cuidar de los que no puedan venir al frente! Se acabó la discusión.

   Sarah no podía creer lo que acababa de ocurrir. Jareth se había levantado como un fénix, pero  poseído por la crueldad del rey de meses atrás, el que la trataba como si fuera de cristal mientras, divertido, jugaba a destruir su vida.

   –Ahora bajarás, pedirás que preparen mi armadura y mi caballo, dirás al ejército que se reúna conmigo al alba en el puente del castillo y después volverás aquí.
   –Pero…
   –¡HAZLO!

   Sarah tembló. Se dirigió sumisa a la puerta del dormitorio donde echó una última ojeada a su futuro esposo.

   Descendiendo hasta el salón vio que los confusos goblins volvían a ocupar la estancia. Entre ellos se alzaba el rotundo Ludo, asustado.

   –¡Saaaarah! ¡Hormiiigas! ¡Túuuuunel! ¡Hormiiiigas!
   –Ya lo sé, Ludo, ya lo sé…



Maripa

Noviembreee fríoooo!!!! Culos prietos en el redil xDDDDDDDDDDD

Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 27


27. LA REINA EN FUNCIONES






   Sarah pensó que sólo unos pocos habían ido con Jareth para ayudarle con aquella locura de las hormigas, pero fueron cientos los heridos que se repartían por el salón principal convertido en puesto de emergencia. Se puso mano a mano con el doctor. No conocía la mitad de utensilios que el estresadísimo goblin empleaba en su labor, pero hizo cuanto estuvo a su alcance por ayudarle. Corrió de un lado a otro intentando sofocar los gritos de dolor de cada herido  mientras, sin éxito, intentaba localizar a Sir Dydimus. Un ladrido la alarmó. Ambrosius, subido en una mesa, estaba mirándola. Sarah corrió hacia él. A su lado, tumbado Dydimus parecía dormir plácidamente.

   Se le encogió el corazón.

    –¿Dydimus? –preguntó aproximándose cauta, el cuerpecillo de su amigo no se movió un ápice –. ¿Sir Dydimus? –repitió esta vez tocando su hombro. Un profundo ronquido la hizo retroceder dos pasos–. ¡Sir Dydimus!
    –¿Qué?... ¿eh? –se había incorporado mirando de un lado a otro, confuso –. ¿Qué? ¡No veo nada! ¿Quién me llama? –Sarah colocó el parche de su amigo sobre el ojo cerrado para que el otro recuperara la visión –. ¡Milady! Qué alegría verte por aquí.
    –¡Oh, Sir Dydimus! –dijo Sarah abrazándole con fuerza.

   Había pasado tanto miedo… Mientras ayudaba al médico había visto heridas increíbles. Era impensable que eso pudiera provocarlo lo que ella entendía por una hormiga. No. No eran las de su mundo definitivamente. Tenían que parecerse más a los monstruos que su abuela le leía en los cuentos que a inofensivos insectos.

    –¿Cómo está el rey? –Preguntó su amigo sacudiéndose el polvo de los hombros y el pantalón.
    –Bien afortunadamente.
    –Ha sido una batalla terrible, Milady, pero he de reconocer que vuestro  esposo estuvo a la altura de las circunstancias.
    –No es mi esposo, pero da lo mismo: no quiero que ninguno de los dos vuelva a ponerse en peligro –zanjó Sarah.
    –Pero los goblins necesitan alguien al mando. Si hubieran ido solos todos habrían muerto.
    –Bueno, pues nombrad a alguien, pero no quiero que seáis ninguno de vosotros –insistió Sarah.

   La sala seguía abarrotada heridos gimoteantes. Dejó a Dydimus con Ambrosius y volvió para ayudar al médico. Se sentía mal por lo que acababa de decirle a su amigo. Era como si los goblins, su pueblo a efectos prácticos, no le importaran. Se sintió malvada, pero la realidad era que puestos a sanar alguna herida, prefería que estuviera en el cuerpo de cualquiera antes que en el uno de los Realmente Suyos.


   Transcurrieron días hasta el que salón volvió a tener el aspecto que todos en el reino recordaban, no obstante tuvieron que transcurrir semanas para que el castillo también lo tuviera. Muchos no lograron recuperarse, se marcharon al cielo de los goblins –si es que tenían –. Sarah se prometió que le preguntaría a Jareth. También tuvo la intención de saber al detalle qué pasó en el campo de batalla, por qué de aquellas fieras heridas, pero nadie quiso hablarle del tema, ni siquiera él.

   El rey sufría constantes pesadillas. Se levantaba sudoroso en plena noche. Hablaba en sueños y lo que era aún peor, gritaba. A Sarah se le rompía el alma cada vez que las noches de aparente paz se interrumpían, cuando lo notaba brincar a su lado entre exclamaciones. Sabía que a Jareth le avergonzaba mostrar su afección por lo ocurrido, de modo que muchas noches se quedaba a su lado en la cama haciéndose la dormida, muy quieta hasta que él volvía a acostarse abrazándola fuertemente de la cintura, besándole la cabeza para caer dormido un par de horas más, antes de que el proceso comenzara de nuevo.  

   Fue ella la que insistió en gobernar el castillo pese a sus negativas. No estaba en condiciones, no quería que se esforzara también de día en mantener la calma. Jareth necesitaba desahogarse, llorar si era necesario, dar patadas: lo que fuera. Pero ante todo necesitaban no sentir vergüenza al mostrar sus sentimientos, porque si se le quedaban dentro jamás lograría sobreponerse.

   Sarah asumió el título de reina en funciones; organizó a los goblins, dio órdenes a veces acertadas y otras no tanto, recibió a los viajantes de los reinos vecinos e incluso echó a unos cuantos. No sabía si lo estaba haciendo bien o no, pero no iba a preocuparle con sus dudas. Lo importante era que Jareth se recuperara, que volviera a ser él mismo porque desde el incidente no parecía ni la sombra de lo que fue meses antes, cuando lo veía malvado, cruel y decidido a obtener lo que deseaba. Por primera vez desde su llegada al laberinto lo vio impotente, distraído, débil. No se habían acostado desde su regreso, ni siquiera cuando Sarah iniciaba un acercamiento usando sus artes de seducción, él parecía darse cuenta. Sólo le sonreía, acariciaba sus mejillas y una vez en la cama, la abrazaba fuerte. Aunque a veces ni siquiera eso, se quedaban enfrentados con las manos bajo la almohada, mirándose hasta que uno u otro caía dormido.

   Lo único bueno que la reina en funciones consiguió sacar fue haberse probado a sí misma que era capaz de gobernarlos a todos, evitando el caos entre las criaturas. Pese a ello, pese a que la balanza continuaba inclinándose por el lado de las cosas malas. Sarah echaba de menos ver el salón abarrotado a la hora de la cena; aquellos asientos libres, silenciosos, le hacían pensar en todos los goblins a los que no pudo ayudar. Echaba en falta a Ludo y un abrazo enormemente peludo, que la hiciera sentir a salvo. Echaba en falta a Jareth, a los dos Jareths: el encantador que se había dejado ver antes de la batalla y el otro, el fuerte, el cruel, el decidido, el que la arrancó de su casa para llevarla, fuera o no su voluntad, al laberinto.

   «Todo volverá a la normalidad  –se repetía constantemente –. Todo volverá…»
   Ni lo bueno, ni lo malo duran para siempre, por supuesto que no. Todo volvería a la calma. El laberinto se recuperaría del ataque y ella recuperaría a su rey, seguro que sí.


   Aquella jornada resultó agotadora. Nadie parecía quedar satisfecho con lo que Sarah ordenaba pese a que ella intentaba hacerlo del modo más justo.
A la noche, cuando ya casi había alcanzado la manilla que abría la puerta a los aposentos reales, un goblin la detuvo. Sarah le ordenó que se marchara. Cualquier cosa, por muy urgente que fuera, podría esperar al día siguiente.
Cerró a su espalda y dirigiéndose al tocador comenzó a desnudarse. Miró a Jareth que estaba tendido en la cama viéndola sin hacerlo.

    –¿Has pasado un buen día? –Jareth no respondió –. Sí, supongo que sí.
    –¿Qué quería el guarda?
    –No lo sé. Le he dicho que sea lo que sea me ocuparé de ello mañana, estoy agotada.
    –Tendrías que tratar el asunto ahora.

   «Tendrías que estar tratándolo tú» pensó molesta.

    –No, lo haré mañana –dijo mientras se metía en la cama.
    –Buenas noches entonces.
    –Buenas noches –respondió Sarah dándole la espalda.



   Jareth suspiró aliviado. Había estado a un pestañeo de ser descubierto. Por fortuna el goblin había aparecido entreteniéndola los segundos necesarios para que él destruyera la bola de cristal donde la seductora Sofía vivía su ilusión, danzando en horizontal también aquella noche.

   No podía descuidarla, y tenía que ser muy sigiloso si quería que Sarah no se diera cuenta de nada.

   Sofía era lo más importante en aquellos momentos. Por nada del mundo se arriesgaría a  perderla.

                                                                                                                     Maripa






                              ¡¡¡¡¡¡FELIZ HALLOWEEEEEEEN!!!!!!

Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 26



26. TÚ ERES MI ÚNICA PRINCESA


   –¡Jareth Jareth! ¿Estás bien? ¡Despiértate por favor! –Rogó Sarah a lágrima viva zarandeando el cuerpo yaciente–. Dios mío por favor ¡despiértate!
    –Déjame Sarah, voy a intentar ponerlo en…
   –¡No! –Gritó ella con el corazón a punto de estrangularla porque notaba el latido en la boca, aquello no podía estar pasando–. ¡No voy a separarme de él, Hoggle!
    –Bueno, entonces iré a pedir ayuda, iré a…
   –¡Vete ya maldita sea! –Ordenó sin quitarle los ojos de encima al amor de su vida, que continuaba inmóvil entre sus brazos.
   –¿Sarah? –Susurró Jareth tras una nueva sacudida.
   –Jareth –gimió ella besándole la frente.

   La sangre real tintó su sonrisa de rojo. 


   Los goblins se movían como un organizado enjambre. Sin mediar palabra subieron al rey hasta su habitación y allí dispusieron al herido propinándole todos los cuidados necesarios para que  permaneciera con vida mientras llegaba el doctor. 

   Sarah observaba la escena con impotencia. Caminaba de un lado a otro clavándose las uñas en la palma de las manos para después morderse con fuerza los nudillos. Tenía el vestido manchado de sangre, la cara manchada de sangre, los brazos manchados de sangre y no podía dejar de llorar. Jareth había vuelto a perder el conocimiento y esta vez, por más que intentó despertarlo, no respondía. 

   –Dejad paso, ha llegado el médico –dijo severo un goblin haciéndola a un lado.
Cargaba con un maletín similar al que cualquier doctor del mundo de Sarah podría haber utilizado en una consulta. En cuanto pisó la habitación comenzó a sacar artilugios  colocándolos en diversos puntos, también sobre el cuerpo de Jareth.
   –¡Haz que despierte! –Gritó histérica corriendo hasta la cama.
   –Eso intento, su ilustrísima majes…
  –¡Hazlo! –El doctor continuó trabajando en completo silencio–. ¡Maldita sea Jareth, no te mueras! –Ordenó al rey. 

   Al otro lado de la puerta los goblins del castillo esperaban noticias con los sombreros arrugados contra el pecho. 

   Jareth entreabrió los labios. 

   –Es el momento de dejarme a solas con él –dijo el doctor.
   –¡No voy a marcharme de aquí! –Repuso ella–. ¡No voy a dejarle solo!
   –Deberías salir de la habitación ahora mismo –insistió el doctor. 

   En el pasillo, los habitantes del castillo tuvieron que hacerse a un lado rápidamente para no topar, de modo accidental, con la futura reina en pleno arrebato de golpes contra cualquier cosa que tuviera delante.

   Por fortuna no duró mucho, media hora después la muchacha estaba caída en el suelo con la cara hundida en sus rodillas. Algunos dudaron si ir a consolarla o no sería labor suya, de modo que se abstuvieron, sólo Pelusilla Ciruela se aproximó cauta.

   –No se preocupe su Ilustrísima Majestad, todo saldrá bien –dijo a una distancia prudencial. Sarah levantó la vista y sin poder contenerse la abrazó en un acto de fe, intentando creer sus palabras.
   –¿Dónde están los demás? –Preguntó en un hilo de voz.
   –¿Quiénes, su Ilus…?
   –Los que fueron con él. Sir Dydimus… –Dijo quebrada.
   –Todavía no se sabe nada de ellos.
  –Quiero que vayan a buscarles –Sarah rompió en llanto–, y quiero que me avisen en cuanto lleguen al castillo. Por favor, ve a dar la orden –rogó a Pelusilla.
  –Por supuesto, su Ilustrísima Majestad –la pequeña figura desapareció por el pasillo casi al instante. 

   Y también casi al instante la puerta de la habitación se abrió. Una mano verduzca asomó entre las dos hojas. Sarah se incorporó rápidamente abriéndola de un golpe. 

   Jareth estaba en pie, apoyado contra una columna, sonriéndole con tristeza. Sarah no pudo decir nada, sólo corrió hacia él, le besó llorosa y dio gracias al cielo por haber obrado el milagro. 

   Habían vencido. Una vez más la muerte no pudo separarlos.


   –No hables –rogó ella–. No te preocupes, habrá tiempo para todo.
   –¿Pero estás  bien? –Preguntó Jareth.
  –Sí, ahora sí –dijo sonriendo. Se tendió en la cama, acarició su piel todavía ennegrecida de batalla.
   –Te quiero Sarah.
   –No hables por favor, tienes que recuperarte.
   –Estoy bien, de verdad, no te preocupes.
   –Casi te mueres Jareth –dijo con un nudo en la garganta.
   –Pero me han curado, la medicina goblin es muy poderosa.
   –Da igual, tienes que reponerte, tienes que retomar fuerzas para…
  –Sarah, tranquilízate –la besó apoyado en el costado que minutos antes escupía sangre como si de una fuente se tratara–. No ha sido para tanto… No me mires así, por favor –pidió intentando quitarle algo de importancia a la gravedad del asunto.
   –¿No ha sido para tanto? ¿Ha valido la pena que casi mueras por unas hormigas de mierda?
   –No hables así, mi vida –reprochó–. He tenido que hacerlo, no puedo permitir que vuelvan.
   –¿Pero por qué?
   –Hace mucho tiempo –comenzó Jareth intentando aclarar la situación– mandé construir el laberinto. Las hormigas fueron…
   –Lo sé, Hoggle me lo ha contado.
   –¿Qué te ha contado? –Preguntó con un latigazo de ira recorriendo su piel.
   –Lo de la construcción y que no son como las de mi mundo, que cambian… –Jareth suspiró aliviado.
   –Cuando terminaron de construirlo –continuó– todo fue bien, ambas especies se relacionaban a la perfección, hasta que las hormigas comenzaron a destruir todo poniendo en peligro a mis goblins. Rompían los pasadizos, los pilares maestros del castillo fueron atacados con crueldad. Buscaban hacer el mayor daño posible y lo consiguieron, el laberinto se caía a pedazos porque no podían controlarse... No son animales civilizados, sólo pueden convivir con más hormigas –Sarah esperó con interés la continuación del relato–. Tuve que expulsarlas del reino –confesó pesaroso.
   –Pero eso pasó hace mucho tiempo ¿no? ¿Por qué han vuelto ahora?
   –Porque su reina es una criatura ávida de poder.
   –¿Tienen una reina?
  –Todos los hormigueros la tienen, pero esta es particularmente ambiciosa. Quiere recuperar el laberinto, piensa que les pertenece por derecho cuando no es así, yo las compensé por su trabajo, y sin embargo cargan con violencia, Sarah. Eso no… no puedo consentirlo, no dejaré que corras peligro.
   –Pero si no corro peligro.
   –Cierto, ni lo harás mientras yo pueda evitarlo.
  –No quiero que te expongas por mí, es una tontería. No quiero perderte, no puedo…
  –Tranquilízate –rogó besándola de nuevo–. Sólo tengo que arreglar esto con ellas, mi vida, sólo eso y las cosas volverán a la normalidad, te lo prometo.
  –Acabas de decir que no son civilizadas, no conseguirás que entren en razón –dijo ella a la desesperada, intentando hacerle comprender.
  –Puedo ser muy persuasivo cuando quiero –respondió sonriendo–. No te preocupes, mi reina, no va a pasar nada. ¿Me crees, verdad?
   –No soy reina.
   –Cierto, eres una princesa… Mi princesa.

   Sonaron unos golpes taimados en la puerta.

   –¿Su Ilustrísima Majestad?
  –Entra –respondieron Jareth y Sarah al tiempo, se miraron y sonrieron levemente el gesto. 
   –Acaban de llegar los demás soldados –Sarah se puso en pie de un salto.
   –¿Viene Dydimus con ellos?
   –Sí, su Ilustrísima Majestad. Está herido y…
   –¡Oh Dios mío! –Sarah sintió terror al conocer la noticia–. ¡Tengo que ir con él! –Miró a Jareth que asentía y con un gesto de la mano le señalaba la puerta.
   –Ve con tu amigo, ha sido muy valiente y espero que se recupere.
   –Te quiero Jareth –dijo Sarah mirándole desde la puerta.
   –Te quiero princesa. 

   Cuando la chica desapareció, el rey de los goblins salió sin dificultad alguna de la cama, comenzó a asearse y eligió su mejor vestido. 

   Jugueteó con tres bolas de cristal hasta que una le devolvió la imagen que buscaba, antes de elevarse y pulular por la habitación.


   Había escuchado una melodía suave. ¿Lo había oído o fue sólo un sueño? Seguro que fue un sueño. 

   Sofía volvió a cubrirse con las sábanas. Había dejado la ventana abierta, como cada noche desde hacía quince años, quizá algún día se decidiera a volver. Cerró los ojos e hizo girar la pulsera hasta quedar casi dormida. 

   Sí, fue un sueño, pensó en un último resquicio de lucidez, aunque la melodía sonaba cada vez más próxima, el aire agitaba las cortinas y prácticamente tenía que agarrar con fuerza las sábanas para que no se levantaran. 

   Jadeó al contacto de una mano tibia cubriendo sus labios. Gimió al ver sus ojos; los mismos ojos, el mismo aroma, la misma voz. 

   –Te he echado tanto de menos…

   Comenzó a besarla calmo, recorriendo sus labios con sensualidad, respirándola pausado, dominante. Las lenguas se encontraron tímidas pero henchidas de añoranza. 

   –No puedo creer que hayas vuelto –gimió. 

   Complacido, llevó la ropa de cama atrás. Sofía continuaba utilizando aquellos camisones blancos. Sonrió al comprobar que también seguía siendo rápida a la hora de desvestirlo. Sujetó sus manos por encima de la cabeza, inmovilizándola en un jadeo. 

   –Siempre volveré por ti –dijo antes de perderse en su boca. 

   Deslizó una mano para encontrar los pechos de una mujer, redondeados, de pezones endurecidos. Podía agarrar uno con la mano, pero ya no podía meterlo por completo en su boca. Sofía había crecido, se había convertido en una mujer de espectaculares curvas. 

   Separó sus piernas impaciente, ella desabrochó el pantalón dejando libre su sexo cálido. 

   –¿Por qué no viniste ant…?

   Pero Sofía no pudo terminar la frase. La penetró con fuerza desde el principio, separando la carne que le reservaba desde hacía demasiado tiempo; por más que pasara nunca podría olvidarse de sus amenazas: la quería para él, jamás la compartiría, le dijo siempre. 

   Tiró del cabello azabache obligándole a echar la cabeza atrás para quedar mirando al techo. Pero Sofía no quería, se negó con todas sus fuerzas a la idea de haberlo recuperado y que no le permitiera mirarle a la cara. 

   –Déjame verte, por favor. 

   Rogó, pero no cedía. Continuaba entrando y saliendo de su cuerpo a placer, forzándola a cambiar de postura tirando de sus caderas. Sofía no pudo moverse, él se enredaba cruelmente en su melena mientras le hacía el amor hincando las rodillas en el colchón. 

   Le rogaba que fuera más despacio, gemía, su virgo volvía a abrirse para él, moría de placer, lloraba, pero eso no hizo que se detuviera. Sofía supo que continuaría montándola con la fuerza y la necesidad de quince años sin verse, y entonces sonrió. 

   –¡Te amo! –Gritó exhausta cuando sintió un mar caliente derramándose en su interior. 

   Quedó tendida de lado queriendo respirar con calma, pero sus pechos se movían frenéticos arriba y abajo. Hizo serios intentos por tragar saliva y volverse para encontrar de frente sus ojos de lechuza. 

   –Te amo Jareth, te he amado siempre, cada día, cada instante. No dejaré de amarte nunca –él sonreía a su lado, acariciaba su barbilla antes de pasarle un brazo por los hombros para quedar tendidos y abrazados, sudorosos–. Sabía que volverías, sabía que no me habías olvidado.
   –Nunca podría olvidarte –dijo jugueteando con su pezón.
   –He soñado tantas veces con tu regreso, con volver al castillo, con…
   –Shhh… Descansa, mi adorada Sofía.
   –¿Ya no soy tu princesa? –Preguntó la chica con un deje triste. Sus ojos azules se tornaron vidriosos.
   –Tú eres mi única princesa –dijo Jareth besándola entregado. 


Maripa


¿Qué tal os ha ido la semana maj@s? La mía ha sido tirando a movida y uff... Digo beeeeh!!! xDDD
Ale, ahí queda eso. 

Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 25.


25. EL VUELO DE LA LECHUZA





   –¿Dónde está el rey? –Sarah abrió los ojos estando sola en la cama. Se dirigió a las cocinas para llevarse algo que desayunar a la boca. Desde que despertó de aquella pesadilla sentía apetito constantemente. El aroma que trepaba las escaleras hasta el dormitorio avivó su instinto explorador. 
   –Ha salido señorita –respondió la cocinera atareada con un guiso–. ¡Oh oh discúlpeme alteza, discúlpeme! –Sarah mordía una fresa con lujuria cuando se sorprendió al ver que la pequeña sirvienta se arrodillaba.
   –¿Por qué?
   –No debí haberla llamado señorita. El rey nos amenaz… nos dijo que debíamos referirnos a usted como Su Ilustrísima Majestad. ¡Oh oh disculpe su Ilustrísima Majestad! No debí referirme a usted como alteza…
   –Es igual, no te preocupes –respondió con una sonrisa cordial que intentaba calmar a la diminuta goblin.
 
   En ocasiones Sarah agradecía que Jareth hubiera instaurado los uniformes entre los trabajadores del castillo. No es que estuviera a favor de los atuendos aburridos, además seguro que ellos preferían seguir llevando armaduras, pero era de agradecer que gracias a los uniformes –particularmente a las cofias que ellas lucían cubriendo sus ralas cabelleras– distinguiera el sexo de los goblins.
 
   –¿Y dónde decías que ha ido el rey?
   –Oh, a solucionar un asunto bien problemático.
   –¿Cuál?
   –Las Hormigas –dijo la goblin tomándola del brazo en gesto confidente.
   –¿Hormigas? ¿Hay una plaga o algo así?
  –Bien quisiéramos que fuera una plaga, señorita. Esos bichos malnacidos están…
   –¡Pelusilla Ciruela! ¿Ya estás vagueando otra vez? ¿Tú crees que esos sacos de patatas se pelan solos? –La voz chillona de la cocinera jefe fue en ascenso hasta que llegó tras el muro donde la goblin y Sarah charlaban–. Como este trabajo no esté terminado en… ¡Su Majestad! ¡Muy buenos días!
   –Buenos días –respondió Sarah con una inclinación de cabeza.
   –Discúlpeme Milady, Su Ilustrísima Majestad de…
   –No es necesario que me llaméis así, en serio.
  –Es un auténtico honor poder llamarla a Usted como Usted merece, su Ilustrísima Majestad de…
   –Ya, ya –suspiró–. En fin, la señorita Ciruela estaba a punto de decirme dónde ha ido el rey. La cocinera jefe dirigió una mirada asesina a la pobre Pelusilla, que quiso refugiarse en una esquina tras su escoba.
   –Emmm… Ese es un asunto un tanto… En fin, creo que no deberíamos hablar de eso.
  –¿De las hormigas? –Preguntó Sarah sentándose en un taburete, la goblin dirigió a Pelusilla otra mirada que la hizo temblar.
   –Bueno, no se tratada de eso en realidad. El rey ha salido a cuidar del reino, eso es todo. Su Ilustrísima Majestad debería regresar a sus aposentos y nosotras le subiremos lo que Su Ilustrísima Majestad desee. Las cocinas no son lugar para usted, Ilustrísima Majestad –Sarah se puso en pié levantando los hombros. La goblin jefe ya casi estaba celebrando su victoria cuando…
   –No voy a ir a mi dormitorio, me apetece dar un paseo.
  –¡Pero señorita! El rey tiene que estar a punto de volver y no creo que él aprobara…
   –Su Ilustrísima Majestad se va a dar un paseo; si viene el rey decidle que salga a buscarme –dijo haciendo un guiño. Caminó hacia la salida de la cocina con una sonrisa en los labios, negando incrédula–. Su Ilustrísima Majestad… Ni que fuera la reina de Inglaterra –rió.

   La mañana era lo suficientemente brillante y la brisa lo suficientemente fría como para que las hadas cayeran igual que moscas en su bolsa de cuero. Hoggle, que se había mudado a una de las casas próximas al palacio, estaba convencido de estar haciendo una labor social con su limpieza. No era cruel en absoluto, procuraba no hacerles daño y además, una vez por semana,  viajaba a lo más profundo del bosque y allí, entre árboles y flores, liberaba a las molestas hadas.
 
   –¿En qué reino se ha visto un castillo lleno de hadas?
   –¿Hoggle?... ¡Hoggle! –Exclamó Sarah echando a correr hacia él. Por pocas su amigo no acabó cayendo de espaldas rebotando sobre sus posaderas de cazador.
   –¡Sarah! ¡Casi me tiras al suelo!
   –¡Oh Dios! ¡Tenía tantas ganas de verte! –Exclamó ella dándole un fuerte abrazo y un beso en plena cabezota.
   –¡No me beses! ¡No me beses! –Rogó intentando sacársela de encima.
   –Hoggle tranquilo, Jareth no te hará nada.
   –Sí, sí, pero es mejor prevenir –replicó él apartándola a un lado.
 
   Pasearon por los jardines donde las fuentes eran religión y las hadas realmente una plaga. En cada una debía haber unas cuarenta revoloteando con sus alas brillantes, cruzándose en los chorros como si fueran niños que disfrutaban del día en un parque de atracciones acuático. Era una plaga preciosa, aunque mordieran le encantaban las hadas.
 
   –¿Qué tal está Ludo? Hace un montón que no lo veo.
   –Está bien, se ha ido con unos parientes del norte a conocer las piedras de allí. Dicen que hay unas que beben agua ¿sabes?
   –En mi mundo hay algo parecido, se llaman sepiolitas.
   –¿Y tienen boca?
   –No, no es eso, es como si absorbieran la lluvia… –Ante el rostro perplejo de Hoggle, Sarah decidió cambiar de tema–. ¿Y Sir Didymus?
   –Oh, él ha sido llamado a filas.
   –¿Cómo a filas? ¿Hay una guerra?
   –¿No te lo ha contado? –Sarah le miraba con los ojos abiertos como platos, expectante–. No por lo visto… En fin, Sir Didymus se ha ido con Jareth.
   –¿Pero dónde?
   –A por las hormigas. ¡Oh… No me digas que tampoco te ha contado eso!
   –Cuéntamelo tú –Su amigo suspiró cansinamente.
   –En fin, supongo que alguien te tendrá que poner al día –dijo antes de carraspear–. Hace miles de años el laberinto no existía. Era una época oscura, tanto que dicen ni siquiera se podía ver el sol. El caso es que cuando Jareth llegó…
   –¿Jareth tiene miles de años? –Preguntó ojiplática.
   –Él es tan viejo como el laberinto, querida. Pero como te decía cuando llegó y todavía siendo un niño, ordenó construirlo; las hormigas fueron encargadas de hacerlo…
   –¿El laberinto lo construyeron hormigas? Pero… Es imposible, es… Son demasiado pequeñas para construir el laberinto. No, no podrían…
   –Sarah, estas hormigas no son pequeñas, no son como las de tu mundo. Las hormigas aquí son tan grandes como goblins, tan grandes como el propio Jareth e incluso más. Además son listas, no como las hadas que no piensan –gruñó metiendo otra, que cayó con un quejido lastimero, en la bolsa de cuero–. Ellas han sabido cambiar con los siglos.
   –Pero son insectos Hoggle, no pueden ser tan listas.
   –Sí lo son sí. Incluso han encontrado el modo de hacerse pasar por gente como tú. En un lugar cercano al reino, en un mercado, encontraron una que parecía pues eso… 
   –¿Com… Humana?
  –Sí, humana –Sarah sonrió. Quería muchísimo a Hoggle, pero era un exagerado. 
   –No creo que las hormigas sean capaces de hacer algo así, ¿qué son, brujas? Además ¿para qué han tenido que irse Jareth y Sir Dydimys a…?
   –No sólo ellos dos, el rey se ha llevado más soldados. Ya te he dicho que esos bichos son peligrosos… Pero en fin hablemos de… ¡Cuidado! –Gritó Hoggle. 

   Una lechuza blanca pasó volando a ras de sus cabezas, debido a su altura Sarah pudo esquivarla por pocas. Aún así las garras se le enredaron en la melena.

   El animal atravesó un chorro de agua desapareciendo tras la fuente. Estaba manchado, tenía el cuerpo teñido de algo rojizo que deseó no fuera lo que pensaba.

   –¡Pobrecita, está herida! –Dijo ella acudiendo en su auxilio.
 
   Cuando bordeó la fuente no encontró a la lechuza; Jareth yacía en el suelo, sin sentido, empapado en sangre.


Maripa



¿Qué tal? ¿Cómo ha ido la semanica?
¿Habéis visto la de cosas chulas que hemos subido gracias a los artistas invitaos? Aiiinnnnnnn que gente más maja. Collar de diamante sos vamos a poner, bonicos.

Animaros a enviarnos vuestros relatillos e ilustraciones para compartir en el redil, bonicas cosas peludas nuestras jejjejejejejej (no seáis tíiiiiiimidos, que aquí todos somos ovejas xDDDD).

Gracias Lyris y Marimí, se os quiere ^^