Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 30

-->
30. FRUTA EN EL CALABOZO

 

Cuando Sarah despertó aquella mañana lo hizo sola. Caminó hasta el ventanal que daba al patio y mirando desde allí pudo distinguirlo entre los goblins. Casi todos estaban ya a las riendas de sus monturas.
   Agarró algo con qué cubrirse y bajó las escaleras a la carrera. Aquellos con los que topó de camino la miraron perplejos mientras ella, roja de la emoción y jadeante, intentaba llegar al patio antes de que la tropa se marchara.
   No llegó. Salían por la puerta capitaneados por Jareth mientras quedaba apoyada contra la jamba de roble, sudorosa.
   Él no volvió la vista atrás, pero tanto Dydimus como Ludo lo hicieron apenados, sin más opción que la de continuar avanzando tras el caballo del rey.

   –Su ilustrísima majestad...
   –¿Qué? –Dijo Sarah siguiendo con la vista a los soldados.
   –El rey me ordenó que cuando se despertara le entregara esto –dijo Pelusilla mostrándole un sobre cerrado.
   Sarah lo tomó mientras buscaba un lugar para sentarse en la sala, donde todavía trabajaban los goblins del servicio retirando los platos y tenedores del desayuno. Abrió el sobre:

Sarah.
    No he querido despertarte, cuando duermes eres tan bella...
    Mi vida, no temas por mí, esta guerra está vencida. Tampoco temas por tus amigos, cuidaré de ellos y los protegeré por todos los medios.
    Pronto volveremos. Hasta entonces quedas encargada del castillo: tú eres la reina. Quiero que ordenes sobre todo. Haz lo que tengas que hacer, atiéndelos y cuida de mi pueblo. Ahora te necesitan. Los goblins te obedecerán, son fieles a su rey.
    Te enviaré cartas desde el frente, no temas, y cada día antes de que el sueño me lleve pensaré en ti, en tus labios, en tus ojos, en tu cabello sobre mi almohada...
    Te echaré en falta durante este corto tiempo, pero no te inquietes, volveré en seguida.
    Te ama,

Jareth.


   Leyó la carta, la dobló y volvió a guardarla en el sobre tomando convencimiento de sus nuevas funciones. Si eso era lo que él quería que hiciera, lo haría, ¡vaya si lo haría! Trabajaría duro, más incluso que lo hizo durante aquel tiempo. Jareth no tendría que preocuparse por el castillo, ni por nada que no fuera terminar con aquella locura y regresar a casa con los demás.
   Subió a vestirse, aquella mañana Sarah empezaría a hacer todo lo que se esperaba de ella.

   Las horas pasaron más rápido de lo que pensaba. En el despacho, mientras trabajaba ultimando detalles para el día siguiente, se sorprendió descubriendo que al prestar atención a lo que hacía, cuando realmente se sumergía en su labor real, el tiempo parecía esfumarse. Anotaba en un gran libro de encuadernación en piel los asuntos pendientes cuando escuchó a Pelusilla chismorrear con otra goblin, cerca de la puerta. Sarah sabía que escuchar las conversaciones ajenas no era elegante, pero un par de palabras filtradas la obligaron a levantarse, caminar de puntillas, y poniendo una oreja contra la puerta, seguir atenta la conversación.

   –No sé qué hacer. Creo que comen azúcar, pero no tenemos mucha y esos monstruos tampoco se merecen que les demos nada.
   –¿Ya le has preguntado a su Ilustrísima Majestad?
   –No sé si molestarla, está tan liada la pobre...
  –Pregúntale. El rey le ha dejado órdenes. Seguro que le ha dicho algo, además esta decisión no es tuya.
   –Sí, sí... Debería entrar...
   Sarah regresó corriendo al escritorio. Abrió el libro disimulando, escuchó el toc toc en la puerta.
   –Pasa...
  
   La duda de la goblin era simple: las prisioneras seguían en el calabozo. Una vez al día se les hacía llegar alimento a todos los presos, pero desde que ellas fueron capturadas el rey no las alimentó. Parecía que una podía estar muriendo, los guardias estimaban que debido al hambre. ¿Debían alimentarlas?
   Sarah ordenó que sí lo hicieran. Si Jareth hubiera querido que murieran y no sólo torturarlas, las habría matado la noche anterior. Ordenó que prepararan unas cuantas frutas y también agua pero no se las bajaran porque tenía intención de hacerlo ella misma. Desde el día que las hormigas llegaron a su vida, estaba deseando ver una aunque sólo fuera de lejos, y aquella era la oportunidad perfecta de hacerlo.
   Aunque tanto los guardias como el servicio se opusieron, Sarah bajó a los calabozos cargando un saquito con el menú que les serviría aquella noche.


   Casi no recordaba los calabozos. No había bajado allí en meses, desde que Jareth capturó a todos sus amigos en aquella lejana época oscura. Caminó por el corredor con cuidado de no tocar nada. El musgo que crecía por las paredes parecía estar vivo siguiéndole con aquellos ojos vigías.

   –¡Sarah! –La agarraron empujándola hacia las rejas. Se golpeó el hombro soltando un alarido–. ¡Has venido a sacarme de aquí, sabía que lo harías!
   –¡Suéltame! –Ordenó sin saber a quién o qué se lo estaba diciendo. Pero de pronto miró su brazo todavía preso de una mano enorme, callosa y sucia; una mano de cazador–. ¿Morgan?
   –¡Sabía que vendrías! Yo, yo... Oh, lo lamento tanto... –dijo soltándole el brazo, momento que Sarah aprovechó para retroceder hasta un punto donde él no podría volver a agarrarla–. Debí sacarte de mi castillo. ¡Tenía que haberte llevado a otro reino! ¡Un reino donde estuviéramos a salvo! Pero él... Él apareció, Sarah. Te secuestró y me metió preso. No pude protegerte y no sé qué te haría. Lo he pasado tan mal -Sarah intentó reconocerle entre las sombras.

   La figura del cazador que recordaba, su cuerpo fuerte y moldeado, su cabello oscuro, su rostro anguloso, no se parecía en nada al que distinguía en aquella celda. Allí sólo había un hombre casi en los huesos, demacrado y sucio. La barba le colgaba hasta el pecho. Sus clavículas eran el exponente mismo de la demacración.

   –No me secuestró, me salvó la vida... Estás loco, Morgan.
  –¿Loco? ¿Eso es lo que te ha hecho creer? –Comenzó a reír. Sus carcajadas retumbaron en el calabozo–. Por supuesto, ¿cómo iba sino a retenerte a su lado? Él es un manipulador, un mentiroso, seguro que no te ha contado nada todavía, el muy cobarde.
   Sarah iba a ordenarle callar, pero aquellas últimas palabras la detuvieron.
   –¿Qué es lo que no me ha contado?
   Pudo ver los blancos dientes de Morgan brillar en la celda.
   –Sácame de aquí y te lo diré.
   –No voy a sacarte.
   –Hazlo. ¿No quieres descubrir qué te oculta?
   Aquello era una trampa. Morgan no sabía nada, no podía saber nada encerrado en el calabozo como estaba desde hacía meses. Pero aún así...
   –Dime qué sabes.
   –Sácame de aquí.
   –No.
   –¡Sácame!
   –No.
  –¡Eres una idiota, Sarah! –Dijo dando un fuerte golpe contra los barrotes que le hizo retroceder alarmada–. ¡Te crees lo que te cuenta sin más! ¿No te has preguntado dónde va cuando desaparece?
   –¡Es rey, tiene que atender al reino!
   –Atender al reino, por supuesto... Y dime Sarah, ¿también te crees que en algún lugar hay goblins guapos? –Se mofó Morgan.
  
   Sarah recogió el saco que había dejado a sus pies con la fruta y se dirigió a las siguientes celdas. Allí, entre paja maloliente y charcos de humedad, distinguió dos cuerpos más grandes que los de un perro, más que Merlín al menos. Se echaron atrás cuando la vieron detenerse frente a sus barrotes, pero en cuanto olieron lo que llevaba en la bolsa se acercaron, aproximándose también a la luz. Fue en ese momento cuando Sarah pudo distinguir las pinzas que tenían en la cara y sus ojos... sobre todo sus ojos. No tenían antenas, los tenían en la misma posición donde los tendría cualquier persona. Eran caras humanas coronando cuerpos de insecto.
   Sarah lanzó la fruta al interior del calabozo, las hormigas comenzaron a devorarla con avidez. Sintió nauseas. Habían resultado ser una aberración, algo más desagradable que nada de lo que hubiera visto jamás, pero aún así no tenía estómago para dejarlas morir padeciendo. No así. Que Jareth las ajusticiara si quería, pero ella no iba a hacerlo.

   –Jraziassss –escuchó decir a una en un susurro.
   Tenía la voz chillona, molesta.
   –¡La princesa tiene corazón! –Se burló Morgan–. Es una estúpida a la que todo el mundo engaña, pero ¡tiene corazón! ¡Ha bajado a dar de comer a las hormigas! –Dijo descoyuntándose de la risa.
  Sarah deseó ordenarle callar, pero sabía que hacerlo, jugar a su juego sólo podía traerle consecuencias.

   –Volveré a verte pronto, lo sé.
   –Ni lo sueñes.
   –Oh sí, ya verás como sí...

   No lo haría, no volvería a bajar allí nunca, se prometió...

   ...Rompió su promesa sólo dos noches después. 



Maripa

Me han dicho un par de ovejas que pasaba algo con el capítulo 29, que no podían leerlo. Espero que esté solucionado, ya me contáis. 
Abrigarse tropa!!!!

0 Carminazos: