Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 9


9. LA CANCIÓN DEL PÁJARO

El día había resultado ser más intenso de lo que cualquier rey pudiera desear. Tras la reunión con los súbditos (escuchar sus quejas, las del pueblo y los asuntos más urgentes a solventar), vino una interminable hilera de ruegos y demandas, a cuál más absurda. Acto seguido la importante comida de gala con el duque de Kenturiche, con quien tenía ciertos asuntos, y tras interminables horas de charla, cuando ya el castillo estaba casi inmerso en la penumbra, la visita a las mazmorras.

Jareth estaba agotado. Según recorría los pasillos aproximándose a los prisioneros sentía que alguien estaba bailando la danza del puercoespín en sus sienes, y ese alguien no era otro que Sarah, vestida pobremente, martilleándole los pensamientos con sus zapatos de cristal.

–Silencio todo el mundo.

–¿Qué decís, rufián?

–Shhhh… El rey está aquí –anunció el goblin a Sir Didymus, haciendo que, por primera vez en su vida, aquello le sirviera para cerrar la boca.

–Espero que estéis disfrutando de la estancia en mi modesto palacio –tras echar una ojeada a la celda, Jareth decidió sentarse en el suelo de la mazmorra, ya que consideró era el lugar más limpio.

–Jareth –dijo Hoggle tratando de hacer una respetuosa inclinación–, ¿cómo está Sarah?

–Quizá eso mismo debiera preguntároslo a vosotros.

–¿Sarah? –Ludo mostrando su sorpresa no logró decir más.

–Ha llegado a mi conocimiento que, de algún modo, estáis en contacto con ella. Odiaría pensar que la confianza que he depositado en vosotros… tu palabra de honor –dijo mirando directamente a Dydimus– y tus promesas –en esta ocasión se dirigió a Hoggle– se han roto.

–Pero no sabemos nada de ella –confesó el goblin con preocupación en el rostro.

–Ciertamente no sé qué está pasando. Alguien no está siendo sincero, caballeros, de modo que ruego digáis todo cuanto debáis ahora; hoy que mi cansancio os impondrá un castigo menor. Si he de volver mañana para descubrir que mis fieles súbditos están urdiendo un plan para llevársela del castillo, no saldréis vivos de ésta celda.

–No sabemos nada de Myladi, majestad –declaró Dydimus con sombría sinceridad.

–Naaaada –añadió Ludo con tristeza.

–Eso espero.

Jareth se levantó sintiendo el peso del cansancio en cada músculo de su cuerpo. Creía lo que le decían, aunque le costaba pensar que Sarah fuera la artífice del plan. Por supuesto ella era la más inteligente del grupo, pero pese a las mentiras y al juego cruel que mantenían, pensaba que, de algún modo, había comenzado a sentir algo por él.

–Maldita sea –dijo entre dientes abandonando las mazmorras.

Ahora le quedaba lo más duro, ir a su dormitorio, comprobar si realmente había ingerido aquella repugnante comida, y mostrarse aterrador ante ella, seguir siendo un rey aún cuando estuviera en la alcoba de la reina.


Horas antes la puerta de Sarah se abrió para dejar paso a dos seres diminutos y un caballo. La chica estaba sentada en el alfeizar de la ventana planteándose volver a saltar, cuando los tres irrumpieron en su dormitorio. No se volvió a mirarlos. Ignoró por completo su cansino parloteo hasta que, como una revelación, escuchó un ladrido.

–…huele raro, pero no está del todo mal.

Sarah se encontró con la mirada expectante de Ambrosius mientras los goblins dejaban la comida sobre la mesita de cristal. Sin pensarlo bajó de un salto del alfeizar dirigiéndose directamente hacia él. Uno de ellos, percatándose de sus intenciones, intentó alertarla del genio del animal.

–Me encantan los perros –.Dijo Sarah ignorándole por completo.

Al momento estaba de rodillas junto a Ambrosius. Sentía que necesitaba abrazarlo, sabía que hacerlo le daría la paz que buscaba desde que Jareth la encerró en la habitación, pero su amigo le gruñó suavemente, alertándole de que aquello podría levantar sospechas. Sarah le acarició la cabeza bajo la atenta mirada de uno de los goblins.

–¿Vas a ayudarme a servir la mesa? ¡Siempre acabo haciéndolo yo todo!

Al momento el aludido se volvió y puso manos a la obra. Entonces la chica aprovechó para preguntarle a Ambrosius:

–¿Están bien? ¿Y mi hermano? ¿Están vivos? Temo por ellos.

Su amigo le contestó con una leve inclinación de cabeza seguida de un lastimero gemido. No había olfateado al niño, nadie sabía de él. Sarah, tristemente comprendió al instante.

–Me tiene aquí encerrada, hay vigilantes por todas partes… –dijo conteniendo las lágrimas.

Con un movimiento de pata, Ambrosius rogó paciencia.

–¿Qué puedo hacer?

A lo que su amigo respondió del mismo modo.

Comprendió que tenía un plan, uno que, lamentablemente, no podía contarle, de modo que sólo le quedaba esperar, tener paciencia y rogar que la ayuda, llegara algún día.

Poco después los tres desaparecieron. De su visita sólo le quedó saber que ellos estaban bien, que Ambrosius tenía algo en mente y aquel horrible plato de bazofia. Lo tomó con cuidado de no tocar la mezcla marrón que parecía tener vida propia y, acto seguido, lo lanzó por el ventanal. Los trozos de porcelana se repartieron en el suelo del patio como una lluvia de perlas cortantes que alertaron a la guardia. Poco después uno de ellos estaba inspeccionando la zona, mirándole desde el suelo, mientras ella, desafiante, dejaba los pies colgando en el vacío.


Jareth fue informado del incidente horas después, frente a la puerta de Sarah. El goblin que bajó a comprobar lo que había ocurrido le relataba tembloroso el hallazgo de la bazofia esparcida en el patio. El rey cerró los ojos, más por su dolor de cabeza que por el enfado. Ordenó que se retiraran unos cuantos dejando sólo a dos guardias frente a la puerta.

Abrió la habitación. La chica seguía peligrosamente colgando del alfeizar.

–¿Qué haces ahí? –preguntó cerrando tras de sí–. Podrías hacerte daño.

–¿Te importaría eso realmente?

–¿Por qué piensas que no?

–Jareth –dijo Sarah sin volverse para mirarlo–, me has alejado de todo, de mis seres queridos, de mis amigos, de cuanto amo.

–Lo he hecho por ti, por nosotros.

Había recorrido la habitación, ahora estaba a su espalda deslizándole los brazos por la cintura, apoyando la barbilla en su hombro, anhelando lo que sólo ella podía darle y tanto necesitaba.

–Eso no es amor.

Sus palabras cayeron en el rey como una jarra de agua fría. Por primera vez, Jareth sintió algo parecido a la angustia, una descarga helada que le recorrió de pies a cabeza impidiendo que se moviera o articulara palabra.

–No sé qué sientes por mí, pero dudo que sea amor.

–¿Qué puedo hacer, Sarah? Amenazas con desaparecer cada vez que me doy la vuelta, me mientes, tramas cosas a mi espalda. Actúas como si estuvieras en…

–En una cárcel –dijo ella haciendo que él guardara silencio.

–Pero esto no es una celda, es tu hogar.

–No es mi hogar, lo sabes tan bien como yo.

–¿Ya se ha terminado el juego? –preguntó Jareth con cierto tizne de temor en la voz.

–Sí. No perdí la memoria, ya lo sabías.

–Mientes muy mal, querida.

–¿Está bien mi hermano?

–Sarah, por favor… –el rey separó la barbilla de su hombro y comenzó a caminar erráticamente por la habitación. Si se lo decía, si le decía que el niño había regresado a casa, la perdería para siempre.

–¿Y mis amigos, están bien ellos?

–Siguen en la celda, están bien.

–¿También está allí Toby?

–No.

–¿Dónde está?

–Sarah…

–Libéralo, Jareth. Vuelve a convertirlo en humano. Libera a Hoggle, a Ludo, Dydimus y al resto. Si lo haces me quedaré contigo para siempre. No intentaré escapar, no me resistiré…

–¿Lo estás diciendo en serio?

–Sí.

Su palabra le estremeció. Tanto tiempo intentando doblegarla había hecho de la voz de la chica un puñal afilado. Tampoco dudaba de ella, supo casi al instante que cumpliría con su palabra. Finalmente tendría para siempre a la auténtica Sarah, no a la que había representado durante los últimos días; y eso era cuanto deseaba, a ella en toda su efervescencia, enfadada, risueña, feliz o lacrimosa, sólo a ella.

–Promételo, hazlo con sangre.

La chica se volvió en la ventana. Jareth con un movimiento de la mano hizo aparecer un deseo en forma de bola de cristal, que al instante se convirtió en un pergamino amarillento acompañado de una pluma.

Sarah dio un salto y caminó decidida hacia él, que le entregó la pluma y el pergamino. Sin leerlo siquiera clavó el plumín en la palma de su mano, haciendo que brotara sangre para humedecer la pluma. Hizo una sencilla rúbrica para firmar el acuerdo. Jareth lo hizo desaparecer mientras un estremecedor silencio se instalaba en la habitación.

–¿Qué piensas hacer ahora? –preguntó al fin.

–Lo que me ordenes.

–Ven conmigo, vayamos a liberar a tus amigos.

–¿Qué hay de mi hermano?

–Está en casa desde que se dio la hora trece.


Lo siguió hasta las mazmorras. La guardia iba abriéndoles camino entre exclamaciones y silencios expectantes, mientras un goblin los precedía antorcha en mano.

–¿Pero qué…? –preguntó Hoggle antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

–¡Oh, dios mío! –Sarah echó a correr hacia la pared donde colgaban sus amigos tratando de sujetarlos de modo que el peso no continuara haciendo sangrar sus muñecas –¡Dios mío! –repitió mientras las lágrimas cubrían sus mejillas, intentando alcanzarlos al mismo tiempo.

–Liberadlos –ordenó el rey desde la oscuridad.

Al momento los goblins se adelantaron y haciéndola retroceder, abrieron los grilletes. Ludo se abalanzó sobre ella dándole un abrazo grande y peludo del que la chica no quería despegarse. Dydimus y Hoggle trataron de acercársele, pero las piernas no les respondían tras tantos días, con sus noches, colgando en la pared. Finalmente fue Sarah quien los abrazó a ellos.

–¡Estáis bien Myladi! –exclamó Dydimus desde el suelo, tratando dignamente de incorporarse.

La chica sentía cómo se le rompía el corazón al ver a sus amigos en aquel estado.

–Sí, estoy bien. Jareth ha sido muy amable conmigo.

–¿Somos libres? –preguntó Hoggle esperanzado tras echar un vistazo rápido a la oscuridad buscando la mirada del rey.

–Sí, ya sois libres.

–¡Vámonos entonces! ¡Os alojaréis conmigo! Tengo sitio de sobra en mi árbol, sólo tenemos que encontrar a Ambrosius y… ¿por qué no camináis Milady? –preguntó Dydimus dándole un tironcito de la mano. Sarah no se movió –. No me digáis que…

Pero no hizo falta que ella abriera la boca.

–Marchaos ya, sois libres. Eso sí, he de advertiros algo: jamás volváis a aparecer por el castillo sin ser llamados. Ha sido su compasión lo que os ha liberado, pero seré yo mismo quien se encargue de liquidaros si os vuelvo a ver por aquí.

–Id a casa –dijo ella entre lágrimas arrodillándose para besarlos mientras Ludo le acariciaba la espalda, –marchaos y sed felices. Yo estaré bien, os lo prometo.

–¡Pero Sarah!

–¡Milady, eso no es justo!

–Marchaos… –rogó ella– por favor, iros antes de que se arrepienta.

–Sarah –llamó Jareth desde la oscuridad–, vámonos.

–Cuidaros mucho, todos. Por favor, marchaos ya y alejaros cuando podáis del castillo –hizo que todos guardaran silencio con un movimiento de la mano–, hacedme caso, por favor. Estaré bien, de verdad.

–Sarah… –repitió Jareth con cierta ansiedad en la voz.

La chica se levantó dirigiéndose a la puerta de la celda.

–Quiero ver cómo se van –ordenó ella en tono cortante.

–Los verás desde arriba. Vámonos.

Jareth la tomó de la mano guiándola por el pasillo. La chica se volvió para ver a sus amigos en la celda, allí seguían quietos, boquiabiertos, tristes.


Sólo un par de minutos después, desde el balcón, fue testigo de cómo abandonaban el castillo. No pudo evitar volver a llorar al verlos marchar mirando atrás, tratando de localizarla. Sólo Ludo pudo hacerlo, llamando a las piedras, entonando una triste melodía de despedida que la chica repitió mentalmente durante la cena, una y otra vez.

A los pocos minutos pidió permiso para retirarse a su dormitorio. Jareth se lo negó, alegando que esa noche dormirían en el de él, igual que el resto de las noches desde ese momento. Haciendo caso omiso, se levantó siguiendo a los guardias.

Sus cosas ya habían sido trasladadas. Todo estaba dispuesto para que comenzara su vida en el castillo junto a Jareth. Una vez en el dormitorio se dejó caer sobre el lecho sin poder dejar de pensar en ellos y en Toby, que durante todo aquel tiempo había estado a salvo, en casa.

La puerta se abrió por sorpresa. Al momento supo a Jareth tras ella, aproximándose para echarse a su lado.

–Estarán bien, me encargaré de ello –dijo acariciándole el cabello– y tú también lo estarás, creas lo que creas.

El silencio de la chica le hizo cómplice.

–Tengo grandes cosas pensadas para nosotros –dijo él acariciándole el hombro, descendiendo después por sus caderas–, cosas tan grandes que jamás ningún rey de este mundo ha hecho.

–¿Qué cosas? –preguntó Sarah, sintiendo cómo su vello se erizaba al contacto con los dedos de Jareth.

–Cosas magníficas…

Le besó el hombro haciendo que el vestido se deslizara lentamente. Con un suave movimiento la tendió boca arriba en la cama besándola con delicadeza.

–Sé que estás triste… –dijo antes de volver a besarla– sé que no deseas vivir en mi castillo –deslizó sus manos hasta el muslo de Sarah, que le aguardaba frío y terso, flexionado–, pero también sé que cambiarás de idea.

Se colocó entre sus piernas sabiendo que no era del todo bien recibido. Pero la deseaba tanto… No había podido dejar de pensar en ella durante aquel largo día, y ahora estaba allí, tan cerca, tan extremadamente cerca, que la deseaba todavía más. Se deshizo de la ropa antes de quitarle el vestido.

Su ropa interior, nívea, era la tentación por la que Jareth habría vendido su reino a un mendigo. Erecto, comenzó a empujar su sexo contra sus braguitas cubiertas de encaje, notándolas ligeramente húmedas y calientes.

–Sé que acabarás aceptándome como tu rey –dijo separando sus labios de los de ella, tomando aire tras un beso húmedo, largo y profundo que la chica le devolvió, mientras seguía intentando colarse en su ropa interior–. Lo harás por mí… –su mano viajó al pecho de Sarah, seguida por su boca. La chica gimió débilmente. Casi había logrado entrar, casi podía sentirlo.

–Sé que lo quieres… ¿lo quieres?

–Sí… –gimió ella olvidando todo lo ocurrido aquella tarde, absolutamente todo.

–Lo sabía… –Jareth volvió a besarla. Su sexo ya había encontrado el modo de derribar la muralla que le separaba del de Sarah, casi estaba dentro, casi la tenía–. Eres mía, Sarah –dijo antes de penetrarla con fuerza, con necesidad, antes de hacerla gemir una nueva noche.


El amanecer llegó tímido.

Jareth dormía plácidamente a su lado; ella no pudo pegar ojo en toda la noche. Pensaba en sus amigos y su hermano, ¿cómo serían ahora sus vidas? ¿la recordaría Toby? ¿le hablarían sus padres de ella? Sintió que, de nuevo, tenía ganas de llorar, pero se contuvo. Se había prometido no volver a hacerlo en presencia de Jareth, ni en presencia de nadie a ser posible.

–¡Maldita sea! –exclamó sintiendo cómo la primera lágrima rodaba silenciosa por su mejilla.

La eliminó de un manotazo, maldiciendo de nuevo. Cuando se volvió hacia él, descubrió que lo había despertado.

–Llorar no es malo, aunque preferiría que no lo hicieras.

–Qué gracioso eres, querido –dijo irónicamente– yo también querría tantas cosas…

–Las tendrás, créeme.

–¿Sí? ¿Cuándo?

–En una semana, tras la boda.

–¿Vamos a casarnos?

–¿Acaso no lo deseas? –preguntó él sonriente.

Sarah se levantó de la cama sintiéndose temblar las rodillas. Caminó hasta la ventana y trató de respirar todo el aire que le cupo en los pulmones. ¿Casarse? ¡Era demasiado joven para casarse! ¡No quería casarse con él!

–¿Qué ocurre? –preguntó su futuro esposo acercándose también al ventanal.

Sorprendido escuchó como de los labios de Sarah brotaba una hermosa canción que degustó sonriente. La chica repetía una y otra vez el estribillo, no recordaba nada más.

–Qué bonita canción, aunque ahora podrías cantarme otra… –pidió Jareth tratando de ser delicado cuando ella repitió por décima vez el estribillo. La abrazó sintiéndola rígida, mientras repetía por undécima vez su canto–. Vaya, veo que la noticia te ha agradado…

En ese momento ella calló. Jareth se le quedó mirando sin comprender.

–El pájaro en la jaula no canta por placer, sino por rabia –dijo Sarah repitiendo nuevamente el estribillo.


Maripa


Huy que calor, reinas. Creo que me voy a acabar la fanta, a enchufarme al aire acondicionado como si no hubiera mañana y pal redil.

Jope con el veranito...

Muas! digo... Beee!

xD



5 Carminazos:

Medusa Dollmaker dijo...

Buenísimo capítulo y brutal cierre! Apoteosis!

Mimi Alonso (Miriam Alonso) dijo...

Oh my god!!!!

Maripa dijo...

Gracias Medu y Pando, esperemos que el último capítulo salgo todo lo chachifantástico que tenemos previsto.
Muas!

Alicia dijo...

Da penita que se acabe :-(... pero por otro lado estoy deseando ver qué pasa...

Marime dijo...

Jaja a nosotras también, que volver a estar con la gente de Laberinto les terminas cogiendo cariño! Pero os esperan muchas cosas nuevas y el final de Laberinto!