
17. VERDADES A MEDIAS
Cuando pensaba que las cosas iban a solucionarse se encontró con aquello. Se lamentó al pensar en esa lección que debería haber aprendido hacía tiempo.
Entró en la cocina y allí, acompañada de los criados, logró que sus mandíbulas volvieran a moverse sin presión. Todos dormían, o al menos parecía que lo hicieran.
Y sin embargo, había algo que no encajaba en la estancia. Nadie hacía ruido, no se les escuchaba respirar. Se acercó temerosa a uno de aquellos bultos oscuros que yacían por doquier y, acuclillada, trató de distinguir algún movimiento en el pecho de la figura, sin obtener resultados. Alargó una mano con la firme idea de destapar a quien estuviera debajo, cuando la chica se movió dando un brinco, asustada al encontrar el rostro próximo de Sarah.
–¡Majestad! ¡Qué susto me ha dado!
–Lo siento –dijo Sarah retrocediendo avergonzada–. No era mi intención.
–¿Qué hacéis aquí? –La chica se había levantado y la conducía hasta un rincón alejado de la cocina donde poder hablar sin despertar al resto.
–No podía dormir y salí a dar una vuelta.
La criada chasqueando la lengua, la llevó hasta una puerta que las sacó de la cocina.
–No temáis al amo. Es muy bueno y generoso y cuida muy bien a todos sus huéspedes, alteza.
Sarah escuchó a la chica con la cabeza gacha. Estaba utilizando un tono maternal que la avergonzaba, y más si cabe, porque la criada era de su misma edad, o quizá un par de años menor.
–No le temo.
–Entonces disfrutad de su compañía, Majestad. Sed feliz en este castillo y confiad en su buena fe. El amo ha sufrido mucho y por eso, quizá, sea un poco peculiar para ciertas cosas, pero tiene un gran corazón...
La chica desapareció sin añadir más palabras. Sarah, a oscuras en el corredor, no supo qué hacer a continuación. La idea de volver al dormitorio no le seducía, y menos todavía la posibilidad de que Morgan estuviera despierto a la espera de explicaciones, sin embargo decidió hacerlo. Según los escalones que la llevaban al piso superior se acortaban, Sarah forjaba un discurso que Morgan, al día siguiente, debería comprender. No estaba dispuesta a compartir habitación con él por mucho que las costumbres del lugar lo exigieran. Ni siquiera Jareth le había forzado a hacerlo los primeros días que estuvo en el castillo.
Abrió la puerta temiendo que la oscuridad de la estancia ocultara el desvelo de Morgan. Caminó de puntillas hasta la cama que le habían instalado junto a la ventana, y tratando de hacer el menor ruido posible, se introdujo despacio.
Comenzó a relajarse casi media hora después, cuando el completo silencio y la respiración pausada de Morgan le hizo sentirse segura.
–Perdóname, Sarah.
Seguía en la misma posición, totalmente quieta y de cara a la pared. Tampoco él había dado señal alguna de estar despierto hasta el momento.
–No sé por qué lo he hecho. No tenía que haberte puesto en una situación tan incómoda, pero es que a veces yo… ¿Sarah? ¿Estás despierta? –Morgan se incorporó en el lecho buscando alguna señal en la chica, pero ella no contestaba–. No, supongo que no. A veces las cosas no son como nosotros pensamos. A veces gente mala se cruza en nuestros caminos y hacen que nuestra forma de ver el mundo cambie. No es culpa nuestra. Tampoco es culpa suya, pero así son las cosas. Lo siento de veras. Si pudiera borrar ese momento lo borraría. No pude contenerme; eres muy hermosa. Pero sé que eso no es una excusa. En tu mundo las cosas no funcionan así. Ojala puedas perdonarme.
–Te perdono –dijo ella sin cambiar de postura, Morgan volvió a acostarse y se arropó en silencio–. Pero si esto se repite, se lo contaré a…
–A tu marido.
–Se lo diré.
–No volverá a ocurrir.
–Gracias.
No había amanecido cuando Morgan visitó las cocinas. Despertó a un par de criados hasta encontrar a la que había hablado con Sarah.
–¿Le dijiste lo que comentamos?
–Sí señor. La chica me escuchó y creo que creyó lo que le dije.
–Perfecto –la dentadura de Morgan llenó de un malévolo fulgor la cocina, la muchacha del servicio sintió cómo el vello de su cuerpo reaccionaba al instante.
El viaje de descenso estaba haciendo mella en Jareth, que descansaba exclusivamente para dar de beber al caballo. Sólo una jornada más y llegaría al lugar donde su esposa había caído. Cuando estuviera allí movilizaría a todos los súbditos para que le ayudaran a encontrarla… Porque tenía que estar viva. Sarah tenía que estar allí abajo, en alguna parte, viva. ¡Porque si Sarah estuviera muerta…!
Maripa
Lo provejido es deuda. (Ayyy señor, llévame pronto... Provejido... Semejante capacidad creativa no está pensada pa que la tengan los mortales xDDDDD)
Besines guapuras!
Besines guapuras!
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