El dios de la colina.




Los viernes se folla sí o sí. Esa es la norma. De ahí el aburrimiento.
Besos, espadas por lenguas viajeras. Me atrapas un pecho, lo mordisqueas: bien. Ya sé cómo sigue el resto.
Ahora te mueves, te colocas encima. Pones en posición las armas y conquistas la colina a toda velocidad.
¿Cuántas veces tengo que decir que no puedo hacerlo bajo presión? Ese sí o sí ¡tú primero y luego yo, o a la hoguera! la verdad es que no me inspira ni un poquito… estoy pretendiendo ser sarcástica por si había alguna duda.
¿Me vas a escuchar esta vez?

-¿Qué tal?
-Ha estado bien.
-¿Te ha gustado?
-Ha estado bien.
-¿Qué te pasa últimamente, cielo? No te noto inspirada.
-Es que es todo como que muy… repetitivo. No sé si me explico.
-Emmm… No, la verdad es que no.
-Cielo, ya te dije la otra vez que no disfruto igual si lo hago bajo presión.
-Pero si la presión es lo que más te gusta. Mira… ¿No te gusta esto? ¿No quieres que te presione ahí?
-Sí, pero no me estaba refiriendo a eso…
-¿Y así? ¿Lo hago un poco más fuerte?
-Para, tonta. Déjame, no quiero más.
-Oh… ¿ya no quieres más?
-No… Ya vale.
-¿Y si te busco el botón secreto con los deditos?
-No, de verdad, para…
-Si quieres que pare ¿por qué no cierras las piernas? ¿Por qué no me dejas el pezón?
-Mmmmmm…
-Así, así, gime para mí y disfruta, golfa. Hazlo de nuevo.
-Eso es demasiado para mí, no me gusta ver cómo te chupas los dedos.
-Déjate de historias y cántale al dios de la colina con la boca bien abierta, que quiero escuchar tus rezos.
-Te lo haré, pero luego no me chuparé los dedos.



Maripa

Este va dedicado a todas nuestras amigas lesbianas y corrutas!! xD
Esperamos que os mole, perlas (y que el relato que ha inspirado este cumpla la función molona para la que se inventó.
Sóis amooooor!!!!


Marilaberínticas, el Fanfic pa la semana que viene. Hoy tocaba este por petición popular xDDD

Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 17


17. VERDADES A MEDIAS

Cuando pensaba que las cosas iban a solucionarse se encontró con aquello. Se lamentó al pensar en esa lección que debería haber aprendido hacía tiempo.

Entró en la cocina y allí, acompañada de los criados, logró que sus mandíbulas volvieran a moverse sin presión. Todos dormían, o al menos parecía que lo hicieran.

Y sin embargo, había algo que no encajaba en la estancia. Nadie hacía ruido, no se les escuchaba respirar. Se acercó temerosa a uno de aquellos bultos oscuros que yacían por doquier y, acuclillada, trató de distinguir algún movimiento en el pecho de la figura, sin obtener resultados. Alargó una mano con la firme idea de destapar a quien estuviera debajo, cuando la chica se movió dando un brinco, asustada al encontrar el rostro próximo de Sarah.

–¡Majestad! ¡Qué susto me ha dado!
–Lo siento –dijo Sarah retrocediendo avergonzada–. No era mi intención.
–¿Qué hacéis aquí? –La chica se había levantado y la conducía hasta un rincón alejado de la cocina donde poder hablar sin despertar al resto.
–No podía dormir y salí a dar una vuelta.

La criada chasqueando la lengua, la llevó hasta una puerta que las sacó de la cocina.

–No temáis al amo. Es muy bueno y generoso y cuida muy bien a todos sus huéspedes, alteza.

Sarah escuchó a la chica con la cabeza gacha. Estaba utilizando un tono maternal que la avergonzaba, y más si cabe, porque la criada era de su misma edad, o quizá un par de años menor.

–No le temo.
–Entonces disfrutad de su compañía, Majestad. Sed feliz en este castillo y confiad en su buena fe. El amo ha sufrido mucho y por eso, quizá, sea un poco peculiar para ciertas cosas, pero tiene un gran corazón...

La chica desapareció sin añadir más palabras. Sarah, a oscuras en el corredor, no supo qué hacer a continuación. La idea de volver al dormitorio no le seducía, y menos todavía la posibilidad de que Morgan estuviera despierto a la espera de explicaciones, sin embargo decidió hacerlo. Según los escalones que la llevaban al piso superior se acortaban, Sarah forjaba un discurso que Morgan, al día siguiente, debería comprender. No estaba dispuesta a compartir habitación con él por mucho que las costumbres del lugar lo exigieran. Ni siquiera Jareth le había forzado a hacerlo los primeros días que estuvo en el castillo.

Abrió la puerta temiendo que la oscuridad de la estancia ocultara el desvelo de Morgan. Caminó de puntillas hasta la cama que le habían instalado junto a la ventana, y tratando de hacer el menor ruido posible, se introdujo despacio.

Comenzó a relajarse casi media hora después, cuando el completo silencio y la respiración pausada de Morgan le hizo sentirse segura.

–Perdóname, Sarah.

Seguía en la misma posición, totalmente quieta y de cara a la pared. Tampoco él había dado señal alguna de estar despierto hasta el momento.

–No sé por qué lo he hecho. No tenía que haberte puesto en una situación tan incómoda, pero es que a veces yo… ¿Sarah? ¿Estás despierta? –Morgan se incorporó en el lecho buscando alguna señal en la chica, pero ella no contestaba–. No, supongo que no. A veces las cosas no son como nosotros pensamos. A veces gente mala se cruza en nuestros caminos y hacen que nuestra forma de ver el mundo cambie. No es culpa nuestra. Tampoco es culpa suya, pero así son las cosas. Lo siento de veras. Si pudiera borrar ese momento lo borraría. No pude contenerme; eres muy hermosa. Pero sé que eso no es una excusa. En tu mundo las cosas no funcionan así. Ojala puedas perdonarme.

–Te perdono –dijo ella sin cambiar de postura, Morgan volvió a acostarse y se arropó en silencio–. Pero si esto se repite, se lo contaré a…
–A tu marido.
–Se lo diré.
–No volverá a ocurrir.
–Gracias.


No había amanecido cuando Morgan visitó las cocinas. Despertó a un par de criados hasta encontrar a la que había hablado con Sarah.

–¿Le dijiste lo que comentamos?
–Sí señor. La chica me escuchó y creo que creyó lo que le dije.
–Perfecto –la dentadura de Morgan llenó de un malévolo fulgor la cocina, la muchacha del servicio sintió cómo el vello de su cuerpo reaccionaba al instante.


El viaje de descenso estaba haciendo mella en Jareth, que descansaba exclusivamente para dar de beber al caballo. Sólo una jornada más y llegaría al lugar donde su esposa había caído. Cuando estuviera allí movilizaría a todos los súbditos para que le ayudaran a encontrarla… Porque tenía que estar viva. Sarah tenía que estar allí abajo, en alguna parte, viva. ¡Porque si Sarah estuviera muerta…!


Maripa


Lo provejido es deuda. (Ayyy señor, llévame pronto... Provejido... Semejante capacidad creativa no está pensada pa que la tengan los mortales xDDDDD)

Besines guapuras!


Nuevo capítulo el lunes, sea, en un rato

Dear Mariniñ@s:
Me van a disculpar ustedes, pero no me ha dado tiempo vital a terminar el siguiente capítulo del Fanfic (está a medias, lo juro! xD). Así que en vez de publicarlo en esta maravillosa noche de domingo, lo publicaré en la maravillosa noche de mañana.
Ruego vuestras disculpas desde mis entretelas. Mañana cuando vuelva al redil desde el gimnasio ovejero, prometo que lo acabo y lo subo.
Ahora me voy pa la hierbecica mullía, salaos, que estoy que me "espiezo" xDDD.
A las buenas noches!!

Maripa

Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 16


16. UN CUENTO PARA SARAH

–¿Quieres que te lea un cuento?
Morgan vio como la chica se metía en la cama cubriéndose, recatada, pese al grueso camisón negro de manga larga.
–¿Perdón?
–Sí, creo que te gustará escuchar un cuento de los que leo antes de dormir –Sarah le miró extrañada–. Me parece muy poco cortés vivir estas aventuras en silencio cuando tú estás en la habitación.
–No, no pasa nada. No quiero molestarte. Lee, haz lo de siempre. Es más, si quieres puedo dormir en otra habitación. No tendría problemas en ir a la cocina y dormir con…
–Eso es impensable. Eres mi invitada… Además aquí esto es costumbre, no te preocupes y ponte cómoda.
–Tenéis costumbres curiosas…
–Las justas –añadió Morgan tomando un libro de El Estante para sentarse en la cama frente a Sarah –. Pero ahora, si te parece, cambiemos de costumbre. Voy a leerte un cuento muy especial. Tienes que estar atenta –dijo levantando cómicamente el índice, como si se dirigiera a una niña– porque es un cuento que escribió alguien también especial, y está ambientado en este mismo valle –carraspeó teatral–. Erase una vez…


No era capaz de articular palabra.
No era algo que le sucediera a menudo, de hecho, jamás pensó que le pudiera suceder, y sin embargo parecía que Sarah se había fugado con su voz.
Jareth espoleaba el caballo descendiendo la interminable pendiente. Se maldijo por no haber reparado antes en ese lugar del reino que permanecía virgen, salvaje, y en el que perdería como poco dos jornadas que podría haber dedicado a la búsqueda de Sarah.


–Esta historia habla de una joven muy bella; bella como ninguna. Ella sabía perfectamente que lo era, y también que podría hacer caer a cualquier hombre a sus pies ¡no exagero, te digo que a cualquiera! Y sin embargo la chica fue a encapricharse del peor de todos, el único que le parecía inalcanzable. Qué sorpresa se llevó cuando descubrió que ese hombre, tan poderoso como peligroso, reparó en ella. Y aquí comienza lo divertido, Sarah, escucha bien. ¿Qué podía esperar ella de alguien capaz de hacer cualquier cosa por obtener cuanto deseaba? ¿Piedad? ¿Acaso un trato especial? La chica no tardó en descubrir que con él los trucos que tan bien le habían funcionado no…
–Ya basta –Sarah se incorporó lanzándole una fiera mirada–. No quiero escuchar más.
–¿Pero por qué? –Morgan atónito dejó colgar el libro a un lado–. Ahora empezaba lo mejor.
–No hace falta que sigas. Sé que me equivoqué y que ahora estoy en un buen lío. No es necesario que me tortures.
–Esta no es tu historia, Sarah –Morgan se sentó en su cama y le acarició la mejilla–. Es la mía.
La chica retrocedió al instante. El contacto tibio de Morgan hizo que su nerviosismo se disparara. No comprendía por qué le contaba aquella historia ni por qué decía que no era la suya, cuando claramente lo era. No comprendía nada.
–Te haría bien pensar que no todo gira a tu alrededor. Puede que Jareth lo haga, puede que le hayas hechizado con magia propia de brujas… ¿Eres una bruja, Sarah? –Preguntó quedando a escasos suspiros de su rostro.
–No –retrocedió un poco más.
–¿Qué tienes entonces? ¿Qué poder es ese capaz de transformar al temido rey en un esclavo, y hacer del cruel tu siervo?
–No… No lo sé –respondió tocando con la espalda en la pared.
–Yo tampoco.
Recorrió la distancia que le separaba de ella. Notaba su aliento secándole los labios, podía incluso escuchar el latido de su corazón desbocado y sentir cómo temblaba. La reina se agarraba con fuerza a las sábanas. Al fin ella entre sus brazos, como deseó desde que la vio por primera vez.
–También yo he caído en tu embrujo –dijo antes de besarla con una suavidad que se convirtió en lacerante deseo según su lengua viajaba a otra boca.
–No puedo –Sarah se escapó de su abrazo que la había aprisionado entre la cama y la pared.
Salió de la habitación.
–Mañana seguiré leyéndote el cuento, Majestad, quieras o no.


Maripa

Vaya frío amores ovejiles míos. Vaya tela.
Abrigarse muchachada! Calentadores, mitones y gorricos (todo de lana, por supuesto), a dolor.
Besines

Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 15


15. EL BESAMANOS


-He de pediros algo.

-Mi señora, ahora no es el momento -respondió Morgan.

Sarah había regresado al gran salón vestida con el mismo negro sobrio que lucían todos los habitantes del palacio. El vestido blanco, húmedo y arrugado entre sus manos, parecía un ser etéreo que languidecía sangrando agua.

Frente al gesto de incomprensión de Sarah, Morgan corrigió sus palabras.

-No me malentendáis, señora. Antes de regresar a palacio deberíais descansar y calentaros al fuego. Estáis realmente pálida.

-De eso precisamente quiero hablarte -Sarah sintió cómo sus mejillas se encendían mientras trataba de buscar las palabras correctas para explicarse-. No quiero volver a palacio.

Morgan en pié junto a la enorme chimenea que presidía el salón, la miró fijamente esperando a que se explicara.

-¿He de pensar, pues, que no os habéis perdido en el bosque?

-No me he perdido.

-Claro, es extraño que la reina duerma bajo un tronco en su noche de bodas...

-No es tan extraño -admitió ella.

-Y sin embargo, es de lo más apropiado que seáis vos, precisamente, a quien haya encontrado escapando de palacio -Sarah le miró sin comprender-. Es de lo más apropiado.

-No comprendo -confesó ella asustada.



-Cobardes, todos unos cobardes -dijo Sir Dydimus meditabundo, a Ambrosius-. En realidad creo que no quieren rescatar a Milady. ¿Cómo sino podrían estar tardando tanto?

-¡Pieeeeedras despaaaaaaacio! -exclamó Ludo.

Hoggle, Ludo, Dydimus y todos los demás, aguardaban fuera de palacio a que las piedras libres del reino, acudieran a la llamada de su amigo. Así pensaban repetir la estrategia que tan bien les había funcionado cuando lo asaltaron por primera vez. Las piedras acudirían y ellos, aunque eran un número inferior a la guardia, lograrían entrar y rescatar a Sarah de las blancas garras de su captor.

-¡Tonterías! -dijo Dydimus antes de que una pequeña piedra, la primera en llegar, le diera en la cabeza - ¡Cobardes! -Exclamó desenvainando.

-Lo importante es que para cuando ellas lleguen, estemos ya preparados. Ludo, ponte bien la armadura -pidió Hoggle con paciencia-. Hello... Emmm... ¿cómo vas a cabalgar tú?

-¿Por qué lo preguntáis? ¿Es porque no tengo brazos? -preguntó exaltado el gusano.

-Ni piernas -añadió Dydimus.

-Cabalgaré como todos -replicó Hello desde el suelo mirando con enfado a uno de los basflieds ya ensillados, que casi le aplastó sin proponérselo.

-Bien, bien, calmémonos -terció Hoggle-. Estamos todos demasiado excitados. Queremos ver a Sarah y rescatarla de ese rufián que se hacer llamar Jareth, pero...

-¡Mirad, Sir Hoggle!

Dydimus se había alzado completamente sobre el lomo de Ambrosius. Las puertas del palacio estaban abiertas y de allí salía un jinete cabalgando a toda velocidad, directo a su posición.

-¡Prepárense, caballeros! ¡La guerra ha empezado! -Alertó Dydimus blandiendo su espada para impresionar al jinete, que también había desenvainado.

-¡Atención, ya llega! -Exclamó Hoggle.




-Sois realmente encantadora -sonreía Morgan-, las habladurías no os hacen justicia.

-Sigo sin comprenderte -confusa, Sarah veía cómo el anfitrión caminaba a su alrededor, como si en vez de hablar estuviera calibrando una pieza antes de arrojarse sobre ella con el cuchillo.

-Mi situación es bien conocida, y pese a todo, vos deseáis permanecer bajo mi techo...

-Temo no conocer tu situación.

Sorprendido, Morgan la miró de hito en hito. ¿Podría ser cierto lo que decía? ¿Acaso Jareth no le había hablado de él?

-Entonces creo que debería informaros de cómo están las cosas -dijo invitándola a tomar asiento en unos butacones negros, que hizo aparecer de un chasquido, junto a la chimenea-. Podría decirse que no soy uno de los siervos predilectos de vuestro esposo, señora. Ha habido muchos que han dejado su vida en el campo de batalla, o en las más imposibles misiones que su majestad les encomendara. Yo nunca he formado parte. No me malinterpretéis, no soy ningún cobarde. Mi tía es ya anciana, y yo su único heredero. ¿Imagináis qué ocurriría con ella si fuera abatido en alguna batalla? Mejor no lo imaginéis, alteza, simplemente sabed que su destino sería terrible. Por eso, tuvo a bien solicitar al rey una excedencia que me mantuviera alejado de sus “misiones”. En aquellos tiempos de paz, su majestad firmó, a regañadientes, cierto, pero accedió. Cuando los tiempos dejaron de ser serenos, en la revuelta del tres del cinco, vuestro esposo solicitó mi ayuda en el frente. Mi gran error fue recordarle que el documento firmado de su puño y letra, me mantenía alejado de los conflictos. Desde ese instante, siempre me consideró un cobarde...

-No es tan terrible -Sarah, que conocía perfectamente a Jareth, sabía que había perdonado la vida a unos cuantos cobardes, casi al instante. Le gustaba que sus enemigos lo fueran, de hecho.

-...y lo que es peor: un traidor -añadió Morgan-. Sé que los cobardes le producen indiferencia, pero los traidores, mi señora... Yo vi cómo castigaba a uno y no quisiera volver a verlo jamás.

A Sarah le costó tragar. El cazador no se lo había dicho, pero podía hacerse una idea de lo que Jareth hacía con aquellos que huían de palacio, los que le engañaban, abandonaban... Los que, en algún momento, habían osado ser como ella entonces.

-Por eso he de llevaros de vuelta, alteza. Si os entrego, Jareth al fin me perdonaría y dejaría de enviar a sus goblins para atormentar a mi anciana tía.

-No, por favor -corrió hasta el butacón del cazador y allí se arrodilló frente a él-. No me lleves de vuelta, te lo ruego. No quiero volver allí.

La chica sollozaba y se cubría el rostro volviéndose diminuta frente a Morgan. Él, sin saber cuánto de acertado sería su gesto, acarició su rostro y la abrazó con fuerza.

-No os preocupéis, alteza. No os llevaré de vuelta.




-¿¡La habéis encontrado!? -En cuanto salió de palacio, Jareth reconoció al grupo. Esperanzado con que aquellos patanes hubieran hecho algo a derechas, se acercó a ellos ansioso.

-¿Cómo osáis? ¡Sois vos quien la tiene presa! Volved al castillo para que podamos atacaros y liberad a Milady -exigió Dydimus.

-¡No está conmigo, madito seas! -Replicó Jareth aguantando las ganas de darle un puntapié.

-¿No está con vos? -Preguntó Hoggle confuso-. ¿Y dónde está?

-Voy a encontrarla -fue lo último que dijo Jareth antes de espolear a su caballo y tomar dirección a la montaña, donde comenzaba el descenso hasta el lago.

-¡Esperad, majestad! ¡Nosotros también vamos!




-Dormiréis en mi alcoba. Nadie salvo estos criados sabe que estáis aquí, y nadie más debe enterarse -la chica le miró con gesto de preocupación-. No temáis, no os tocaré alteza -dijo él sonriendo.

La chica atravesó los escasos centímetros que separaba su cama, ubicada junto a la ventana, de la del señor del castillo.

-Puedes tutearme y llamarme Sarah, como antes en el bosque.

-De acuerdo Sarah. Tú puedes llamarme Morgan -dijo él iniciando un intencionado besamanos.




Maripa