Se llamaba Damon Salvatore, era un vampiro. Parte 1.



Hola ovejas, hemos vuelto tal como amenazamos jajaja. Veo que no estamos todos pero casi; que se una todo aquel interesado, nosotras encantadas de la vida. Esta temporada venimos con Fanfic nuevo después del resacón laberíntico. Se trata nada más y nada menos que de una historia en la ambientación de Crónicas Vampíricas, la famosa serie de televisión (ya sabéis, vampiros y esas cosas).
Va a ser breve, diez capítulos, pero os adelanto ya que tras estos diez y dependiendo de la aceptación que tenga en vosotros (también dependiendo de las ganas que ponga Maripa, of course), puede haber una continuación.
Bueno, ya, que me lío y adelanto acontecimientos. Aquí os dejo con la historia.
¡¡Bienvenidos one more time a Marivigilias!!



Hizo algo peor que dejarla sola, desnuda y casi sin sangre, fue muchísimo peor; se marchó sin hacerle olvidar todo lo ocurrido durante aquellas dos semanas...

¿Cómo conocí a Damon Salvatore?


—¿Me vas a poner las patatas o qué?
—Sí, claro, en seguida.
—¡Eso lo dijiste hace media hora! —vociferó el cliente mientras ella entraba a la cocina.
Que un miembro del equipo del restaurante –ella, el cocinero y otra camarera– fallara siempre resultaba ser una hecatombe, pero la sensación de absoluto caos era todavía más intensa cuando la compañera se había marchado tras una llamada urgente y el que fallaba era el cocinero. Alyssa, sola ante el negocio, atravesaba más que esquivar los bancos de la cocina. Las hamburguesas seguían allí, sin poner en la plancha, las lechugas sin cortar y las patatas, por supuesto, sin freír. Cole no podía elegir un peor día para ponerse enfermo. La noche había sido infernal, la hora del cierre por fortuna estaba próxima; solo tenía que atender una mesa de jugadores de  baseball y cerraría las puertas.
—¡Camarera! —escuchó llamar a un energúmeno por decimo quinta vez—. ¡Ca-ma-re-ra!
—¡Oh, por Dios, ya voy! —dijo secándose las manos en el delantal mientras empujaba la puerta con el brazo, para salir de la cocina.
—¡¡CA-MA-RE-RA!! —al fondo, un tipo acompañaba cada sílaba golpeando su puño fuertemente contra la barra.
—¿Dónde están mis patatas? ¿Y las hamburguesas?
—¿Quiere esperar un momento, por favor? —dijo al entrenador mientras caminaba furiosa hacia el imbécil del fondo—. ¡¿QUÉ?! —le gritó muy cerca de la cara.
—Hola cielo, ¿podrías ponerme un Whisky, por favor?
Alyssa no se podía creer que el muy impresentable la hubiera hecho dejar todo para eso. Estaba indignada.
—No puedo ponértelo. Tendrás que esperar igual que todos —dijo con desprecio. Los ojos azules del tipo se guiñaron desafiantes. 

 
—Bueno, entonces para ir ahorrando tiempo me serviré yo mismo.
Saltó la barra sin más preámbulos, todos quedaron boquiabiertos. Agarró un vaso del estante bajo donde guardaban los de mejor cristal y eligió el whisky más caro del restaurante entre su variada selección de bebidas.
—Eh tú, ¿no crees que deberías salir de ahí? —preguntó el entrenador empleando ese  peculiar tono de voz de “persona a la que debo obedecer si no quiero dormir en un hospital”.
—No —respondió el tipo moreno y no musculado en exceso, levantando los hombros.
—Chicos, mirad, este tipo quiere estropearnos aún más la noche… —el equipo rápidamente captó las orden implícita del entrenador. La cosa era sencilla: si aquel perdedor no salía por las buenas, debían ir por él sin darle tiempo a pestañear.
—Bueno, bueno, vamos a calmarnos. Seguro que aquí “el amigo” no quería ponerse impertinente y va a marcharse ahora mismo del restaurante.
—Oblígame.
—¿Qué? —preguntó ella con el ceño fruncido. ¿Estaba loco? ¿Quería morir allí, entre botes de kétchup y mostaza?
—Que me obligues —dijo él guiñando un ojo, levantaba su copa para brindar a la salud de la camarera.
—Bueno, ya es suficiente —un hombre alto como un edificio saltaba la barra con los puños listos para darle una soberana paliza…
No lo hizo. Ninguno de los diez consiguió siquiera rozarle. Aquel tipo delgado, moreno, vestido de negro, de la clase en que nadie repara salvo alguna mujer por su atractivo, apaleó a todos y cada uno de aquellos armarios con piernas, y lo hizo sin despeinarse. Alyssa, asustada, y dolorida por un fuerte golpe en el brazo cuando intentaba escapar, observó la escena desde el salón, escondida bajo una mesa. Los jugadores de baseball empezaron a ser bateados y volaron tan alto como ellos lanzaban las bolas en los partidos. Muda de terror se cubría la boca con la mano que todavía pudo mover. Los había matado a todos mientras ella se escondía bajo una mesa… a todos.
—¿Dónde estás, ratoncito?... Te he visto saltar la barra hace un momento… —canturreó paseando por el salón. Alyssa quedó muy quieta. Desde su posición podía verle las piernas y la cintura. Se había detenido junto a un montón de cuerpos y al parecer… al parecer sujetaba uno de ellos por el pecho dejándole colgar las piernas. ¿Podía ser cierto? ¿Podría él tener tantísima fuerza para dejar colgando a un hombre solo agarrándole con el puño? Se inclinó solo un poco para intentar ver con mayor claridad. Lo que descubrió le hizo dar un grito que desveló su posición.
—Ahí estás, ratoncito…
—¡No por favor no me hagas daño! —rogó intentando escapar de su escondite a gatas. Cuando él la forzó a levantarse agarrándole del brazo herido se lo acabó de romper. Alyssa por pocas vomitó viéndole lleno de sangre y sintiendo la agudeza del dolor por todo el cuerpo—. ¡Oh Dios! —apartó la cara de él.
—Eres muy guapa, ratoncito —rió—, pareces la guinda del pastel con esas mejillas tan rosadas, y esa boquita tan pequeña.
—Por favor, por favor —rogó con los labios temblorosos retrocediendo hasta la barra, rodeándola como si quisiera hacer que nada había pasado y retomar su turno.
—Sí, sí, eres la guindita para el pastel. Te comeré rápido —dijo él—, y me lo agradecerás, así no tendrás que limpiar todo esto, ratoncit…
Dos disparos, uno en la frente y otro en el pecho. El revólver que Cole, cocinero y gerente, tanto insistió en dejar a mano y que ella tanto insistió en no emplear jamás, humeaba cuando lo soltó sobre la barra. No podía creer que hubiera disparado a un hombre. Tenía que llamar a la policía. Tenía que contárselo todo. No podía creerlo. Le había matado, pensaba mientras pasaba con mucho cuidado junto a su cabeza, boca abajo en el suelo.
Una mano helada le agarró el tobillo. El tipo comenzó a reír.
—Vaya con el ratoncito, parece que sabe disparar.
Eso fue lo último que escuchó antes de despertar una semana más tarde en el hospital, con traumatismo craneoencefálico, un brazo roto, y pérdida de memoria debida supuestamente a un fuerte golpe.
*
Un mes más tarde le dieron el alta, Alyssa seguía sin recordar. Había oído por ahí que en un tiempo volvería a tener plena conciencia de qué había sucedido en el restaurante, le dijeron que no lo hacía entonces porque podía estar sufriendo una mezcla de shock y golpe. Ella en realidad deseaba recordar, pero solo en parte. No sabía cómo afectaría a su vida saber a ciencia cierta que cogió un arma y la disparó dos veces, seguramente contra alguien, contra el asesino, esperaba, porque nadie consiguió encontrar los casquillos en el restaurante. Tampoco le iba a gustar demasiado recordar la cara del monstruo que mató a los nueve chicos del equipo de baseball aunque fuera para ayudar en el arresto, o que su mente le mostrara cómo lo hizo.
Su familia y amigos se habían volcado ofreciéndole ayuda. Nunca podría haber salido del hospital sonriente de no ser por ellos, eso lo tenía claro, pero dos meses después del accidente todavía seguían allí, constantemente encima, preocupándose por ella con tal intensidad y en tal grado que Alyssa se sentía abrumada, molesta por tener la sensación de expeler lástima,  y sobreprotegida, todo porque seguía sin recordar las cosas traumáticas que le hubieran sucedido.
El fin de semana que Giselle al fin propuso salir a tomar unas cervezas, Alyssa por pocas se quedó sin respiración. No tardó medio minuto en maquillarse, enfundarse unos vaqueros, las botas de tacón alto, la chupa de cuero, los guantes y una bonita boina francesa. Estaba guapa, también se sentiría así de no ser porque el brazo le dolía a rabiar con los cambios de tiempo y, por desgracia, el frío había regresado. Pero en fin, no debía pensar en ello, debía verse ya en el Strike brindando con cerveza por la libertad recuperada.
El lugar estaba tan abarrotado como siempre. Nadie imaginaría un sitio como aquel desierto a esas horas de un viernes. Su amiga no tardó en encontrar al tipo que le gustaba por aquel entonces; el amigo de una amiga de un amigo de… disfrutando en una mesa rodeada de asientos. Pronto las dos formaron parte del nutrido grupo que formaban cuatro chicos además del amigo de la amiga de… ¿?, bueno, que acabaron sentándose con ellos.
—¿Tú eres la que perdió la memoria?
—La misma —Alyssa tocó unos platos imaginarios con sus baquetas imaginarias. Todo el mundo le preguntaba por ello, parecía como si interesarse por la vida ajena fuera deporte oficial de aquel pueblo.
—Qué fuerte, ¿no?
—Em… sí, mucho.
—Tía, ¿y no te acuerdas de nada? —preguntó el intento de surfista sujetándose tras la oreja un bucle rubio.
—No.
—¿Pero de nada de nada?
—Nada.
—¿En serio?
—En serio.
—Qué fuerte, ¿no?
—Bueno Giselle, creo que me voy al baño —suspiró con pesadez mirando a su amiga. Dios, si todos los tíos eran así, casi agradecía no recordar los últimos que rondaron su vida antes del accidente.  
Salía del cuarto de baño y echaba una ojeada alrededor. Ojala Kat anduviese por allí, al menos podría librarse del surfista de Giselle, pero no había nadie conocido. Ya se veía tirando la noche a la basura cuando…
—Hola.
—Hola… perdona pero, ¿te conozco? —preguntó a un chico moreno y atractivo. Sus grandes ojos azules podrían ser armas de destrucción masiva si se lo proponía. “Muy bueno” no… Lo Siguiente. 



—No me digas que has perdido la memoria —dijo él invitándola a ocupar el taburete a su lado—. ¿Quieres beber algo?
—Una cerveza —aceptó el ofrecimiento encantada. Él no podía ser más interesante y además estaba escabulléndose de Giselle y su surfista cateto.
—Podría empezar por lo de siempre, en qué estudias, tu edad, y también preguntarte si vienes mucho por aquí, pero quizá entonces me preguntarías lo mismo, averiguarías mi edad y saldrías espantada…
—No debes tener más de treinta...
Damon Salvatore se echó a reír, encantado.
—¿Cuarenta?
—Casi. Has fallado por poco —dijo ofreciéndole la cerveza que el camarero puso frente a ellos—. Toma, brindemos.
—Nunca había brindado con un extraño —sonrió divertida sujetando el botellín helado.
—En realidad podría decirse que nos conocimos hace tiempo —comentó él arrugando levemente la nariz.
—¿Ah sí? ¿Qué sabes de mí? ¿De qué nos conocemos? Cuéntame. Cuando preguntaste si perdí la memoria acertaste de lleno. Tuve un accidente hace meses y ahora tengo una laguna.
—Oh, vaya, ¡pobrecita!
—Vaya… ya, esto, gracias, eres muy amable… —ya la había fastidiado. Ya se había puesto en plan “pobre chica sin memoria, voy a compadecerte”—. Bueno… No sé cómo te llamas, pero creo que debería volver con mis amigos. Gracias por la cerveza —dijo poniéndose en pie.
—¿Sabes qué sé de ti? —preguntó Damon volviéndose en el taburete, tamborileando en el vaso de cristal con los dedos.
—Sorpréndeme —ella forzó una sonrisa.
—Sé que, si no he contado mal —se mordió el labio inferior—, hiciste dos buenos disparos para ser tu primera vez. 


Nos vemos en quince días, perlas. 
Jerseys de lana para todos (además, con el frío que hace os vienen al pelo... ¡Os quejaréis! Jajajaajja).

2 Carminazos:

Anónimo dijo...

O.O ........... ¡ME HA ENCANTADO! Ha estado genial. Tenía tanto tiempo sin pasar por su página. Cuando me encontré con semejante sorpresa ¡tuve que leerlo de inmediato! Me gusta como va la historia y sobre todo que uno de los protagonistas sea Damon<3 *se le cae la baba* jaja en fin me iré a leer el otro capítulo porque no puedo resistirlo más. Sayonaraaaa :D

Maripa dijo...

Hola Anónima.
Vamos con un poquito de retraso con este fic, pero sí, está gustando y seguimos con ello.
Mil gracias por venir a vernos ;)