
Llevaba dos noches durmiendo con
él, dos noches que fueron en realidad como días, dado que las pasaban
despiertos pese a estar en la cama. El apetito voraz de Damon era estremecedor,
y no solo en lo concerniente a la sangre –porque bebía sangre, tras aquellas
dos noches lo sabía a la perfección; dejó que le chupara el cuello convencida
de que su misión en la vida era esa precisamente—, también en los otros
aspectos más íntimos de la cama Damon me mostraba hambriento.
Sin descanso, podía llegar a
hacerle el amor siete veces y continuar igual de entero que cuando empezaran.
Damon solo descansaba en tanto a ella le venía la estremecedora sacudida del
placer que no podía sujetar por más tiempo. Él sonreía. Tenía una sonrisa tan
bella, tan cruel, tan blanca y tan perfecta, que la chica notaba sus pezones
endurecerse cuando la veía, y no de excitación, sino de miedo.
A pesar de ello, Damon comenzaba
a mostrarse más humano en aspectos que cuando se encontraron parecían impensables,
ella dudó incluso que existieran. Le dejaba dormir durante el día porque él
disfrutaba anchamente morando en las noches, a pesar de su anillo con el que
podía exponerse al sol. Ella creía que le dejaba descansar porque en su
interior, aunque fuera una discreta fibra de su cuerpo, albergaba algo de
bondad… La pobre no sabía lo equivocada estaba.
Alyssa creía también que otros
gestos, como el de permitirle recordar qué sucedía cuando se encontraban;
hacerle ver que no estaba loca —dado que le habló con cierta tensión sobre cómo
manipulaba su mente—, y esquivaba, no sabía si por amabilidad o por
incomodidad, referirse a la matanza de la cafetería, en realidad tenían un
significado revelador: él sentía algo por ella… En realidad no era así, pero su
juguete todavía no estaba listo para saberlo. Damon observaba la extraña
conducta que presentaba la humana. No había logrado averiguar por qué conseguía
resistir su influjo. Que él recordara, no había pasado nunca, aunque el asunto
no le quitaba el sueño, de hecho, dormía como un niño cuando ella se levantó
felina, dispuesta a echar un ojo a cada rincón que quedara relativamente cerca
de su ávido cuerpo anhelante de respuestas.

Los muebles y cuanto decoraba
aquella casa que se escondía entre la maleza, parecía estar sacado de otra época,
como si el propietario no fuera el monstruo que se alimentaba de su sangre,
sino un ser ajado y solo, despreocupado. Abrió una puerta que mostro su
interior con un chirrido de esos que hacían helarse la sangre. Por un momento
los misterios que pudiera contener el oscuro dormitorio no parecieron tan
atrayentes como al principio. Alyssa se recogió el cabello a un lado —siempre
que sentía nervios lo hacía—, y palpando la pared encontró un interruptor tan
moderno que desentonaba con las otras piezas del... «despacho, esto es un
despacho», se dijo tras distinguir una mesa de roble en el centro de la
habitación. Junto a ella otra pequeña, contenía una buena colección de licores
y bebidas en botellas de orfebre.
Alyssa acaricio las distintas
maderas que iba encontrando por la sala con las yemas de los dedos. En una
esquina de la mesa grande y enmarcada en plata, había una fotografía que por su
estado, como poco debía tener cien años. Una bella mujer con vestido escotado y
entallado en la cintura, como la protagonista de Jane Eyre pero en guapa, le
saludaba desde su marco.
—¿Estás disfrutando del paseo?
—¡Damon! —dio un respingo. Sabía
que era sigiloso como un animal, siempre se le olvidaba conservar un mínimo de
prudencia cuando estaba cerca de él—. En realidad no he visto mucho, solo el
pasillo y este estudio.
—Más que suficiente, yo diría
incluso que demasiado.
—Lo siento, no pretendía
molestarte.
Siguió un silencio incómodo.
Mientras ella esperaba que él se pusiera a gritar como hizo la primera noche
que pasaron juntos, él se preguntaba cuánto más le dejaría seguir con vida.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Sorpréndeme —se dejó caer en el
sofá que reinaba junto a la chimenea apagada.
—Me gustaría saber... La chica
del retrato...
—Katherine.
—Katherine... ¿Quién es?

—Una amiga. Por cierto, hablando
de amigos —dijo Damon dando unos leves golpecitos en el sofá que quedó a su
lado. Seguía completamente desnudo—, dentro de poco uno de los míos se dejará
caer por aquí y me gustaría comprarle un regalo.
—¿Ah sí? genial...
—¿Hay algún lugar en este pueblo
donde pueda conseguir algo tan exótico como tú?
Pero ella no le escuchaba, había
una pregunta rondando su mente desde que vio una sonrisa sobre la mesa.
—¿Era tu novia?
—¿Qué más da eso? No seas pesada,
sigamos con lo de mi amigo. Había pensado comprarle un traje o algo elegante,
¿sabes? No puede decirse que haya salido mucho en todo este tiempo. Necesitará
algo apropiado para ir a la fiesta.
—¿Qué fiesta? —preguntó sin poder
quitarse de la cabeza la idea de que Damon, el que daba tanto miedo, se
alimentaba de ella y le mantenía con vida y consciente sin que nadie supiera
bien por qué, tenía una fotografía en blanco y negro de una dama en la mesita.
Además la tenía desde hacía bastante tiempo.
—La fiesta que daré aquí mismo y
de la que tú también serás anfitriona.
Pero ella no escuchaba. Su rostro
comenzaba a ponerse lívido y la sangre le bajaba hasta los tobillos. La mujer
del retrato le importaba, seguro que de ella no se alimentó, seguro que no se
la folló dos noches seguidas como a una prostituta...
—He de irme —anunció para
desconcierto del vampiro.
—¿Dónde?
—A casa, por supuesto. Llevo dos
días desaparecida, deben estar preocupados —dijo con ansia repentina y ganas de
dejarle atrás, ponerse la ropa y desaparecer por el camino.
Faltaba poco para el amanecer. Si
se daba prisa encontraría en la carretera alguno de los transportistas que
llevaban cargamentos a la cafetería. Uno de ellos podría acercarle al pueblo.
—No era lo que tenía pensado —dijo
él sacando los dientes para darle un nuevo mordisco en el cuello dolorido.
Alyssa escapó entre sus brazos corriendo a la habitación.
Cuando Damon acabó de cubrirse la
cintura con una estola de seda, la chica ya estaba en el vestíbulo acabando de
abrocharse el pantalón vaquero.
—¿A qué viene tanta prisa?
—A nada, solo he de marcharme.
—Dentro de unos días pasaré a
buscarte. Procura estar apetecible, ¿de acuerdo? Tú eres el plato fuerte —dijo
sin ningún miramiento.
Ella corría por el camino,
alejándose de la casa como si el mismo diablo le estuviera siguiendo con una
mirada que por ojos tenía cuchillos.