¿Katherine, quién es esa? Parte 4





 

Llevaba dos noches durmiendo con él, dos noches que fueron en realidad como días, dado que las pasaban despiertos pese a estar en la cama. El apetito voraz de Damon era estremecedor, y no solo en lo concerniente a la sangre –porque bebía sangre, tras aquellas dos noches lo sabía a la perfección; dejó que le chupara el cuello convencida de que su misión en la vida era esa precisamente—, también en los otros aspectos más íntimos de la cama Damon me mostraba hambriento.
Sin descanso, podía llegar a hacerle el amor siete veces y continuar igual de entero que cuando empezaran. Damon solo descansaba en tanto a ella le venía la estremecedora sacudida del placer que no podía sujetar por más tiempo. Él sonreía. Tenía una sonrisa tan bella, tan cruel, tan blanca y tan perfecta, que la chica notaba sus pezones endurecerse cuando la veía, y no de excitación, sino de miedo.
A pesar de ello, Damon comenzaba a mostrarse más humano en aspectos que cuando se encontraron parecían impensables, ella dudó incluso que existieran. Le dejaba dormir durante el día porque él disfrutaba anchamente morando en las noches, a pesar de su anillo con el que podía exponerse al sol. Ella creía que le dejaba descansar porque en su interior, aunque fuera una discreta fibra de su cuerpo, albergaba algo de bondad… La pobre no sabía lo equivocada estaba.
Alyssa creía también que otros gestos, como el de permitirle recordar qué sucedía cuando se encontraban; hacerle ver que no estaba loca —dado que le habló con cierta tensión sobre cómo manipulaba su mente—, y esquivaba, no sabía si por amabilidad o por incomodidad, referirse a la matanza de la cafetería, en realidad tenían un significado revelador: él sentía algo por ella… En realidad no era así, pero su juguete todavía no estaba listo para saberlo. Damon observaba la extraña conducta que presentaba la humana. No había logrado averiguar por qué conseguía resistir su influjo. Que él recordara, no había pasado nunca, aunque el asunto no le quitaba el sueño, de hecho, dormía como un niño cuando ella se levantó felina, dispuesta a echar un ojo a cada rincón que quedara relativamente cerca de su ávido cuerpo anhelante de respuestas.
 
Los muebles y cuanto decoraba aquella casa que se escondía entre la maleza, parecía estar sacado de otra época, como si el propietario no fuera el monstruo que se alimentaba de su sangre, sino un ser ajado y solo, despreocupado. Abrió una puerta que mostro su interior con un chirrido de esos que hacían helarse la sangre. Por un momento los misterios que pudiera contener el oscuro dormitorio no parecieron tan atrayentes como al principio. Alyssa se recogió el cabello a un lado —siempre que sentía nervios lo hacía—, y palpando la pared encontró un interruptor tan moderno que desentonaba con las otras piezas del... «despacho, esto es un despacho», se dijo tras distinguir una mesa de roble en el centro de la habitación. Junto a ella otra pequeña, contenía una buena colección de licores y bebidas en botellas de orfebre.
Alyssa acaricio las distintas maderas que iba encontrando por la sala con las yemas de los dedos. En una esquina de la mesa grande y enmarcada en plata, había una fotografía que por su estado, como poco debía tener cien años. Una bella mujer con vestido escotado y entallado en la cintura, como la protagonista de Jane Eyre pero en guapa, le saludaba desde su marco.
—¿Estás disfrutando del paseo?
—¡Damon! —dio un respingo. Sabía que era sigiloso como un animal, siempre se le olvidaba conservar un mínimo de prudencia cuando estaba cerca de él—. En realidad no he visto mucho, solo el pasillo y este estudio.
—Más que suficiente, yo diría incluso que demasiado.
—Lo siento, no pretendía molestarte.
Siguió un silencio incómodo. Mientras ella esperaba que él se pusiera a gritar como hizo la primera noche que pasaron juntos, él se preguntaba cuánto más le dejaría seguir con vida.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Sorpréndeme —se dejó caer en el sofá que reinaba junto a la chimenea apagada.
—Me gustaría saber... La chica del retrato...
—Katherine.
—Katherine... ¿Quién es?
—Una amiga. Por cierto, hablando de amigos —dijo Damon dando unos leves golpecitos en el sofá que quedó a su lado. Seguía completamente desnudo—, dentro de poco uno de los míos se dejará caer por aquí y me gustaría comprarle un regalo.
—¿Ah sí? genial...
—¿Hay algún lugar en este pueblo donde pueda conseguir algo tan exótico como tú?
Pero ella no le escuchaba, había una pregunta rondando su mente desde que vio una sonrisa sobre la mesa.
—¿Era tu novia?
—¿Qué más da eso? No seas pesada, sigamos con lo de mi amigo. Había pensado comprarle un traje o algo elegante, ¿sabes? No puede decirse que haya salido mucho en todo este tiempo. Necesitará algo apropiado para ir a la fiesta.
—¿Qué fiesta? —preguntó sin poder quitarse de la cabeza la idea de que Damon, el que daba tanto miedo, se alimentaba de ella y le mantenía con vida y consciente sin que nadie supiera bien por qué, tenía una fotografía en blanco y negro de una dama en la mesita. Además la tenía desde hacía bastante tiempo.
—La fiesta que daré aquí mismo y de la que tú también serás anfitriona.
Pero ella no escuchaba. Su rostro comenzaba a ponerse lívido y la sangre le bajaba hasta los tobillos. La mujer del retrato le importaba, seguro que de ella no se alimentó, seguro que no se la folló dos noches seguidas como a una prostituta...
—He de irme —anunció para desconcierto del vampiro.
—¿Dónde?
—A casa, por supuesto. Llevo dos días desaparecida, deben estar preocupados —dijo con ansia repentina y ganas de dejarle atrás, ponerse la ropa y desaparecer por el camino.
Faltaba poco para el amanecer. Si se daba prisa encontraría en la carretera alguno de los transportistas que llevaban cargamentos a la cafetería. Uno de ellos podría acercarle al pueblo.
—No era lo que tenía pensado —dijo él sacando los dientes para darle un nuevo mordisco en el cuello dolorido. Alyssa escapó entre sus brazos corriendo a la habitación.
Cuando Damon acabó de cubrirse la cintura con una estola de seda, la chica ya estaba en el vestíbulo acabando de abrocharse el pantalón vaquero.
—¿A qué viene tanta prisa?
—A nada, solo he de marcharme.
—Dentro de unos días pasaré a buscarte. Procura estar apetecible, ¿de acuerdo? Tú eres el plato fuerte —dijo sin ningún miramiento.
Ella corría por el camino, alejándose de la casa como si el mismo diablo le estuviera siguiendo con una mirada que por ojos tenía cuchillos.

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