Fanfic Dentro del Laberinto. Capítulo 14


14. UNA NUEVA FORTALEZA

La segunda de las lunas no era propiamente una luna, se trataba del sol. Era extraño descubrir ese tipo de detalles cuando llevaba más de una semana dentro del laberinto. Nadie le había contado nada respecto a las tres lunas que bailaban la noche del reino, claro que tampoco nadie le había hablado de las criaturas que en él habitaban. Sarah había dado por hecho que los goblins, los ludos, los dydimus, las hadas, los gusanos parlantes y los bichos que se intercambiaban las cabezas, eran los únicos seres que allí había, pero cuando el cazador la tuvo delante, y aún observando que era con diferencia más alta que cualquiera de ellos (pero menos que Ludo) le había preguntado qué era, a la chica se le despertó la curiosidad. Ese fue el motivo de que la primera pregunta que le hiciera tratara de los habitantes del bosque.

–¿Qué vive en este bosque?

–¿Cómo? –Escuchó al cazador por encima del sonido que hacían los cascos del caballo.

Llevaban un buen rato cabalgando. Sarah todavía no sabía dónde se dirigían, pero rogaba que no fuera hacia el castillo.

–¿Qué criaturas hay en el bosque? –Insistió Sarah subiendo la voz.

–Aquí hay mucha vida... Están las morggonaus, los lumenes... hay canrentas, violetas, purefingers, inspectrals...

–¿Violetas? –La chica se interesó por el nombre más común. No hubiera podido repetir los demás.

–Sí, son una especie de morggonaus pero sin pelo y con las garras más pequeñas.

–Por supuesto –respondió ella con sorna.

–¿Nadie os los ha enseñado, mi señora?

–No, no he salido mucho –acompañó sus palabras con una sonrisa torcida.

En ese momento, una sombra negra cruzó el camino de un salto haciendo que el caballo se encabritara. Sarah se agarró con fuerza a la espalda del cazador que trataba de controlar las riendas y dirigir al animal.

–¡Tranquilo Cicerón! ¡Agárrate fuerte a mí, Sarah!

La chica cruzándole las manos por el pecho, clavó las uñas en el traje de cuero. En semejante circunstancia se le vino otra pregunta a la mente... ¿cómo sabía su nombre?



–No puede ser... –Jareth perplejo, descubrió el agujero del suelo, donde empezaba la escalera de caracol.

–Hemos mirado en el jardín que da a la ventana; allí no hay nada, de modo que tiene que haberse ido por aquí.

–¿Cómo ha encontrado el pasadizo? –Preguntaba el rey a sí mismo mientras los goblins de alrededor buscaban un lugar donde esconderse y evitar responder a la pregunta.

–La señorita debe de estar aún ahí dentro, mi señor.

–¡Por todos los cielos! –Jareth se introdujo en el pasadizo a toda velocidad. Acababa de recordar dónde desembocaba aquel río de oscuridad.

La voz del rey llamando a Sarah hizo temblar las entrañas del castillo.



–Ya hemos llegado –anunció el cazador antes de desmontar a Cicerón y agarrarla por la cintura para bajarla del palacio.

Una fortaleza se extendía con clamorosa sobriedad hasta donde alcanzaba la vista. Era un edificio construido claramente para no albergar visitas. A Sarah le daba escalofríos.

Pensó en lo que ocurriría a continuación y la incomodidad que sentía se acentuó. La llevarían ante el señor del lugar, y él, temeroso del rey, no dudaría en mandarla de vuelta al castillo, donde Jareth castigaría su escapada y todo comenzaría de nuevo.

–Mandaré que alguien te consiga algo de ropa seca y...

–No lo hagas –rogó tratando de que el cazador se apiadara de ella.

–¿El qué?

–No me lleves ante tu señor. No quiero volver al castillo –confesó cabizbaja sintiendo cómo se le formaba un nudo en la garganta.

–No puedo hacer lo que me pides... –respondió él agarrándola del brazo.

Caminó a su lado en silencio recorriendo las caballerizas hasta llegar a un pasillo que conectaba con las cocinas de la fortaleza. Las atravesaron sin detenerse, hasta salir por una pequeña puerta excavada en la pared.

Lo primero que Sarah descubrió de la estancia fue una alfombra. Estaba elaborada con tonos negros y rojos, que mezclándose, formaban un escudo familiar irreconocible. Las paredes eran de piedra oscura, salvo en los lugares donde la cercanía de las antorchas dejaba ver un material metalizado.

El cazador la llevaba directamente a una sala más iluminada que las que dejaron atrás. Había una gigantesca chimenea al fondo, donde las llamas jugaban a llegar más lejos de lo que cualquier fuego cautivo pudiera soñar.

La chica buscó al señor en la estancia, pero no lo encontró.

–¿Tú eres el señor?

–Te dije que no podía llevarte ante él porque ya me tenías delante... ¡Traed un vestido! –Sarah miró boquiabierta al cazador, en la habitación sólo estaban ellos dos–. No puedo permitir que nuestra invitada se resfríe.

–Sí señor duque –respondió una voz.



Jareth llegó al final del pasadizo. Allí, balanceando las piernas en el abismo, vio cómo la luz cambiaba dejando paso a la primera de las tres lunas.

–¡Majestad! –Jadeó un goblin de la guardia que llegó junto a él tras el prolongado descenso–. La señorita ha debido de caer por aquí...

Jareth le miró. El goblin retrocedió asustado cuando le agarró la pantorrilla para lanzarlo al vacío sin inmutarse.

Escuchó perderse el grito del sirviente.

Se levantó y comenzó a subir las escaleras de caracol.


Nadie se atrevió a dirigirle la palabra. Todos los goblins sabían que el rey bajó primero las escaleras, y tras él lo hizo el goblin de la guardia, pero sólo Jareth volvió a subirlas. Ese había sido el tema de conversación en el palacio durante la última semana.

La viuda del empujado, en las cocinas, estaba rodeada por un harén de goblins que le traían servilletas y manteles con los que ella enjugaba las lágrimas constantemente.

–¡Pobre Carpi! –Lloraba la viuda–. Hoy salíamos de viaje a las islas gatarias. Siempre quiso viajar allí, y mira... ¡Ya no iremos! –Clamaba la desconsolada viuda.

–¿Por qué? –preguntó Carpi, que acababa de entrar en la cocina y seguía en la puerta viendo cómo los goblins rodeaban a su esposa.

–¿Cómo que por qué? ¿Quién ha dicho eso? –Quiso saber ella, indignada, levantándose de un salto.

–Yo –Carpi la miraba sin comprender. Todos los demás, atónitos, le miraban a él–. ¡No me digas que he estado una semana caminando para nada!


La celebración por el regreso de Carpi fue ruidosa, tanto que el eco de la fiesta llegó hasta el salón principal donde Jareth se había atrincherado una semana atrás.

Agarró la fusta antes de ponerse en pié y dirigirse con paso calmo a las cocinas.

Acabaría con ellos. Con todos y cada uno de ellos, pensó bajando los pocos escalones que todavía le alejaban de la fiesta.


La mayoría de los goblins guardaron silencio al verle aparecer. Otros seguían con la fiesta sin percatarse de nada. Carpi, descorazonado, le preguntaba a su mujer el motivo del cambio de planes.

Jareth lo vio. Realmente estaba allí. Se quedó helado al ver la escena.

–¡Sarah! –Exclamó subiendo las escaleras a toda velocidad.




Maripa


¿Cómo ha ido la semana, ganao? Ayyy espero que muy bien :D
El relato llega la noche del sábado porque mañana tendré que escribir también, pero cosas menos chulas T_T... En fin, qué le vamos a hacer, habrá que currárselo, que si no el pastor-profesor me dará con la vara literaria xD
Marime os manda besacos y abrazos y lametones. Y llora, llora mogollón aullando a la luna por Victor Creed xD
Besicos sal@s! Espero que os guste!


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