Fanfic X-Men: MERCENARIOS. Capítulo 5

Madre mia. Van a saltar bragas hasta en la Moncloa. Ale, siguiente entrega. Se avecinan cosas fuertes y vamos especiando el tema! Fight!
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5.    Brutos y damas


-          Ya son nuestros – la voz del feral era un gruñido espeso y meditado.

El leve crujido de la madera bajo su peso le sugirió realidad ante la bruma tóxica que iba abandonando su cuerpo. Si Víctor hubiera sido humano, no habría garantía de vida más allá del mordisco. Pese a la peregrina vulnerabilidad, no podía evitar ver algo estimulante en ese riesgo que cualquier otro no podría asumir. Dio un trago largo a la botella de tequila que Paws le había traído. El aire nocturno discriminaba toda niebla de la puntería sensorial.

-          ¿Ha ido todo bien? – Leon sonaba expectante al otro lado del móvil.

-          Como siempre. Rápido, confuso, caótico. Ha sido un paseo. 

Víctor respondió todavía arrastrando la lengua en torpe enredo. 

-          ¿Qué coño te pasa en la boca? ¿Vas mamado?

El enorme mutante estalló en una carcajada ruda y tomó asiento en los escalones de entrada. Comenzaba a despejarse.

-          ¿Desde cuándo voy yo mamado, Leon? – preguntó, envuelto en esa risa tenebrista que asomaba luz y sombra – No. Pero ya sabemos cuál es su “mutación”.

-          ¿Y cuál es? – se podía adivinar una leve inquietud que manchaba su acento férreo. 

-          Una feral con muy mala ostia. Venenosa de cojones. No dejes tus pelotas cerca de sus dientes.

-          Comprendo. Eso es muy… interesante – Leon paladeó la respuesta, orbitando alguna posibilidad remota – Supongo que los tratáis con cuidado ¿Verdad, Víctor?

Una risa breve, provista de todo lo añejo que a la maldad se atañe desde tiempos inmemoriales, asomó bajo la nariz del mutante.

-          Por supuesto. – Ejecutó un mohín -  Mi religión me prohíbe hacerles daño. Ya sabes la cantidad de medallitas de la Virgen del Dólar que colecciono. Soy un animal devoto.

-          No me cabe duda. Ya hablamos mañana del resto. Felicita a los chicos.

Cuando entró en la casa, la cena estaba dispuesta. La cocina bramaba de actividad y percibía la animación en el grupo de mutantes. Estaba jodidamente hambriento.

Sunday y Trick habían preparado bandejas con víveres para sus nuevos huéspedes y ya circulaban hacia la habitación. Víctor las siguió para asegurar que no hubiera una pequeña revolución. Se mantuvo a distancia, oculto en la penumbra, paladeando las reacciones que se sucedían al otro lado.

De nuevo ese aroma furiosamente dulce, teñido de tensión y sorpresa al recibir lo más parecido a un mimo que los mercenarios les habían dedicado desde el secuestro. Ligeramente especiado de alivio cuando salieron las mujeres de la estancia. Suculento en matices, femenino, salvaje. Se preguntó cómo sería ese aroma único traducido al paladar. La expectativa le arrancó una sonrisa  traviesa desprovista de bondad y alentó una vigorosa presión contra sus pantalones. 

Víctor no tenía problemas a la hora de follar. Los inconvenientes estaban reservados a sus víctimas y le importaban una soberana mierda. Si quería tomar a una mujer solo tenía que escoger, jugar al ratón y al gato hasta que la “afortunada” crujiera en terror crudo y descargar su instinto sobre ella. Así había sido durante un siglo. No tenía más misterio. Solía ser sexo rápido, furioso y violento. Había poco lugar para el consenso.

Su nueva presa sugería un desafío. Las limitaciones aledañas y esa apasionada resistencia que percibía ausente de miedo, salvo en referencia al puto crío, prometía diversión. Era caprichoso. Iba a dosificar el juego. Iba a saborearlo. Iba a poseerla tanto como le saliera de las narices y a garantizarse esa jubilosa sensación de dominio. Ronroneó una risa leve, corrupta, ávida de carne tibia.

Iba a cenar, que estaba muerto de hambre.

El día lamía el salón, manchando con rastros dorados toda superficie. Víctor gruñó algo espeso cuando los dedos de luz alcanzaron sus ojos. Ocultó la cara en un cojín y se dejó abrazar por la calidez de la mañana. No necesitaba dormir mucho, pero era uno de esos pequeños placeres a disfrutar. Y debía reconocer que, tras la maraña de emociones precedentes, estaba jodidamente cansado.

Solía dormir en su propia habitación, en la cama que ahora ocupaba la chica y el bastardo llorón. Había resuelto cederla a sus presas porque era el lugar ideal para mantenerlos retenidos sin variar el ritmo de la casa. El sistema de seguridad que regulaba cada puerta, cada ventana, era eficiente. Y en parte, respondía a su propio diseño. El resto del equipo disponía de literas en el enorme sótano, previstas para esta misión, pero él no era muy partidario de compartir madriguera y sueño. Y el sofá lo había encargado a su medida, ancho y confortable.

Un par de horas más tarde, la cocina manifestaba alegre actividad. El aroma a café y bacon arrancó la  pereza que lo ataba a la horizontalidad, y se incorporó.

Una ducha rápida terminó de resolver todo rastro de sopor. En diez minutos ya estaba a la altura del resto de mutantes contemplando el viaje de viandas.

En un rincón estaban el par de bandejas, de nuevo dispuestas. Sunday terminaba de proveer cada una de ellas con un opíparo desayuno.

-          Ya me encargo yo de darles los buenos días, Sunday. 

-          No seas malo ¿eh?

El feral gruñó y desapareció pasillo abajo con la comida. Por supuesto, no esperó a llamar cuando introdujo el código y abrió la puerta de la habitación.

Todavía estaban dormidos, enredados en un abrazo maternal. Totalmente vulnerables y abandonados a cualquier depredador. Aspiró el suave aroma de la mujer, que fluía establemente, casi sonrosado, en una extraña paz. Las ondas oscuras de su cabello serpenteaban sobre la almohada, asilvestradas. Era totalmente lo que él entendía como muy follable, con sinuosas curvas yaciendo entre las sábanas como una cordillera libre y expuesta. Los labios fresados descansaban entreabiertos, exhalando e inhalando levemente al ritmo que se elevaban sus pechos. Mordió su labio inferior durante una sonrisa templada en lujuria. Recordó el peso cálido de las viandas que sostenía y las dejó a un lado del escritorio.


-          Arriba – bramó como un corrimiento de tierra.

No hizo falta más para que Ada fuera robada al sueño. El niño ni se había movido.

Un breve silencio estremeció la habitación. La plácida esencia dio lugar al resentimiento más sombrío, la furia más afilada, manando a borbotones entre un bostezo desprovisto de color.

-          ¡Vaya! ¿Debería alegrarme porque continúas vivo? – comentó, entornando los ojos en una mueca de desprecio que si pudiera medirse, no habría escala posible que la admitiera.


Víctor rió con aspereza felina.

-          Ya te dije que no podías acabar conmigo. Ni tu, ni tus mierdas, pequeña.

Tras una breve pausa que parecía alojar una tensión perfectamente moldeable al tacto, la expresión de Ada se relajó, cercana a la indiferencia.

-          Imaginaba que cuando te hubieras despejado estarías cabreado. ¿Qué te pareció el viaje? Cojonudo ¿Verdad? ¿Viste elefantes rosa?

La sonrisa de Víctor se había ampliado peligrosamente hasta desnudar sus colmillos, con un extraño brillo salvaje asomando en sus ojos.

-          Un día te morderás la lengua y te envenenarás, zorra bocazas – gruñó como una manada de lobos ayunando durante semanas.

-          Cuento con ello – replicó la joven – así podría experimentar la cara de gilipollas que se te cuadró anoche.

El mutante se arrojó hacia ella. La arrancó de la cama rodeando su cintura con un solo brazo, manteniéndola de espaldas a él y descargando una risotada de ultratumba, contundente en la dimensión de un susurro. La fragancia de la chica sobre él le envolvió, embriagadora, sedosa y firme como la superficie de un espejo de plata. No había miedo, solo tensión y furia sostenida. Hundió la cabeza suavemente en su cabello y registró el espectro de aromas a su merced. Desplegó una mano enorme frente a ella, extendiendo las garras lentamente, jugueteando con sus extremos agudos sobre el perfil de sus labios tibios. Apetitosos. Hendió levemente la piel tierna, arrancando un fino hilo de sangre. La chica dejó escapar un gemido y se revolvió, tratando de tomar pie en tierra. El pulso de Víctor se había acelerado considerablemente, al sumarse el aroma de la sangre a la vorágine de estímulos. Su sexo ardía entre las ingles, exigiendo justicia. Una sólida y elocuente presión se acentuó contra el trasero de la muchacha, sugerente en toda su firmeza.

-          Podrías usar esa lengua – susurró despacio, en un amenazante ronroneo –  para fines más inteligentes.

-          Dame ejemplos – la respiración comenzaba a tambalearse en el pecho de la joven, con rodillas ciegas a todo paso firme, mientras trataba de escurrirse del brazo que la aprisionaba. 

Víctor lamió la sangre restante entre sus dedos. 

-          Rogar por tu vida – rozó con sus labios la oreja de la muchacha, que se estremeció al tibio contacto de susurro y piel.

-          ¿Y darte ese placer? Los cojones.

El mutante estalló en una carcajada, teñida de sombras. Se preguntaba si realmente era tan idiota como para no asumir ni un solo grado de inquietud ante la creciente amenaza contra su integridad.

Observó al niño, todavía dormido pese al hilo de los acontecimientos. Sentó a Ada sobre el escritorio, con poco margen que adivinar entre ellos. Reposó cada una de las garras al lado de los muslos de su presa, paseando los pulgares sobre su piel. Un escalofrío flageló la espalda de la chica y erizó su vello. Inclinó sobre ella toda su inmensa estatura, restando poca distancia entre narices,  y la escrutó con algo parecido a juguetona paciencia. Podía respirar su aliento. Casi podía mascarlo y moldearlo en sus labios, abandonados a una sonrisa burlona. Su olfato trataba de poseer cada aroma exuberante que desprendía.

-          ¿Ahora es cuando me llueve otra ostia? – comentó – Si me vas a pegar, hazlo del otro lado. Así cuando nos devolváis a casa podré decir que he mutado a hámster.

Una risa gutural sacudió el pecho de Víctor.

-          ¿Quién te ha dicho que vais a volver a casa?

Ada congeló su gesto socarrón al sopesar las circunstancias. La posibilidad de que el pequeño no saliera con vida le cercenó el valor. Su corazón se encabritó en un delirio salvaje. El feral detectó una punzada de temor creciente, emanando errático desde la muchacha. Ah, el punto débil. Premio otra vez. Pero no suficiente.

-          No le hagáis daño a Abel – susurró, navegando su voz en una trémula súplica.

Dirigió una mirada protectora al cuerpo del niño, que comenzaba a despertarse ante el vaivén de ira y hielo. Invocaba entre sollozos somnolientos a su presunta madre.

-          Eso depende de ti. Sé una niña buena y tal vez salga de aquí con pulso – su expresión era visceral, decisiva. Una de esas muecas que determinan la vida o la muerte en un circo romano y culmina con leones saturados de cristianos.

-          Eres un cabrón. Disfrutas con esto ¿verdad? – su voz se cubrió de telarañas.

-          Ni te lo imaginas – susurró con una seriedad gélida. No mentía. Depredador y presa, su pasatiempo favorito. Experiencia avalada por víctimas de todo el mundo.

Víctor incrementó la presión de una de las garras sobre su muslo desnudo hasta provocar otro gemido ahogado y una herida cárdena, sintiendo palpitar el calor de la piel bajo la yema de sus dedos. Una estrecha gota de sangre circuló hasta besar la mesa. Se mordió de nuevo el labio, cada vez más vecinos, más próximos entre si pese al torpe retroceso de la joven. Un leve movimiento más y podría saborearla. Ebrio de excitación, enumeró las posibilidades con respecto a la breve falda vaquera, que no supondría un gran obstáculo. Y un ovillo de furia, terror y carne tierna era deshilachado con avidez en el olfato del feral.

Todavía no. Todavía…no.

Separó su presencia de la joven y caminó lentamente hacia la puerta, ronroneando una victoria vestida de risa gutural, dejando a la joven mentando los males de los que se tenía que morir.

-          Oh, ¿No podemos ser amigos? – gruñó por encima de su hombro, todavía hilando su mirada dorada a la propia azul. El tono era afilado, hiriente – Ahí teneis el puto desayuno. Que aproveche, pequeña.

El portazo tronó en la habitación, sellando un futuro incierto tras de si.

1 Carminazos:

Pandora_cc dijo...

Jarlll... Y ahora qué?
Vaya tela cómo se queda!!