FanFic Dentro del Laberinto. Capítulo 7


7. LA FARSA

Las instrucciones eran claras. El rey podía pecar de muchas cosas pero no de ser poco concreto. Les dio una semana para mantener con vida a Hoggle, Ludo y cualquiera que hubiera tenido la mala suerte de haberse encontrado con la chica entre las paredes del laberinto.

Los habían reunido en el calabozo. Kydrow, un goblin joven de la guardia personal del rey, era el encargado de transmitir sus órdenes, y aquella mañana Jareth no estaba de muy buen humor.

–¿Está mejor la muchacha? –susurró Loras manteniendo su lanza a escasos centímetros del replicante sombrero hablador.

–Sí, parece que finalmente sólo necesitará un buen banquete para recuperarse.

–Shhh –inquirió dando un brinco mientras corría angustiado junto a Kydrow, con el dedo todavía en los labios –podría escucharte…

–Bueno, ¿y qué? ¿son buenas noticias, no?

Loras frunciendo el ceño, señaló en dirección a los prisioneros.

–Ah, casi lo olvidaba.

Y es que Jareth no podía haber sido más preciso en lo que a Sarah concernía. Estrictamente prohibido hablar de ella. No dudó en imponer la pena mortal para quien revelara información a los prisioneros. Ludo y Hoggle se lanzaron una mirada de preocupada, al tiempo que escuchaban un carraspeo musical que les hizo temblar.

–Con la venia, bellacos –Sir Didymus desde la pared, retenido por gruesas cadenas que le mantenían suspendido en el aire, comenzó su discurso–. No he podido evitar escuchar que hablaban de Milady. Ni que decir tiene que sería de suma cortesía informarnos a nosotros, sus más fieles amigos y protectores, de su estado y/o ubicación.

–La chica sufrió una caída tras estar encerrada en el cuarto muerta de hambre, pero… –un golpe metálico salió del casco de Kydrow al impactar contra él la lanza de Loras.

–¡Estúpido! –le recriminó el otro golpeándole de nuevo.

–¿Milady? –Sir Didymus sintió la furia que domina a un caballero de su alcurnia al escuchar semejantes palabras–. ¡Malditos! ¡Descolgadme y pelearé con todos vosotros y con vuestro ejército! ¿Ambrosius? ¿Dónde estás Ambrosius? –obtuvo un ladrido lejano como respuesta– ¡Ambrosius, entra ahora mismo y libérame para darle a estos zafios rufianes lo que merecen! –de nuevo un ladrido–. ¿Dónde estás, Ambrosius?

–Hermano… –Ludo, también encadenado aunque no colgante, miraba en dirección al techo, donde a través de una rejilla se podía distinguir el hocico peludo de Ambrosius, olfateando el intenso olor a humedad del calabozo.



El estómago de Sarah bramó con violencia haciendo que se encogiera en la cama abrazándose el vientre. Jareth había desaparecido casi una hora antes con la guardia, dejándola allí entre sábanas de seda, con la incómoda sensación de que lo ocurrido la noche anterior fue un error. Un delicioso error que le hacía ruborizar y desear en lo más profundo de su ser que se repitiera en la mañana, antes de que aparecieran los goblins.

El hambre le empujó fuera de la cama. Buscó en la habitación algo que llevarse a la boca sin encontrar más que plumas blancas fugadas del almohadón y algún pétalo ya amarillento, único testigo de lo acontecido la noche anterior. Se dirigió al armario para vestirse la primera prenda que encontrara sin volantes ni pedrería, pero no tuvo mucho éxito. Tras dudar eligió un vestido que parecía menos opulento que el resto, liso y blanco, sin cuello, ligero, con algo de manga para aliviar el frío de la habitación que, ascendiendo por el suelo, le entumecía las rodillas.

Abrió la puerta y emergió al pasillo que lucía una elegante y mullida alfombra suave, ligeramente ennegrecida por pisadas. Para su sorpresa no encontró a ningún centinela. Sonrió recorriéndolo en dirección a las escaleras que bajaban, siguiendo el dictamen de su olfato que la llevaba hacia algo que olía a canela y vainilla.

Unas enormes puertas esperaban al final de la escalera. Al estar junto a ellas, mirándolas de cerca, temió no poder abrirlas debido a su eterno tamaño, pero envalentonada, volcó su peso contra el picaporte lográndolo. Una minúscula sala de té esperaba al otro lado. Absolutamente amueblada con porcelana y filigranas de plata, una pequeña mesilla se alzaba en el centro sosteniendo una cesta repleta de jugosas manzanas rojas, único detalle de color que destacaba en la habitación, y una vaporosa tetera de plata que impregnaba todo con un aroma delicioso. Sarah se acercó a la cesta agarrando una manzana, cuando ya casi podía saborearla se detuvo mirándola con sospecha.

–Puedes comerla, no está envenenada –. La figura de Jareth recortó la luz.

–¿Cómo? –Sarah se volvió hacia él con la manzana todavía en la mano, recordando el melocotón que le borró la memoria.

–Pensé que te gustaría un poco de fruta fresca, querida – aproximándose a ella, la tomó por la cintura besándola con la sutileza de una serpiente. La chica se estremeció entre sus brazos– ¿acaso me equivocaba?

–No, me gusta, gracias.

–Adelante –dijo Jareth con una invitación–, muérdela.

¿Sería capaz de hacerlo? ¿Hasta dónde llegaría su tapadera? Pensaba él observándola con detenimiento sin borrar una perlada sonrisa de sus labios. El juego comenzaba a partir de ese momento, cuando los dos eran conscientes de la situación. No como la noche anterior, entre gemidos y caricias tan falsas como sus ojos verdes. Sarah arrancó un mordisco de la manzana, masticándola pausadamente, tratando de detectar cualquier sabor que delatara a Jareth.

–Excelente querida –aplaudió el rey–, se te veía hambrienta y comenzaba a preocuparme. Pero no he de hacerlo, ¿verdad? –Sarah negó con la cabeza–. Te recuperarás pronto –dijo besándole el dorso de la mano, antes de propinarle un buen mordisco a la manzana.

–Jareth…

–¿Sí?

–Me encantaría dar un paseo por el castillo –titubeó Sarah– quiero ver si reconozco a alguien, a algo… Estoy muy confusa… –trató de hacerse ver triste, de inyectarle una buena dosis de dramatismo a sus palabras.

–Por supuesto querida, puedes hacer lo que te plazca –dijo él complaciente, percatándose de la trampa– siempre y cuando no bajes al sótano.

–¿Por qué no puedo bajar allí? –preguntó ella sabiendo que era eso exactamente lo primero que haría.

–Porque no quieres morir, ¿verdad?

–No –los ojos de la chica se abrieron incrédulos.

–Eso me parecía –contestó Jareth saliendo de la habitación escaleras arriba.



Ambrosius trataba de ser lo más sigiloso posible, pero cada vez que veía a un goblin acercarse, no podía retener sus patas y echaba a correr a toda velocidad. Pero luego, armado de valor, reemprendía la posición cercana al respiradero de los calabozos, aguardando órdenes.

Merodeó buscando un rincón no muy concurrido de la muralla donde, cívicamente, pudiera marcar sin evidenciar su presencia. Cuando ya sujetaba la pared con la pata unas vocecillas le sorprendieron por detrás.

–¡Mira, mira, un caballo!

–No es un caballo, idiota, es un perro.

–¡Para mí es como un caballo!

Ambrosius firme como un buen soldado, los reconoció al instante. Ellos eran los pequeños goblins que perseguía para pasar el rato cuando Didymus le daba la tarde libre, los escurridizos seres que se escondían bajo las baldosas mientras él arañaba, impotente, el terrazo con las patas.

–¡Móntalo! –animó uno.

–Sí, ya verás. Mi madre no se lo va a creer, por fin tengo caballo.

–¡Que no es un caballo!

En un alarde de valentía, mostró los dientes, al tiempo que escuchó a Didymus llamarle desde el calabozo. Entonces, pensándolo mejor, se dejó montar mientras el goblin entre gritos de júbilo, lo llevaba directamente a las puertas del palacio.


Maripa


Huy que dolor de pinza, nenas. Va a ser cosa de irse a vigiliar a ver si se acaba ya el lunes T_T... Votos a favor para que los primeros días de la semana pasen a ser considerados como el tercero del finde xD.

Besicos reinas y cepillaos las lanas mucho, que llega el calor y junto a él las rastas xDDD

Auuu!

Fanfic X-Men: MERCENARIOS. Capítulo 7

Long time away, sweeties!
Sentimos mucho no poder actualizar tan a menudo como nos gustaría, pero vamos a saco paco y no podemos más con nuestra vida! Muchas gracias por vuestra paciencia y vuestro esmero en leer nuestras humildes cosillas. Las hacemos con mucho amor y con eso otro que se puede trabajar en muchas posturas xDDD

Os dejamos con el siguiente de Mercenarios. Este es el más largo pero... ejem... hay que recrearse en ciartas cosillas xDD Imaginaos cómo vendrán el resto de capítulos! xDD
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7.    Para que no escapes…

 
-          Te va a encantar Canadá, chaval.

La voz de Víctor navegaba a través de una sonrisa helada.

Introdujo  al muchacho en el Mustang que, bajo la cálida atención de Paws y Sunday, les llevaría al aeropuerto con destino a esa tierra que conocía demasiado bien. Escogió un vehículo diferente por mera discreción, entre la variedad que reposaba en su inmenso garaje. El escueto equipaje del niño: dinero como para dejar lívido a un capullo de Wall Street, algo de ropa nueva que Sunday había comprado con devoción, y un teléfono móvil. Todo patrocinado por el bolsillo de Víctor.

El teléfono sólo contaba con un número en la memoria. Le había ordenado mantenerlo siempre cargado. Y, descansando la presión de su garra sobre uno de sus diminutos hombros, le había prohibido usar terminantemente. Sólo hasta que llame yo, le dijo, a medio camino entre gruñido y seísmo. Se lo juro, replicó el niño en un hilo de voz frágil. Buen cachorro.

Había costado dividir a Ada de su retoño, bajo la incógnita del destino que le esperaba. Víctor tampoco se había molestado en decírselo. Había cierta deliciosa perversión en esa incertidumbre que lo divertía. El único acto de piedad había sido proporcionarle otro móvil idéntico al que portaba el niño, con un único número también en la agenda. Él juzgaría cuándo podrían contactar.

A Víctor no le importaba ni medio gramo de mierda lo que sucediera con el crío. No era un arrebato de generosidad. Si había decidido mandarlo a tomar por culo, era por una cuestión práctica. Había compartido con Leon la historia de Ada, y ambos eran partidarios de que era favorecedor no facilitarle a Gordon el acceso al niño. 

La endogamia era una suculenta amenaza para la carrera del presidente que Víctor y Leon pensaban aprovechar. Si surgiera cualquier contratiempo, una prueba de ADN bastaría para desacreditarlo. Y si alguien localizaba el refugio, no habría ni maldito rastro del crío.

La historia que la joven había referido era dramática. Gordon amaba de un modo enfermizo a Ada, hasta someterla a su extraña filia durante toda su vida. Una vulnerable gratitud fraternal la reducía a eco ante las vejaciones. Era arcilla en sus manos. A los veinte años, quedó embarazada de su hermano, y esa inseguridad se incrementó al nacer Abel. Optó por explotar ese comodín. El niño viviría. Pero si ella oponía resistencia, no vacilaría. Parecerá un accidente, le dijo.

Su lanza de Longinos atravesando el alma, fue el momento en que la arrastró a yacer bajo una cirugía que extinguió toda posibilidad de germinar vida. Esterilizada, podría gozar de Ada sin temor alguno.
No se lo perdonaría jamás. Nunca.


El Mustang desdibujó su perfil en el horizonte a medida que se alejaba de la casa. Todo quedaba atado, todo dicho.

Víctor no estaba sorprendido. Cargaba a sus espaldas una abominable trayectoria que no alojaba remordimiento como para juzgar a nadie. Por lo que a él respectaba, le podían dar por culo a toda tragedia ajena. Pero las conocía bien. Había presenciado cientos de veces cómo era oprimido el semejante hasta vomitar vida. Siempre le había producido una flemática indiferencia que los humanos se aniquilaran unos a otros. No era su guerra, aunque había participado en muchas de ellas, ávido de sangre. Todas regresaban de noche para aprisionarlo bajo el velo del sueño. Una sentencia justa. La compasión era algo que le sucedía a otros y él no acostumbraba a ofrecer consuelo.

No sabría cómo. Eso era cosa de Jimmy.

Aún así, no podía evitar caer en una espiral de satisfacción, al sopesar lo placentero que sería eviscerar a un hijo de puta del calibre que resultaba Gordon.


La casa estaba en completo silencio. Una lúgubre y seductora ausencia de sonido. La puerta que confinaba a Ada se había mantenido cerrada, y al otro lado quedaba su silueta agreste, su aroma especiado, salvaje, provocador. Esa fragancia furiosamente femenina que era el hechizo de la carne. Desamparada…Desafiante…

Sonrió con esa mueca suya que sugiere pesadillas de azufre y ningún candor. Sólo victorias mudas. El diablo saludaba desde el perfil de sus labios, susurrando lascivas promesas.

Antes de llegar a meditarlo ya tenía puesto un pie en la habitación, con la muchacha escrutándolo a través de la realidad húmeda del llanto. Permanecía sentada en el suelo, madre herida, mujer rota, bajo el peso de la incertidumbre. Él se detuvo un instante en el marco de la puerta, mimándose el olfato con la emanación de la joven. Desalojado el crío, del cual todavía podía percibir un diminuto hilo de aroma peregrino, la esencia de Ada era intensa hasta la extenuación. Envolvía como envuelve la lluvia, seducía como seduce la curva más peligrosa en las caderas de una hembra. Era una vorágine de vainilla, furia, sándalo, temor, guindilla y sal. Debía estar hecha de pimienta y fresa, se dijo, perdido en el viaje de sentidos que lo cortejaban.

Y era suya.

-          ¿Todavía llorando, pequeña? – dijo, ofreciendo un mohín ficticio.

No contestó, sólo descargó una mirada silicia e ingobernable de un dorado feroz.

-          Elvis ha salido del edificio, muñeca. Y está rumbo a Graceland –  comentó Víctor expectante, analizando el cambio en fragancia y gesto.

Una oleada vigorosa de furia la arrastró hasta su altura, feral contra feral. Sus pupilas, afiladas como los clavos de Cristo nadando en oro. Los puños, apretados hasta mudar el color de sus nudillos de rojo a blanco.

-          ¿Dónde has mandado a mi hijo? – preguntó, con la voz trémula de ira, suprimiendo cualquier exceso que pudiera afectar al niño.

Fogosa cautela, se dijo Víctor.

-          A algún lugar… – añadió, en siniestra aflicción, ausente de risa – o ¿preferirías que lo hubiéramos enviado a varios lugares a la vez?

-          Eres un cabrón. Maldita sea tu estirpe. – Siseó Ada, mascando cada palabra como si fuera veneno - ¿Por qué no puedo saberlo? ¿Te diviertes torturándome, hijo de put…

Antes de que pudiera terminar de blasfemar, Víctor había envuelto su garganta con una garra y la cerraba peligrosamente, clavando los cinco filos sobre la carne tibia. Despacio, sintiendo el ritmo frenético de sus latidos en la palma de la mano. Ada se debatía devorando la prisión bajo el mordisco de sus uñas, tratando de forzar su libertad. Aspiraba con avidez. Poco a poco el color iba subiendo a sus mejillas dolorosamente.

-          Ten cuidado con lo que dices – gruñó, rotundo y cavernoso pese a medirse en susurros – Y sí, disfruto inmensamente. Porque puedo.

La arrojó a un rincón del cuarto, arrancando desesperados sorbos de aire,  tosiendo. No emitió ni una sola palabra. Recuperar oxígeno era prioridad antes que provocar otro apocalipsis.

Víctor se dirigió hacia el armario, dragando el contenido.

-          Mientras menos sepas, menos podrás contar. El crío estará como un puto marajá.

Dejó caer varias prendas sobre la cama. Ada conservaba su semblante cárdeno, su mirada árida. Destilaba ahora un ligero matiz de curiosidad, trenzado a la furia picante y sonrosada dulzura en su aroma. Se dibujaba en sus párpados un conclusivo alivio.





















-          Y ahora dúchate. A menos que quieras que te duche yo, pequeña – ronroneó, extendiendo una sonrisa juguetona.


Demasiado grande. Los pantalones y el suéter que Víctor le había ofrecido para ocupar tras la bendita ducha podían alojar ecos. Eso sin contar que no disponía de ropa interior limpia para completar el disfraz de villano. Había lavado la suya en la pila del baño, extendiéndola por la habitación.

Con una mano sosteniendo el pantalón, derivó la otra entre la metralla textil del armario, a la caza de algo con que fijar a su cintura la prenda. Los cinturones también resultaban kilométricos, así que resolvió desarmar una de las botas militares que encontró y aprovechar el cordón para equilibrar la talla. Que se joda, pensó, ebria en pequeñas venganzas cotidianas.

Despejada, calma. El agua es como el beso de la madre tierra, que nutre y repara. Continuaba sintiendo opresión en el pecho cuando dudaba acerca de la seguridad de su pequeño, pero el último encuentro con Víctor había quebrado parte de su inquietud. Mientras menos sepas, menos podrás contar. El crío estará como un puto marajá, había dicho. Lo poco que había aprendido sobre el carácter incendiario del feral, era que no concedía misericordias, y mucho menos mentiras piadosas. Una minúscula fracción de si misma agradecía esa franqueza violenta. Todo lo demás podría manejarlo.


Víctor era predeciblemente impredecible.

Entró en la habitación despacio, envuelto en una aura sombría. Le precedía una escueta sonrisa, aunque calificarla como tal era aventurar mucho.

Sí, el feral era aleatoriamente obvio. Y estaba hambriento.

-          ¿Te apetece cenar algo? – ronroneó con una ambigua sonoridad, aproximándose hasta la posición de Ada.

El aroma de la joven desnudaba un matiz agitado, salpicado de jabón y picante algodón de azúcar. Observó una leve oscilación en su cabeza, con la mandíbula y los hombros en tensión. Como una cobra preparando una sentencia.

-          ¿Me vas a llevar a un restaurante de lujo, capullo?

La burla era de una afilada cautela. El timbre de su voz caminaba de puntillas tanteando un abismo.
El mutante desplegó una risa lúgubre, flanqueada por colmillos.

-          No, pero puedes mover tu culo hasta la cocina y prepararnos algo interesante.

-          Unas narices voy a cocinar para ti – bramó la joven, mascando bajo la presión de sus mandíbulas cada palabra.

Víctor congeló la sonrisa, aproximándose lenta y peligrosamente. Podía trazar un mapa de esencias fluyendo de la muchacha en vertiginosas y suculentas ondas.

-          ¿Estás segura? – ronroneó, ausente de simpatía alguna. La amenaza estaba dispuesta como un banquete.

Enredó su garra en la nuca de la joven con alevosía, entre la melena húmeda aún, trenzándola entre los dedos. Dejó patente su intención aumentando la presión febril de los extremos afilados, al tiempo que la acercaba a su altura. Sonrió ante el breve forcejeo. La muchacha enmudeció asumiendo una cruda resignación. Víctor conocía dónde estaba el niño; ella no.

-          Lárgate a preparar algo – gruñó el mutante - ¡y que sea carne!


Una de las virtudes más mermadas en Ada era la cocina. Agradeció que el feral estuviera duchándose, mientras ella preparaba lo que de algún modo se podría calificar como cena en un mundo paralelo. Lo que menos le apetecía en esos momentos era tener a un gilipollas cerca, recordándole el aura de torpeza sobrenatural que la envolvía. Puta mierda cocinar, puta mierda los mutantes, puta mierda la puta pimienta del puto apocalipsis, pensaba fogosamente. Puta incongruencia de vida…

-          ¿Problemas, nena?

Ada volcó todos los frascos de especias con las que estaba experimentando, ahora en mil pedazos incompatibles con la vida, sobre el suelo. 

-          Puto susto, joder. – La joven se llevó una mano al pecho, próxima al infarto – Podías colgarte un cascabel.

-          Miau.

Rió gravemente, trayendo consigo una escoba y un recogedor para restaurar la zona cero. Se movía descalzo, vistiendo unos pantalones de lino negro que sugerían hondonadas de comodidad dominguera. Y llevaba el torso al descubierto. Un inmenso, hercúleo y velludo torso de peluche, flanqueado por unos brazos que parecían haber interpretado a un orco en El Señor de los Anillos cada uno. La idea peregrina de que estaba feralmente tremendo aleteó en la mente de la muchacha, que dispersó la mirada sobre la catástrofe, acusando rubor.

-          Termina lo que demonios estés preparando, lleva un rato carbonizado. Ya recojo yo esto.

-          Sabes limpiar y todo – agregó Ada entre dientes, mientras salvaba en platos el contenido oscuro y remotamente apetecible de la sartén.

-          Normalmente no vivo con esta panda de lunáticos. Y esto no tiene mucho misterio.

Ada distribuyó las viandas sobre el office, manteniendo escoba y media de distancia entre ambos. Literalmente. Víctor devoró con avidez su tremenda ración en un principio… para proceder a masticar meditadamente las piezas, con una mueca afectada en su rostro. Contemplaba a la muchacha sin mediar una sola palabra, y apuró el plato sosegado, como calculando una estrategia para digerir. Ella mantenía el mismo gesto, solo que colmado de rubor al saborear la magna obra. Decidió que no tenía tanta hambre.

-          ¿Qué? Esto es tanto culpa mía como tuya, capullo. Tú me has obligado a cocinar.

El mutante cruzó las garras sobre la mesa, todavía estupefacto.

-          En mi puta vida había comido algo tan jodidamente abominable. – dijo el feral con una ronca parsimonia. Tal vez fuera un error pensar que toda mujer nacía con una sartén bajo el brazo.



-          Pues te lo has comido. Es una técnica secreta. Matar de dentro a  fuera. El caballo de Troya de las venganzas culinarias.

Víctor tronó en una risa cretácica, como si se hubiera tragado un velociraptor. De Ada emanaba un punzante aroma a orgullo herido y una furia creciente. Era algo insoportable, pero el juguete más divertido de los que había tenido.


Ella retiró los platos ceremoniosamente. 

-          Dame un microondas y dominaré el mundo de cerca – siseó ella, sorteando la ira entre jabón y vajilla.

-          Lo que me extraña es que tú y el crío hayáis sobrevivido hasta hoy…

-          Gordon nunca me ha dejado cocinar… - comentó, sombría.

-          No le culpo.

Navegó en una amarga maraña de recuerdos, gestionando la fregada como si todo sucediera a muchos kilómetros luz de este planeta. Maldito hijo de perra. No había asumido completamente cuánto la había anulado su hermano hasta ahora. La herida no se basaba en la obsoleta idea de cumplir funciones femeninas, sino en algo tan simple y vital como desenvolverse sola. Y en funcionar como una madre capaz para Abel…


La luz menguó sobre la pila en un extraño eclipse doméstico. Una calidez animal amaneció tras la joven, reposando unas manos enormes sobre el borde metálico del fregadero. Ada se sobresaltó. La realidad tenía garras, y la rodeaba contra el mueble de cocina. Podía sentir el aliento tibio del feral erizándole el vello de la nuca, inclinado sobre ella como un depredador disfrutando su presa. Aspirando suavemente la oleada rotunda de aromas, ensortijándose unos a otros con virulencia, al constatar la presencia de Víctor en torno a ella. Primero una pizca de sorpresa, que dio lugar a una inquietud violenta. Luego una furia expectante, trenzada entre coqueta vainilla y guindilla agreste. Todo por él. Para él. Sucediendo entre sus brazos.


Víctor sonrió contra la delicada piel de su cuello, provocando un escalofrío precipitándose columna abajo en la espalda de la muchacha, y un incremento considerable de latidos. Su cuerpo se debatía en reacciones contradictorias. Sus pezones se habían cristalizado bajo el suéter, delatándose firmes. Trató de liberar la prisión, serpenteando contra el pecho del mutante. En vano. Demasiado cerca, demasiado experto. 

-          Podrás campar libremente por la casa… - susurró él contra el cáliz de su oído, dejando circular sus labios sobre la espiral tierna.

-          Y por supuesto, no quieres nada a cambio – masculló, forcejeando de nuevo.

-          Nada que no tenga ya... – Su garra derivó bajo el inmenso suéter que la cubría, trepando su vientre hasta alcanzar el canal que se alojaba entre sus pechos. Detuvo el viaje, punzando suavemente el cálido asilo - ¿Has olvidado cuál es tu lugar aquí?

Ada dejó escapar un gemido bajo, inaudible. Víctor lo recibió con una sonrisa ávida, y paladeó la piel erizada bajo la yema de los dedos. Cálida, sedosa, destilando ese aroma tentador… ahora, especiado levemente con una creciente excitación. Se detuvo un momento, estupefacto, asimilando el nuevo matiz.

-          No pasa un puto día sin que dejes de recordármelo – siseó la muchacha, abandonando la batalla hasta encontrar algún fallo en el sistema.


Sus mejillas presentaban un tono cárdeno, llameante. Sus pupilas se habían retraído hasta la verticalidad absoluta, y en su pecho debatía honor y entrega. Al final de su vientre amanecía una humedad tibia que no pasó desapercibida al olfato de Víctor. El feral desplazó un escaso tramo más las caderas contra ella. Presionó la vigorosa firmeza que se erguía entre sus ingles sobre el trasero de Ada, respirando pesadamente. Estrechando el abrazo que la retenía.

-          Déjame en paz… hijo de puta… - escupió ella, con una saeta de voz trémula, asomando dos colmillos templados en desespero.

Podría tomarla allí mismo, sin nada que perder salvo el juicio. Tampoco echaba mano de él en esas situaciones. En eso el animal y el ser humano coincidían. 

Rasgó el cuello del suéter con una de sus garras, dejando los hombros desnudos, expuestos a su hambre, y recorrió un tramo del cuello con los labios hasta cubrir una fracción con ellos. Ada volvió a oponer resistencia con torpe virulencia. Víctor sentenció un pequeño castigo, hundiendo los colmillos sobre la piel hasta provocar sangre. La muchacha descargó una lágrima. Un gemido ascendió desde su garganta, arrancado al dolor… y a una singular sensación de placer.  Rebatió la maraña de emociones aullando una decena de improperios. El mutante lamió la herida cuidadosamente, extasiado del glorioso sabor invadiendo su lengua.


-          ¿Crees que no puedo olerte? – ronroneó Víctor, desplegando una sonrisa ebria de deseo.


Volteó a la joven, dejando entre ellos la misma ausencia de distancias, y volvió a inclinarse sobre ella, aliento contra aliento. Aprisionó sus breves muñecas en las manos, cercenando cualquier defensa.

-          Sólo tendrás que dormir conmigo – su voz era un gruñido peligroso, goloso ante la pieza a devorar – y dejaré que circules por aquí.

-          Eres un cabrón… - bramó Ada, agregando una soberana tensión a sus mandíbulas.
Víctor estalló en una carcajada gutural, oscura. Recortó espacio, tanteando el sendero estrecho que conducía hacia la boca de la joven.

-          ¿Por qué? – preguntó Ada, respirando atropelladamente en tan poco margen.

-          Para que no escapes… - ronroneó el feral, rozando apenas sus labios al vocalizar la respuesta.



Ada trató de poner distancia entre ellos. Víctor atajó la infructuosa huída reteniendo su nuca en una de sus manos, ciñendo sus caderas al vientre de la joven, acusando una erección grave e indiscreta. A cada movimiento, se estrechaba más contra ella, cerrando las garras sobre el cuero cabelludo. Aproximó su rostro al de ella, jugueteando con sus labios sin culminar un beso. Desnudó los colmillos y atrapó su labio inferior, aumentando la presión del mordisco despacio, saboreando la sangre que comenzaba a brotar sobre su lengua.

De nuevo Ada desplegó un gemido, rendida en una nebulosa de sensaciones que se traducían en el aroma que desprendía. Su brazo libre trepó lentamente el pecho del feral, dejándose mimar por el vello que lo cubría. Rodeó su cuello y derivó sus dedos en su nuca, clavando cada uña con la misma ausencia de cuidado que empleaba él.

Víctor gruñó complacido e inclinó más su estatura, esta vez para devorar su boca en el clímax de un beso profundo, impaciente. Y, antes de poder cubrirla, Ada retuvo entre sus dientes su labio inferior, asestando una brutal dentellada, vertiginosa como una cobra. El mutante se estremeció en dolor y separó su abrazo, asiendo la muñeca de la joven en una tremenda presión, hendiendo las garras.

-          ¡Jodida zorra! – rugió, con el mentón ensangrentado. 

-          NO sin mi permiso – siseó ella contundente, mostrando una sonrisa teñida de rojo y tirando violentamente del brazo que todavía quedaba aprisionado.

Una niebla dulzona comenzó a mermar los sentidos de Víctor, que gestionaba su enorme cuerpo con torpeza. El veneno se desplazaba agudo en sus venas, invadiendo de nuevo las mismas sendas que ya conoció el día que Ada descargó la primera dosis. No perdería demasiada fuerza, pero lo volvía lento, turbio.

La muchacha resolvió liberarse propinando un feroz puñetazo al rostro del feral, bajo el cual pudo escucharse el dramático crujido de la nariz al romperse. Aulló de dolor y la joven aprovechó la sorpresa para escapar hacia el cuarto. Era inútil buscar la entrada. Estaría convenientemente bloqueada.

Cerró la puerta tras de si, con Víctor ya cargando sobre ella a pasos torpes. Abrió enfurecido, pese a la resistencia al otro lado, y cerró su garra en torno a su cuello frágil. Ella descargó una carcajada ahogada, arañando el inmenso brazo que la mantenía suspendida en el aire.







-          Ya no tienes…ganas de jugar… ¿eh? – clamó, enredando cada sílaba en una complicada respiración.


Víctor gruñó colérico, todavía aturdido. El labio y la nariz comenzaban a sanar, pero aún dolía. El deseo lo había cegado. La espiral de aromas lo mantenía tan abrumado, que no había recordado el inconveniente de cortejar a una serpiente. Lanzó a la joven brutalmente sobre la cama y cayó sobre ella como un león acechando un venado herido.


-          Dormirás conmigo, puta – bramó, pronunciando lenta y cavernosamente.

-          Jajajaja. Dormir es lo único que podrías hacer ahora, tigre – añadió.

Así era. Sentía cada orilla en su cuerpo totalmente agotada. Su mente derivaba en mareas turbias. La erección se había esfumado por completo.

Arrastró a la mutante hasta la almohada. Se echó tras ella con poca delicadeza y la aprisionó entre los brazos, segando toda posibilidad de escapatoria. Hervía en ira. ¿Cómo había podido ser tan gilipollas? Había bajado la guardia. Ella había ofrecido resistencia, pero su esencia la delataba. Creía que había comprendido que le pertenecía. ¡Se había rendido! ¿Qué cojones? ¿Además, desde cuándo le importaba una mierda si una hembra se ofrecía o no? Siempre había tomado lo que era suyo…

Tendrá que aprender esa lección. A las buenas… o a las malas. 



Pese al forcejeo de Ada y al ciclo de sombríos pensamientos, ambos cayeron dormidos profundamente en poco tiempo. Víctor envolviendo a su presa en un pesado y férreo abrazo, mecido en el aroma arrullador. Ada refugiándose entre sueños contra el pecho del feral.

FanFic Dentro del Laberinto. Capítulo 6


6. PÉTALOS BLANCOS

El vestido cayó al suelo como se derrumba un albatros al morir.

El largo cuello de Sarah, sus hombros, sus brazos y todo aquello fuera del alcance de la diminuta combinación blanca, se expuso a la mirada lasciva de Jareth que, con habilidad, movió uno de los finos tirantes haciéndolo resbalar hasta quedar colgando del antebrazo de la chica. Entonces aproximó el rostro a su cabello oscuro, que olía como el más delicioso de los perfumes. Movió su mano hasta el otro tirante, invitándolo a mostrar por accidente, la desnudez de Sarah.

Ella se estremeció y se abrazó con ambas manos.

–¿Qué ocurre? –preguntó Jareth con cierta ansiedad.

–No he estado nunca… –insinuó ella de espaldas al rey, hundiendo la cara de carrillos sonrosados en su cabello despeinado.

–¿No querrás tomar el baño vestida, verdad? –tratando de mostrarse amable, el rey se aproximó a su cuello donde susurró la pregunta haciendo que el vello de la chica se erizara.

–Lo prefiero.

–Como quieras…

Había decidido aprovechar la confusión de Sarah en su favor, convencido de que si se mostraba amable, ahora que ella parecía no recordar lo acontecido antes de la caída, lograría arreglar sus furiosos deslices. Le ayudó a entrar en el agua regada de pétalos, donde se estiró mientras la mirada del rey no podía apartarse, con cierta culpabilidad, de sus clavículas acentuadas por el hambre.

Deshaciéndose de la gabardina tomó asiento a su espalda, para disfrutar del espectáculo que su cuerpo estirado le ofrecía. La escasa seda de la combinación flotaba indecorosa, mostrando los muslos jóvenes y torneados que ella insistía en cubrir.

–Relájate, querida –dijo él introduciendo las manos en la bañera, acariciándole la espalda hasta detenerse en su cuello.

–No, no quiero ser una molestia… –si era lo suficientemente cuidadosa, Jareth no se daría cuenta de que su pérdida de memoria era falsa, y le permitiría deambular por el castillo hasta encontrar a Hoogle y Ludo. Pero poco tardó en darse cuenta de que el plan se desmontaba a medida que los dedos de Jareth se deslizaban por su cuello, y su cuerpo se iba relajando en la bañera preso del placer.

–Jamás has sido una molestia –susurró él recorriéndole las clavículas con esmero.

Sus manos surcaban el camino de las costillas con delicadeza, pasando bajo los tirantes de la combinación, acariciando la curvatura de los pechos al amparo del masaje, mientras se detenía en su cuello, y desde ahí buceaba en las ligeras curvas que le dejaban presentir los pezones.

–No es necesario, de verdad –susurró Sarah con los ojos cerrados en un intento nulo por rebelarse. Pero su cabeza, en cambio, se dejaba caer hacia el pecho de Jareth, extasiada por el placer de las manos a las que dejaba hacer, las primeras manos de hombre tocándola entre perfumes y agua caliente.

Jareth se sentía capaz de mantener el calor de la bañera con solo sumergir un poco más los brazos. Estaba tan excitado que su cuerpo se movía al compás de la respiración de la chica, maquillando los embistes que huían de su cadera cada vez con más frecuencia y menor disimulo. Vio cómo ella abría los labios humedeciéndolos con la lengua y supo que necesitaba más que nada en el mundo hacer que se reencontraran en la misma boca. Colocándole la mano en la mejilla la atrajo hacia sí, permitiendo que ambas se reunieran con húmeda necesidad.

–Sarah… –gimió él antes de rodear la bañera para sacarla del agua y cargarla en brazos hasta la cama.

La combinación voló hasta abandonarse en el suelo, dejando a la vista los pechos brillantes y el triángulo poco poblado que ella cubrió con un recatado movimiento de piernas. Jareth se deshizo de la ropa en un viaje de lenguas y gemidos que al poco le dejó erguido sobre ella.

Los ojos de la chica brillaban mientras, ruborizada, seguía con los labios entreabiertos, temblando dominada por la duda, no por el miedo, cuando él se acercó férreo a sus piernas, separándolas con sed contenida. La besó al tiempo que, con la mano, abría ligeramente su entrada al paraíso, acompañado del efecto enloquecedor que le produjo un gemido de la chica. Jareth la retiró disfrutando del momento que había imaginado tantas veces, mientras se aproximaba erguido a su sexo rosáceo.

La besó de nuevo, recibiendo su boca como un efluvio, irrumpiendo en su cuerpo despacio pero contundentemente, observando los dientes de Sarah asomar de la boca abierta. Se retiró tan despacio como los violentos espasmos del deseo le permitieron, para volver a entrar a continuación, sacudiéndola en la cama, y de nuevo otra vez, cientos, miles de veces, deseando escuchar un nuevo gemido de placer que alejaría a la niña del castillo y le dejaría a la reina abierta de piernas sobre la cama.

Sarah gimió agarrada a la espalda de Jareth, hincándole las uñas en la carne cada vez que el placer se unía al dolor, mientras sentía elevada a la máxima potencia, algo parecido y al tiempo distinto de sus juegos nocturnos en solitario, descubiertos poco tiempo atrás. No quería que parara pese al dolor, lo deseaba cada vez más adentro y fuerte, más y más rotundo, más y más Jareth…


La mancha blanca pasó desapercibida entre las sábanas. Ni siquiera la recordaba cuando abrió los ojos encontrándose con el rostro de Jareth a su lado, profundamente dormido. Su mano de finos y largos dedos le reposaba en el cabello, mientras su abrazo la retenía contra su pecho con actitud protectora, haciendo que buceara en el aroma que le invitaba a besarlo y acariciarlo con dedos de pluma, por temor a que le abandonara el sueño.

Sarah se deshizo del abrazo incorporándose sobre un codo para poder verlo así, tranquilo y tan demencialmente perfecto. Al acariciarle el rostro supo que aquello que sentía tenía que ser amor, insoportable amor por el ser más despreciable de todos, el que había convertido a su hermano en un monstruo y torturaba a sus amigos, el que casi la mató de hambre y le obligó a atravesar el laberinto. De pronto sintió el peso de lo acontecido la noche anterior entre sus piernas, y se alejó de él volviéndose en la cama hasta darle la espalda.

–Buenos días –susurró él moviéndose tras ella besándole los hombros.

Ella, sintiendo la vergüenza como una maldición, no contestó cuando Jareth le acarició el cabello y tomándole del mentón le obligó a volverse para besarla.

–Tus ojos brillan de un modo especial esta mañana… –dijo invitándole a regresar a su lado entre caricias parecidas a las que horas antes la hicieron estremecer, y que en aquel momento la horrorizaban.

–¡Mi señor, ya hay noticias de…! –cinco goblins armados irrumpieron en la habitación.

El rey, tendido completamente sobre ella, dejó caer su cabeza en el pecho con pezón erguido, deteniéndose a besarlo antes de mirar a los goblins con gélida expresión. Acto seguido se retiró cubriéndola con la sábana y tomando otra para él, para colocarla a modo de toalla.

–¡Oh Dios! ¡Juro que os mandaré matar a todos! –gruñó con una sonrisa torcida mientras, caminaba tras ellos, que corrían a toda velocidad hacia la puerta.

–¡No! –exclamó Sarah desde el lecho.

Jareth se volvió hacia la chica, los goblins ya habían desaparecido.

–No los mates…

Confuso ante la petición, salió de la habitación sin decir palabra.

En el pasillo el goblin médico aguardaba arrugando nervioso un pergamino, entre sus tres dedos.

–Su majestad… –saludó tras una inclinación de cabeza– mis estudios confirman que la muchacha estará perfectamente en cuanto ingiera algún alimento, no se siente más que débil. El hambre no le ha hecho perder la memoria.


Maripa


Oyyy nenas, que hemos ganao un concurso jajajja qué emoción Diommior!!!

Bueno, bueno, volvamos al Fanfic. Ahí os dejo carne pa hacer una torrá, majas. Ya nos contaréis.

La imagen es una de esas cosas que hace una cuando no tiene ni zorra de Photoshop, pero le da por experimentar xDDDDDDDDDD

Ale, a vigiliar!!!

Besiiicos!!

We love El estante olvidado xDDDDDDDDDDDD


HA PASAO ALGO GORDO OVEJAS!!!!!
HEMOS GANADO EL CONCURSO DE LOS 50 SEGUIDORES DEL BLOG "EL ESTANTE OLVIDADO" (http://pandoracc.blogspot.com) PATRIA Y POTESTAD DE UNA DE LAS MÁS ILUSTRES OVEJAS DEL REDIL, LA PANDORICAAAA JAJAJJAJAJAJJAJA

Vale, se acabaron las mayúsculas xD
Madre cordera nuestra xD Es el primer concurso que ganamos y no nos lo podemos de creer jajajja
Muchas gracias nena por elegirnos entre tantos relatos que seguro estaban mejor escritos que el nuestro xDDDD

Queremos los regalos ya!!! Ahora no te hagas la sueca, hermosa xD
Marime y Maripa

Fanfic X-Men: MERCENARIOS. Capítulo 6

Debido a los problemas técnicos que experimentó Blogger y a nuestra huelga bovina manifestada este finde, no habeis tenido relatos ni capítulos nuevos dese el Miércoles. Sentimos las molestias y os lamemos la cara con emoción subiendo otro capítulo más de Mercenarios. Disfrutadlo ovejitas!
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6.    ¡Terroristas!


-          - Estamos conmocionados.

La voz del presidente Franklin gobernaba lo justo, peleando por trascender la pantalla en la rueda de prensa. Calculada meticulosamente para las noticias de las 9. Sonaba inseguro. Mal calibrado. Podía percibirse una ansiedad visceral en cada sílaba. Su labio inferior se manifestaba trémulo.

-          Condenamos cada uno de los atentados producidos. Es un ataque a la humanidad más pura y genuina. No cederemos… – vaciló un momento, como mascando las palabras, frágil – …en nuestra lucha antiterrorista. Los mutantes quieren reducir nuestra esencia original, recta y honorable. El pueblo americano ha podido sentirlo en sus cimientos. Nuestra paciencia se ha agotado. El diálogo ha terminado.

Centró la mirada en la cámara. Algo desesperado y elocuente ardía en sus pupilas.

-          Están en peligro nuestras familias – el timbre de su voz atravesó un trayecto cavernoso– y estéis donde estéis, os encontraremos. Buenas noches, América.

Paws derramó oleadas de risa desde la periferia de su vientre. Habían movido ficha y Gordon Franklin estaba entre la espada y la pared, predecible como el reflejo de un espejo. Podía saborearse la contradicción entre gesto y verbo. Hablaba desapasionadamente, y sus ojos eran una súplica abierta, no un desafío.

-          Qué hijo de puta, – bramó Trick – manipulador de mierda. Esas imágenes de cadáveres son del 11-S. Vamos no me jodas. No ha habido ni un puto muerto.


-          Está asustado. – Arrows seccionó el aire, gélida – El discurso responde a un país hambriento de justicia. No quiere que dañemos a los rehenes. Y no puede confesarlo.


-          No somos nuevos. ¿De verdad espera que limitándonos se nos vea el culo? Ya vivimos en la sombra, trabajamos en la sombra… - agregó Paws.


-          … cazamos en la sombra… – Víctor paladeaba el arsenal de reacciones.


Mantenía la mandíbula tensa en una extraña mueca vacua, aséptica. No le sorprendía. Todo un país clamaba venganza. No le importaba ser etiquetado como “terrorista”. Estaba acostumbrado, aunque “mercenario” era más apropiado. No funcionaba por ideales.

Las dos noches posteriores al secuestro, Leon había organizado al grupo para que acusaran su presencia bajo el abrazo velado de la noche. Una advertencia: sois nuestros. Tras garantizar que no quedaba nadie en los edificios, fueron dinamitados de madrugada hasta quedar reducidos a un lastimero montón de escombros. La sociedad es frágil. Si atacas sus símbolos, se eleva en un incongruente lazo que enturbia el juicio, en lugar de proyectar un pensamiento crítico. El resto fue hilado en las noticias bajo la aguja del gobierno. Aunque… a Víctor le habría encantado cumplir la expectativa con sus propias garras.

-          Quiere que el país opere como un dedo más en su mano. – Masculló – Chico listo…


Leon había llamado, satisfecho. Repartió al equipo las funciones para el resto de la semana, concretando derribar otro centro gubernamental como rúbrica a la patética rueda de prensa. Una parte analizaría las posibilidades de los objetivos, hasta seleccionar uno. Víctor, Sunday y Paws deberían permanecer en el refugio. Todo en Víctor era amenazador, más allá de las garras delatoras que dejaban poco lugar a duda. Sunday mantendría un ambiente sosegado en la casa, y Paws era demasiado enorme como para no despertar sospechas.

La perspectiva de que el refugio estuviera despejado hizo oscilar una mueca ávida entre las mejillas de Víctor. Leon había dado la orden de entregar al niño según las circunstancias, con un objetivo: una muestra de buena voluntad, si la campaña se disolvía. Y una escalofriante exhibición de movilidad. Estamos en todas partes, Gordon. No puedes cazarnos. El mensaje era diáfano. La otra parte del rescate la recibiría a pedazos si no se retractaba. Pero mientras, el niño estaría a salvo.


Víctor entró en la habitación sin mediar palabra, esbozando una sonrisa peligrosamente gélida. Portaba una cerveza. Percibió cómo aumentaba a su paso el aroma tenso que desprendían, y ensortijándose, la esencia golosa de la mujer serpiente mimando su olfato. Tras examinarlos brevemente, se aproximó despacio, dejando la emanación palpitar. 

-          ¿Qué coño quieres? – siseó ella.


-          Esta es mi habitación. Y todavía no ha dejado de serlo.


-          Puedes meterte la habitación  por el culo, gilipollas. A ver si revientas.

El niño comenzó a temblar, estrechándose en el regazo de la joven. Víctor desalojó de su pecho una carcajada afilada como una guillotina. Se inclinó sobre ellos, paseando levemente una de sus garras en la mejilla del pequeño, que descargó lágrimas de terror.

-          No te atrevas a tocarlo – masculló entre dientes, bajo una presión abrumadora en sus mandíbulas que describía todo grado de furia contenida.


Sopesó asestar otra dentellada que lo mantuviera aturdido, pero solo serviría para cabrearlo y que Abel pagara las consecuencias. No era buena idea.

Arrulló al niño más profundamente entre los brazos. Sus pupilas se estrecharon al sostener la mirada burlona del feral, con un resplandor dorado y llameante que no sugería rendición.

-          El cachorro podrá volver a casa – ronroneó, expectante.

Silencio. El aroma de la joven alojó un breve matiz de alivio… que al poco se tiñó de un temor espeso. Víctor tomó asiento en el sillón que acompañaba al escritorio, intrigado ante la insólita reacción. 

-          De una pieza. Vivo. Será entregado sin daño alguno – añadió, acotando la información que Ada había encajado de manera singular - ¿Qué parte no has entendido, nena? ¿No te alegras?


El timbre en la voz de Víctor se había vuelto más sombrío. Cargó un trago largo de cerveza sin perderla de vista. Escrutaba cada músculo en la muchacha, cada parpadeo, cualquier cambio que manifestara una respuesta. La tensión se había incrementado bajo su piel blanca. Las comisuras de sus labios pendían trémulas, opuestas a cualquier satisfacción. Derivaba su mirada ámbar sobre la madera que se extendía bajo sus pies, en un circuito errático, con la mente aislada en algún infierno bien conocido.

-          No… - replicó Ada en un atropellado susurro, como si la sílaba arañase su garganta.

Víctor registraba un miedo abismal, trenzado al perfume tentador que destilaba. Su paciencia se agotaba.

-          ¿No? – entornó los ojos - ¡QUÉ COJONES ESTÁS DICIENDO! 


 
El bramido gutural amaneció en su pecho, devolviendo un bofetón de realidad a la mujer.

-          Saca a Abel del cuarto… por favor – siseó entre nieblas, retorciendo angustiosamente sus manos.


-          ¡Sunday! – rugió. La anciana apareció al poco en la entrada de la habitación, coronada por una expresión afable.


-          Llévate al crío. Dad una vuelta con Paws por el jardín. Que le dé un poco el aire. – Ordenó en tono firme, sin dejar lugar a discusión.


Ada condujo al niño hasta el cálido abrazo de la vieja dama, a pesar de presentar oposición. Víctor cerró la puerta tras ellos.

-          Habla.

Se aproximó de nuevo a ella, atento, abandonándose a la curiosidad y a esa fragancia peleona y dulce que ya consideraba suya. Ada se dejó caer en la cama, todavía estrangulando sus dedos en la palma de las manos. Contempló su angustia, sus pechos viajando en suspiros, su deliciosa garganta gestionando la respiración entrecortada.

-          No podeis entregárselo a Gordon, – dijo, con la voz en jirones de aliento – enviadlo a otro lugar… donde esté seguro. Pero a él no, joder.

Víctor apuró su cerveza, asomando un breve atisbo de estupefacción bajo el ceño fruncido. Tomó asiento de nuevo.

-          ¿Por qué? – gruñó – Eso no entra en nuestros planes, nena.


-          Por favor… - suplicó – tengo unos amigos… en Canadá. Sacadlo del país. Haré lo que queráis. Pero no se lo entreguéis a Gordon. 


Ada se dirigió al escritorio, dejando una estela apetitosa aguijoneando la pituitaria de Víctor al pasar a su lado. Cogió una de las servilletas sin usar que conservaba  y escribió una dirección con pulso frágil. Entregó el pliego al feral. Se incorporó de un salto y retuvo la muñeca de la joven, clavando cada garra ávida en su carne tibia. La arrastró hasta quedar entre la pared y su pecho, agitado en una respiración animal, retorciendo el brazo tras su espalda. Ada masculló un gemido ahogado.


-          ¿Piensas que somos una puta agencia de viajes, niña? – gruñó, amenazante desde algún sombrío lugar en su garganta, disponiendo los colmillos al desnudo - ¿Por qué? Mide tus jodidas palabras. Sabré si estás mintiendo.


-          ¡PORQUE SOY SU MADRE! – aulló Ada en un descargo de ira, enfrentando su aliento atropellado al de Víctor.


Saboreó la oleada furiosa que impregnaba la atmósfera en torno a ellos, intoxicando con promesas de placer el diminuto espacio alojado entre narices. El mutante se mordió el labio inferior, sacudiéndose el deseo que nublaba su perspectiva. Procesó la nueva información, atenuando la dolorosa presión que retorcía el brazo de la muchacha a su espalda. La observó detenidamente. No estaba mintiendo.

-          Es tu sobrino. El hijo de tu hermano Gordon… - gruñó, titubeando sílabas.

-          … y mi hijo – replicó la joven. Una lágrima peregrina cruzó su mejilla.