FanFic Dentro del Laberinto. Capítulo 7


7. LA FARSA

Las instrucciones eran claras. El rey podía pecar de muchas cosas pero no de ser poco concreto. Les dio una semana para mantener con vida a Hoggle, Ludo y cualquiera que hubiera tenido la mala suerte de haberse encontrado con la chica entre las paredes del laberinto.

Los habían reunido en el calabozo. Kydrow, un goblin joven de la guardia personal del rey, era el encargado de transmitir sus órdenes, y aquella mañana Jareth no estaba de muy buen humor.

–¿Está mejor la muchacha? –susurró Loras manteniendo su lanza a escasos centímetros del replicante sombrero hablador.

–Sí, parece que finalmente sólo necesitará un buen banquete para recuperarse.

–Shhh –inquirió dando un brinco mientras corría angustiado junto a Kydrow, con el dedo todavía en los labios –podría escucharte…

–Bueno, ¿y qué? ¿son buenas noticias, no?

Loras frunciendo el ceño, señaló en dirección a los prisioneros.

–Ah, casi lo olvidaba.

Y es que Jareth no podía haber sido más preciso en lo que a Sarah concernía. Estrictamente prohibido hablar de ella. No dudó en imponer la pena mortal para quien revelara información a los prisioneros. Ludo y Hoggle se lanzaron una mirada de preocupada, al tiempo que escuchaban un carraspeo musical que les hizo temblar.

–Con la venia, bellacos –Sir Didymus desde la pared, retenido por gruesas cadenas que le mantenían suspendido en el aire, comenzó su discurso–. No he podido evitar escuchar que hablaban de Milady. Ni que decir tiene que sería de suma cortesía informarnos a nosotros, sus más fieles amigos y protectores, de su estado y/o ubicación.

–La chica sufrió una caída tras estar encerrada en el cuarto muerta de hambre, pero… –un golpe metálico salió del casco de Kydrow al impactar contra él la lanza de Loras.

–¡Estúpido! –le recriminó el otro golpeándole de nuevo.

–¿Milady? –Sir Didymus sintió la furia que domina a un caballero de su alcurnia al escuchar semejantes palabras–. ¡Malditos! ¡Descolgadme y pelearé con todos vosotros y con vuestro ejército! ¿Ambrosius? ¿Dónde estás Ambrosius? –obtuvo un ladrido lejano como respuesta– ¡Ambrosius, entra ahora mismo y libérame para darle a estos zafios rufianes lo que merecen! –de nuevo un ladrido–. ¿Dónde estás, Ambrosius?

–Hermano… –Ludo, también encadenado aunque no colgante, miraba en dirección al techo, donde a través de una rejilla se podía distinguir el hocico peludo de Ambrosius, olfateando el intenso olor a humedad del calabozo.



El estómago de Sarah bramó con violencia haciendo que se encogiera en la cama abrazándose el vientre. Jareth había desaparecido casi una hora antes con la guardia, dejándola allí entre sábanas de seda, con la incómoda sensación de que lo ocurrido la noche anterior fue un error. Un delicioso error que le hacía ruborizar y desear en lo más profundo de su ser que se repitiera en la mañana, antes de que aparecieran los goblins.

El hambre le empujó fuera de la cama. Buscó en la habitación algo que llevarse a la boca sin encontrar más que plumas blancas fugadas del almohadón y algún pétalo ya amarillento, único testigo de lo acontecido la noche anterior. Se dirigió al armario para vestirse la primera prenda que encontrara sin volantes ni pedrería, pero no tuvo mucho éxito. Tras dudar eligió un vestido que parecía menos opulento que el resto, liso y blanco, sin cuello, ligero, con algo de manga para aliviar el frío de la habitación que, ascendiendo por el suelo, le entumecía las rodillas.

Abrió la puerta y emergió al pasillo que lucía una elegante y mullida alfombra suave, ligeramente ennegrecida por pisadas. Para su sorpresa no encontró a ningún centinela. Sonrió recorriéndolo en dirección a las escaleras que bajaban, siguiendo el dictamen de su olfato que la llevaba hacia algo que olía a canela y vainilla.

Unas enormes puertas esperaban al final de la escalera. Al estar junto a ellas, mirándolas de cerca, temió no poder abrirlas debido a su eterno tamaño, pero envalentonada, volcó su peso contra el picaporte lográndolo. Una minúscula sala de té esperaba al otro lado. Absolutamente amueblada con porcelana y filigranas de plata, una pequeña mesilla se alzaba en el centro sosteniendo una cesta repleta de jugosas manzanas rojas, único detalle de color que destacaba en la habitación, y una vaporosa tetera de plata que impregnaba todo con un aroma delicioso. Sarah se acercó a la cesta agarrando una manzana, cuando ya casi podía saborearla se detuvo mirándola con sospecha.

–Puedes comerla, no está envenenada –. La figura de Jareth recortó la luz.

–¿Cómo? –Sarah se volvió hacia él con la manzana todavía en la mano, recordando el melocotón que le borró la memoria.

–Pensé que te gustaría un poco de fruta fresca, querida – aproximándose a ella, la tomó por la cintura besándola con la sutileza de una serpiente. La chica se estremeció entre sus brazos– ¿acaso me equivocaba?

–No, me gusta, gracias.

–Adelante –dijo Jareth con una invitación–, muérdela.

¿Sería capaz de hacerlo? ¿Hasta dónde llegaría su tapadera? Pensaba él observándola con detenimiento sin borrar una perlada sonrisa de sus labios. El juego comenzaba a partir de ese momento, cuando los dos eran conscientes de la situación. No como la noche anterior, entre gemidos y caricias tan falsas como sus ojos verdes. Sarah arrancó un mordisco de la manzana, masticándola pausadamente, tratando de detectar cualquier sabor que delatara a Jareth.

–Excelente querida –aplaudió el rey–, se te veía hambrienta y comenzaba a preocuparme. Pero no he de hacerlo, ¿verdad? –Sarah negó con la cabeza–. Te recuperarás pronto –dijo besándole el dorso de la mano, antes de propinarle un buen mordisco a la manzana.

–Jareth…

–¿Sí?

–Me encantaría dar un paseo por el castillo –titubeó Sarah– quiero ver si reconozco a alguien, a algo… Estoy muy confusa… –trató de hacerse ver triste, de inyectarle una buena dosis de dramatismo a sus palabras.

–Por supuesto querida, puedes hacer lo que te plazca –dijo él complaciente, percatándose de la trampa– siempre y cuando no bajes al sótano.

–¿Por qué no puedo bajar allí? –preguntó ella sabiendo que era eso exactamente lo primero que haría.

–Porque no quieres morir, ¿verdad?

–No –los ojos de la chica se abrieron incrédulos.

–Eso me parecía –contestó Jareth saliendo de la habitación escaleras arriba.



Ambrosius trataba de ser lo más sigiloso posible, pero cada vez que veía a un goblin acercarse, no podía retener sus patas y echaba a correr a toda velocidad. Pero luego, armado de valor, reemprendía la posición cercana al respiradero de los calabozos, aguardando órdenes.

Merodeó buscando un rincón no muy concurrido de la muralla donde, cívicamente, pudiera marcar sin evidenciar su presencia. Cuando ya sujetaba la pared con la pata unas vocecillas le sorprendieron por detrás.

–¡Mira, mira, un caballo!

–No es un caballo, idiota, es un perro.

–¡Para mí es como un caballo!

Ambrosius firme como un buen soldado, los reconoció al instante. Ellos eran los pequeños goblins que perseguía para pasar el rato cuando Didymus le daba la tarde libre, los escurridizos seres que se escondían bajo las baldosas mientras él arañaba, impotente, el terrazo con las patas.

–¡Móntalo! –animó uno.

–Sí, ya verás. Mi madre no se lo va a creer, por fin tengo caballo.

–¡Que no es un caballo!

En un alarde de valentía, mostró los dientes, al tiempo que escuchó a Didymus llamarle desde el calabozo. Entonces, pensándolo mejor, se dejó montar mientras el goblin entre gritos de júbilo, lo llevaba directamente a las puertas del palacio.


Maripa


Huy que dolor de pinza, nenas. Va a ser cosa de irse a vigiliar a ver si se acaba ya el lunes T_T... Votos a favor para que los primeros días de la semana pasen a ser considerados como el tercero del finde xD.

Besicos reinas y cepillaos las lanas mucho, que llega el calor y junto a él las rastas xDDD

Auuu!

2 Carminazos:

Lyris dijo...

Ay, cordera! Lo que echaba de menos esta historia, coñes! XDD

A sarita lo que le pasa es que quiere más carne en barra, pero no sabe cómo pedirla... XDDDDDDDD

Maripa dijo...

Holan MariLyris!
El choped nena, que es adictógeno xD
Muaaaaaaaaas!!